Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 19

Dr. David B. Oliver.

Departamento de Defensa Nacional.

 

—David, ¿qué es esto? —Pronuncia Sam. Viene con dos bolsas cargadas hasta el tope de víveres y dejándolas sobre la mesada de mármol de la cocina, se apresura y toma el sobre abierto que se haya en ésta.

David se encuentra lavando y cortando los vegetales que utilizará para preparar la cena de esa noche; pero deja de hacerlo tan sólo para acercarse a ella y darle un beso de bienvenida sobre la cabeza. Comienza a sacar los víveres de la bolsa y se queda mirando el sobre que contiene su nombre escrito en el reverso y el cual Sam se encarga de elevar frente a él pidiéndole explicaciones.

—No es nada —le dice y continúa sacando más víveres mientas eleva los hombros en señal de conformidad—. Me asignaron a un nuevo proyecto. Necesitan asesores de investigación en aeronáutica y me mandaron a llamar.

—¿Del departamento de Defensa Nacional?

—Así es —responde David—; sabes que trabajo para el Gobierno. Es parte de mis funciones brindar asesorías especiales si así lo requieren.

—Pero nunca antes en esta área —replica Sam mostrando la contrariedad de sus gestos frente a él.

—Claro que sí. Lo que pasa es que hace mucho tiempo que no me convocaban; pero antes de reencontrarme contigo, brindé muchas de estas mismas asesorías. Será una entrada económica bien remunerada para nosotros. Llegó en buena hora —pronuncia David sonriendo frente a ella—, necesitamos el dinero.

—Tú necesitarás el dinero, yo no —le dice Sam mostrándose por completo en desacuerdo con todo aquello—. No te quiero en un lugar como ese, David. Es demasiado peligroso.

—¿De qué hablas? —Le dice éste frunciendo el ceño a modo de incomprensión—. Sam, no me están reclutando en el ejército. Yo no soy un soldado; tan sólo formo parte del grupo de investigadores y de desarrollo tecnológico de nuestras fuerzas armadas, eso es todo. Los cerebritos, ¿recuerdas? Somos científicos, mucha de nuestra tecnología de defensa y ataque aún se encuentra en la quinta generación y no podemos quedarnos atrás, tenemos que seguir avanzando y desarrollando nuevas técnicas de inteligencia. No estaré en un campo de batalla, tampoco en la línea de fuego, eso nunca ha sucedido…ni sucederá. Lo más que me puede pasar es caerme de la silla en la cual me siento para elaborar mis planos. Tranquilízate, ¿quieres?

—Si, pero es que cuando tú me dijiste que tenías una maestría en sistemas de armamento, también me dijiste que no estabas ligado a la milicia. Que ni siquiera te gustaba.

—Y así es; ese no es el área en el cual se enfoca mi carrera y tú lo sabes. No es primordial en mis funciones. No estoy dentro de la milicia, tan sólo soy un asesor. Alguien a quien llamas por fuera para guiar con sus consejos y sus conocimientos a los que sí pertenecen al campo militar. No está en mí el aceptar o no, es parte de mi contrato laboral y si me mandan a llamar, yo debo acudir. ¿Qué puedo hacer? Si me piden diseñar un avión, yo lo diseño. Si requieren sistemas de navegación y localización, yo se los proporciono y los ajusto a las tecnologías actuales con las mejoras incluidas. Si me piden que arme un caza, un helicóptero o cualquier otra aeronave hasta los dientes con misiles, proyectiles y armas de última generación. Yo las tengo que diseñar e incorporarlas a la nave de combate o en su defecto, rediseñar por completo la máquina, sus radares y sistemas de armamento para que éstos se ajusten a los nuevos prototipos. Es avance, tecnología; sólo de esta forma garantizamos la superioridad de nuestras fuerzas aéreas. Es darle la ventaja a nuestros pilotos sobre el enemigo estando en el aire y que de este modo puedan volver a casa sanos y salvos con sus familias. Yo lo veo de ese modo y sí, tienes razón, en lo personal no me gusta mucho esa área de mi carrera; por eso la tengo relegada en un segundo plano, tan sólo cuando exigen mi presencia en el lugar; pero si puedo aportar algo con mis conocimientos al respecto, ¿por qué no hacerlo? Sea cuál sea el ámbito de mis funciones, me lo tomo muy en serio al igual que tú lo haces con las tuyas…Sam, por favor, quita esa cara —le dice David arrastrándola hasta su cuerpo y envolviéndola en un fuerte abrazo, pone muchos besos sobre su cabeza.

—No, no es eso…perdóname —pronuncia ella y hundiendo el rostro sobre el pecho de David, piensa en las muchas veces que Richard logró volver sano y salvo a su lado; todo gracias a la magnífica labor que emprenden estos hombres de ciencia como lo es David. Se siente tan agradecida con él; pero es que…al mismo tiempo, siente terror de saber que su esposo se encontrará en un lugar como ese.

—No te preocupes, estaré en casa todos los fines de semana. Jamás nos asignan a bases militares lejos de nuestros hogares.

—¿Por cuánto tiempo tendrás que hacer esto?

—No lo sé, hasta que se concluya con el proyecto. Quizás unos seis meses.

—¡Seis meses! —Pronuncia Sam apartándose de su pecho y elevando el rostro hasta él, le mira con desasosiego—. Pero, David, ¿y los niños?




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