Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 23

—Psss…Psss…Despierta grandulón, ya van a dar las once.

—No se despierta, mami —susurra Ben de igual forma que su madre. Se encuentra sentado sobre el abdomen de David, viendo a su papá dormir como si fuese un enorme oso en pleno invierno. El pequeño Adrian se deja caer también sobre él con torpes movimientos y se balancea de un lado al otro, sosteniéndose de la espalda de su hermano con el biberón en la boca.

—Yo creo que tendremos que hacerle cosquillas, hijos. ¿No les parece? Tal vez así su papá reaccione —sisea Sam, viendo como los rostros de los niños se avivan en completa complicidad—. Papá…papá, despierta —pronuncia ella dándole una última oportunidad y al ver que David no responde, ladea la cabeza dando la señal de ataque.

Los niños se lanzan sobre él con sus pequeñas manos; pero es Sam quien adrede y sonriendo con maldad, le hace despertar en medio de sobresaltos al hundirle la punta de los dedos entre los costados con dolorosos picotazos.

—¡No…Auch, esperen, ¿qué hacen?! —Se revuelve David sobre las sábanas—. Ya basta…Ya…ya, desperté —les dice—. ¡Auch, Sam! ¡Eso duele!

—Lo siento, pero te llamamos muchas…muchas veces, ¿no es así, Ben? Ahora debes recibir tu castigo.

—Si, papi, te llamamos y te llamamos. ¡Y tú nunca despertaste! —Pronuncia el niño con una tierna vocecita llena de exasperación; entonces continúa sobre el abdomen de David haciéndole, según él, muchas cosquillas con sus deditos.

—Te dije que no te trasnocharas. Me dejaste toda la noche sola y abandonada en la cama —susurra ella sobre su oído. La misma maldad que hay en su rostro se reproduce en los aguzados tonos de su voz—. Ahora pagarás las consecuencias.

—¡Ah, si! —Se eleva el cuerpo de David sobre todos ellos con rapidez y dejando salir un feroz rugido de león, desata toda una locura de gritos y más carcajadas dentro de la habitación. Todos intentan huir de él y de su sujeción.

Son segundos para que David sostenga a los niños aprisionados entre la fuerza de sus brazos. Los carga sobre sus hombros como si fuesen un par de presas y Sam patalea debajo de su cuerpo, sin posibilidad alguna de liberarse de su peso o de los constantes besos, que irritan su piel con el continuo roce de la barba de David sobre su cuello y su rostro.

—¡No…no, ya basta! —Le grita ella en medio de sonoras carcajadas—. Me estás haciendo cosquillas, David. ¡Ya déjame!…Niños, ayúdenme.

—¡Papi! —Permanece gritando Ben. Intenta liberarse de él para correr en auxilio de su mamá; mas al sentir en seguida la barba de David haciéndole cosquillas sobre su costado, estalla también en fuertes carcajadas.

—Bravucón, deja a mis bebés —le advierte ella. Se revuelve de nuevo bajo el peso de David; pero no logra liberar sus brazos de la opresión que ejercen aquellas piernas sobre todo su cuerpo.

—¿Bravucón? —Eso es nuevo para David, eleva una de sus cejas frente a ella y entonces, le sonríe—. Nunca antes nadie me había llamado así —menciona y dejando caer con cuidado a los niños al lado de la madre, se asegura de mantener inmovilizado el cuerpo de Sam. Sus pequeños se han prendido de su cuello y han escalado la espalda de su padre como si fuesen un par de monitos; entonces, éste se inclina de nuevo sobre el rostro de su esposa—. Pídeme una disculpa.

—No —le dice ella y a pesar de sus desventajas, se muestra muy firme y tajante ante él con su respuesta.

David vuelca media sonrisa sobre su osadía.

—Pídeme una disculpa, Sam.

—Nop.

—¿Por qué, no?

—Porque eres un bravucón. Mira lo que haces, me retienes a tu lado a la fuerza.

A pesar del constante tironeo que ejercen los juegos de los niños sobre su cuerpo, David mantiene la firmeza de su mirada sobre ella.

—¿Tú estás a mi lado a la fuerza? —Le pregunta.

—En este preciso instante, sí —responde Sam.

—¿Y el resto del tiempo?

Sam lo contempla por un segundo en el silencio.

—¿Me permite usted recuperar el control de mis extremidades superiores, caballero?...Gracias —pronuncia al sentir como la liberan, apenas lo suficiente, para elevar ambas manos y llegar hasta al rostro de David. Lo atrae con suavidad hasta sus labios y lo besa—. ¿Tú que crees?

—Yo creo que tú estás conmigo porque así deseas estarlo —susurra él sobre sus labios y viendo cómo ella le sonríe…sonríe él también.

—Los niños y yo te preparamos el desayuno; pero ya debe estar frío.

—Un desayuno frío y en la cama, con mi hermosa mujer y mis dos pequeños…Uhmm —Carraspea él con el sonido de su voz—, ¿qué más podría pedirle yo a la vida?...¿Niños, se quedan a desayunar con mamá y conmigo?

—¡Siiii! —Se desgañita Ben bajando de la espalda de su padre. Adrian imita todo lo que su hermano mayor hace y sin quitar el biberón de su boca, ambos comienzan a brincar sobre la cama.

Se quedan todos juntos entre el desorden de las sábanas, al lado de David y le acompañan mientras éste come en medio de brincos, más juegos, abrazos y los continuos besos que recibe de ella.

—Debemos apresurarnos —le dice Sam—, mi familia no tarda en llegar.




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