Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 28

—Richard, ¿qué haces?

—Shhhh, no hagas ruido, mi amor. No querrás despertarlos a todos.

—Si, pero es que…

Sam intenta hablar, no así los besos de Richard comienzan a invadirle el cuello y sus manos, aquellas grandes y fortalecidas manos, se deslizan a través de toda su piel sin permiso alguno.

—¿Cómo entraste a mi recámara? —Lentos y pausados besos sobre sus labios, es todo lo que recibe como respuesta. Richard se eleva sobre ella apenas lo suficiente para despojarse de su camisa y se deja caer una vez más sobre su cuerpo con movimientos lentos y continuos. Sobre su cuello erizado, sobre sus pechos erectos ya desnudos. Recorre sus formas hasta llegar a sus caderas y termina de desnudarla sin dejar de someterla bajo su peso, bajo el ritmo excitado de su pelvis.

—Por favor, mi amor. Dime que sí —susurran aquellos deseos sobre el oído de Sam. Gemidos roncos cargados de dolor que se estremecen al contacto con su humedad—. Ya no lo resisto más. Dime que me aceptas de nuevo. Dime que nuevamente serás mía. Déjame amarte, mi cielo —le dice elevando el rostro sobre sus labios.

La oscuridad de la habitación es tenue, los reflejos del brillo de la luna rebotan sobre las aguas del mar introduciéndose por la pequeña ventana. La mirada de Sam se pierde en el sufrimiento de aquel rostro cargado de deseo…en su propio deseo. Su cuerpo se extiende debajo de él y dejando escapar un agudo gemido en cuanto lo recibe dentro de ella, Sam despierta de su sueño con el corazón acelerado, latiéndole a mil por hora. Las respiraciones rebotan contra su pecho haciéndola saltar de la litera.

—¿Qué diablos fue eso? —Se dice a sí misma mientras se barre el sudor de la frente con la mano. Los resuellos continúan escapándose de su asombro.

Esa misma noche, en cuanto Warren les dejó a solas en el pasillo, el cuerpo de Richard arrinconó el suyo contra la pared. Se inclinó cerca…tan cerca de ella que lo sintió casi rozar sus labios, por un segundo pensó que iba a besarla. Se le aflojaron las piernas y el aliento se le escapó del pecho tan sólo para ver como él pasaba cerca de su rostro hasta llegar a su oído.

—Escúchame bien lo que te voy a decir —susurró acariciándole la piel con su aliento cálido—. Siento mucho haber reaccionado de esa forma al verte, mi amor; pero es que no me lo esperaba. Te creía segura en casa y ahora…Lo que estoy a punto de decirte, no lo diré dos veces; así que guárdalo sólo para ti. No lo comentes con nadie, porque de otro modo estaremos en serios problemas.

Los ojos de Sam se extendieron de par en par al escuchar todo lo que él hablaba.

—Por eso debo sacarte de aquí, ¿me entiendes?

—Si, pero tú vendrás conmigo, ¿no es así?

—No, mi amor, yo no iré contigo. Me quedaré aquí, donde pertenezco. Tú ya no eres parte de esto. Tú debes ir a casa, ¿entiendes? —Richard acarició su mejilla con ternura y poniendo un cálido y respetuoso beso sobre esa misma mejilla, se alejó de Sam con la promesa de ponerla al tanto de cuanto movimiento se diese.

Toda esa cercanía, todo su calor y su ternura. El amor incondicional que él ha derrochado siempre hacia ella, sin esperar nada a cambio, la tienen aún con las manos atadas sobre la nuca, intentando acallar las fuertes respiraciones que la llevan a caminar de un lado al otro dentro del pequeño espacio. No logra dejar de pensar en aquel sueño. Aún puede sentir el calor de su cuerpo sobre ella, de sus caricias sobre su piel…fue tan real. Es tal y como siempre lo retuvo dentro de sus memorias.

—Dios mío, ayúdame —pronuncia mirando al cielo mientras deja salir un hondo suspiro de angustia. Toma el celular de igual forma y se apresura a marcar su número.

—¿Qué pasa? —Pronuncia David incorporándose con rapidez de la cama—. ¿Estás bien?

—Si…si, estoy bien —le dice ella—. Tan sólo quería…es que yo necesitaba escuchar tu voz, David. Mirar tu rostro. Te estoy hablando desde mi teléfono, no tengo más que unos pocos segundos antes de que intercepten la comunicación y la interrumpan. ¿Cómo están los niños?

—Están bien —responde él sentándose al borde de la cama, repasa su rostro de un lado al otro con la pesadez del sueño—. ¿Estás segura de que te encuentras bien, Sam?

—Si, es que te extraño mucho y quería verte. Yo…—La comunicación es interrumpida y Sam estrangula el celular con ambas manos hasta hacerlo lanzado con furia sobre la litera—. ¡Demonios!...¡Maldita sea! ¡Maldito seas, General!

Ahoga sus reclamos mientras se deja caer sobre el suelo con la espalda pegada contra la pared. La cabeza derrotada entre las piernas y no deja de maldecir al viejo Gavilán, una y otra vez, por todas sus desgracias.

No sabe que en aquella misma gran estructura marítima y a gran distancia de ella, se encuentra Richard, maldiciendo de igual forma a su padre por videollamada.

—¡Jamás te creí capaz de hacer algo así! —Reclama éste con elevados tonos ante la imagen del General proyectada en su computador—. ¿Acaso tienes mierda en la cabeza? ¿Cómo se te ocurre enviarla aquí?

—No me faltes el respeto de esa forma. ¿No eras tú el que siempre te la pasabas reclamándome, habías perdido a tu mujer por mi culpa? Pues bien, allí la tienes…Recupérala y haz con tu vida según te dé la gana y a mí ya déjame en paz.




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