Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 29

—Debes poner más cuidado en tus movimientos. Tu ángulo de reacción está demasiado elevado con respecto al golpe del retroceso.

—Hace muchos años que no hago esto. Tenme paciencia —pronuncia Sam sin dejar de apuntar a uno de los blancos.

—En la milicia no hay lugar para la paciencia, soldado…¿Lista?

—Lista —responde ella, volviendo a ver a Richard con el enfado de sus gestos y terminando de recargar el fusil de asalto sobre su hombro derecho, se prepara para comenzar a disparar a la serie de blancos en movimiento que son activados por él.

—Muy bien, ¡avanza…avanza…avanza! —permanece gritando él detrás de ella mientras la sigue por el campo abierto de entrenamiento—. No dejes de avanzar mientras disparas. Haz de cuenta que estás en el campo de batalla. Recuerda medir la velocidad del viento, su dirección, la carga atmosférica. Controla el ritmo de tus respiraciones, los latidos de tu corazón. ¡Avanza, soldado! —Le grita Richard sobre el oído, desestabilizándola en sus pasos; porque fallando los dos siguientes tiros, se activa la unidad masiva de contraataque golpeando el pecho de Sam con fuerza. Cae de espaldas con el ardor de los perdigones de goma esparciéndose sobre su chaleco—. Genial, ahora estás muerta —le dice Richard deteniendo el ejercicio y volviéndose hacia ella, extiende la mano con fastidio para ayudarla a levantarse.

—¿Por qué hiciste eso? —Pronuncia Sam tomándose de su mano y poniéndose en pie de un salto, se apresura a quitarse el chaleco mientras se sostiene el pecho con todos los signos del dolor puestos sobre el rostro—. Me hiciste perder la concentración.

—¿Te hice perder la concentración? —Pronuncia él elevando ambas cejas frente a Sam con asombro—. ¿Y qué querías que hiciera; que te sirviera un té con galletas mientras recorrías el laberinto de blancos? ¿Ya olvidaste lo que es estar allá afuera? A todo lo que te verás expuesta y tendrás que enfrentarte si es que llegas a entrar en acción.

—Nunca te habías comportado de esa forma conmigo —le dice Sam empujando el rifle entre las manos de Richard, lo hunde junto a su cuerpo y comienza a salir de allí a través de pasos disgustados.

—Oye, ¿a dónde vas? Se supone que de aquí pasaríamos a la sala de blancos fijos y luego a los simuladores.

—Yo creo que por hoy ya fue suficiente —le dice Sam sin molestarse, si quiera, en voltearle a ver y continúa caminando hasta que abandona el campo de tiro abierto.

 

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Un par de horas más tarde, Richard se encuentra con el cuerpo apostado de nuevo sobre el marco de una puerta. El marco de la puerta que pertenece a la recámara de Sam, para ser más exactos. Golpea en un par de ocasiones y de este modo hace sentir su presencia.

—No deberías tener la puerta abierta. Sabes que no es seguro —le dice mostrándose precavido para con ella.

Sam le mira desde su litera, se encuentra acostada boca arriba y con ambas manos puestas debajo de la cabeza.

—Te pareces a mi padre —le dice volviendo la mirada hacia el techo.

—¿Por qué dices eso? ¿Acaso tu padre es un hombre increíblemente apuesto que luce genial en uniforme?

Esto desencadena las fuertes risotadas que salen de Sam. Él mismo comienza a reír con fuerza.

—Tengo un arma debajo de mi almohada; así que puedes estar tranquilo.

—Tienes razón, eso me tranquiliza en gran manera —pronuncia él enderezando la postura—. ¿Puedo pasar?

—Mi castillo es tu castillo…adelante —Y sentándose en el borde de la pequeña cama, Sam le mira entrar en el reducido espacio, advirtiendo cómo Richard procura cerrar la puerta detrás de él. Lo observa caminar con lentitud y la sintonía de aquellos pasos, se muestra en más desacorde que lo de costumbre—. ¿Qué sucede con tu pierna?

—No es nada, no te preocupes —le dice él acercándose hasta la pequeña ventana—. Hoy ha sido un día muy largo.

—Llevas muchas horas de pie, siéntate.

Sam se apresura y acerca una silla colocándola bajo el marco de la ventana.

Richard se queda mirando aquella misma silla con detenimiento y luego a ella.

—Si querías hacerme sentir como un anciano, acabas de lograrlo.

—Tú no eres ningún anciano, Richard. Eres un hombre joven; un militar que sufrió graves heridas de guerra y las cuales aún no han terminado de sanar. Siéntate…por favor.




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