Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 30

Los días continúan pasando junto a las semanas, así como un par de meses más. Las labores de Sam, dentro del imponente portaviones, la obligan a permanecer la mayor parte de su tiempo en los perímetros del área médica. Una rutina diaria que la ha mantenido alejada de sus pensamientos; de la nostalgia que le causa el estar lejos de su hogar y de sus pequeños. De su esposo, por el cual aquella misma distancia, tan prolongada, le ha develado añoranza y desvelo; pues cada vez que se despide de David, no puede evitar quedarse sentada en aquel lugar, acariciando el monitor de la computadora y liberando tenues suspiros de tristeza. Es como si una parte de su corazón se desprendiese de su pecho y se marchara junto a él.

Sus encuentros con Richard ahora son a diario. Él ha logrado que se ponga al día con sus habilidades de tiro y aunque lo detesta, el entrenamiento físico al que ha sido sometida por su insistencia, ha comenzado a rendir sus frutos.

—¡Eso estuvo muy bien! —Lo escucha decir con vivaces tonos cargados de orgullo y satisfacción.

—¿En serio, lo hice bien?

—Demasiado —le responde él mostrándose bastante complacido—. Esa llave estuvo genial. Te salió muy bien.

—¿Ya me puedo ir a duchar?

—No —responde Richard, provocando el fastidio y la postura rendida con la que Sam se revela frente a sus remarcadas demandas—. Quiero media hora más de cardio —le dice—; así que vamos, te quiero ver corriendo ahora mismo. No seas holgazana.

—Te has vuelto de nuevo todo un tirano, Crowe. ¿Lo sabías? —Lanza Sam sobre él mientras comienza a correr por la pista de circuito cerrado que hay en el área de entrenamientos.

—Si, pero un tirano que te ha hecho romper tu propia marca, tres veces, en menos de un mes —le grita él comenzando a reír con cronómetro en mano.

Al término de la media hora, Sam sale arrastrando su calzado deportivo del circuito cerrado. Cae sentada a los pies de Richard en medio de fuertes respiraciones, con el rostro ahogado y con la espalda pegada contra la pared.

Él se apresura a llevarle una bebida hidratante y la toalla con la que Sam comienza limpiarse el sudor de la cara. Bebe con desespero de la botella plástica, en color naranja, mientras advierte como Richard comienza a descender hasta su nivel.

—¡Mierda! —Pronuncia éste de un pronto a otro y dejándose caer de sentón junto a ella, se apresura a estirar la pierna. Comienza a rabiar del dolor sosteniéndose la rodilla—…¡¡Ahhhgg!!

—Espera…espera —le dice ella con impaciencia e impulsándose de lado sobre él, toma el kit de emergencia que Richard carga siempre sobre su uniforme. Se adueña de una dosis de morfina y se la clava, allí mismo, sobre el muslo—. Te he dicho un millón de veces que no sobrepases los límites de tu resistencia, Richard. Eres un cabeza dura, ¿lo sabías? ¿Desde qué hora estás en pie?

—Desde las cero trescientas —responde éste dejando ir la cabeza hacia atrás con agitadas respiraciones. Empieza a reír al tiempo que siente el alivio de la morfina y voltea el rostro bañado en sudor hacia ella.

La mirada de Sam aún se muestra intolerante y poco comprensiva.

—Eres un necio…un majadero…

—¿Sabes? Me van hacer falta tus continuas reprimendas —pronuncia él. Se apresura a sacar de su uniforme la rosa blanca que ahora acostumbra a poner entre sus manos cada dos o tres días.

—Ni creas que con esto me vas a quitar el mal genio, Richard —despotrica Sam agitando la rosa frente a él—. De verdad, tienes que comenzar a cuidarte. Eres negligente con tu propia persona…¿De dónde rayos es que consigues todas estas rosas?

—Yo tengo mis contactos —pronuncia él y sacando también de su uniforme un sobre de manila blanco, se apresura y lo pone frente a ella—. Ten, toma —le dice—. Feliz año nuevo, mi amor.

—¿Qué es esto? —Pronuncia Sam. Deja la rosa a un lado, sobre el suelo, tan sólo para adueñarse enseguida del sobre con el rostro embebido de incertidumbre.

—Es tu boleto de salida de este lugar.

—¡¿Qué?!

Richard se pone en pie con ciertas dificultades; a través de jadeos y más gestos llenos de dolor.

—Ven, vamos —pronuncia extendiendo la mano hacia ella y la ayuda a ponerse también en pie—. Es fin de año y nosotros dos somos los únicos que, estando fuera de servicio, no nos encontramos celebrando. Muy pronto darán inicio los juegos pirotécnicos sobre las pistas de vuelo.

—Richard…

—Ven, mi amor —Y tomándola de la mano, esboza hacia ella una gentil sonrisa—. Acompáñame, aunque sea, por esta noche a disfrutar de la velada. Quiero guardarla dentro de mis recuerdos para cuando ya no te encuentres aquí.

—¿Cuándo debo marcharme?

—Dentro de doce días.

La mirada de Sam se pierde dentro de sus pensamientos.

—¿Eso quiere decir que estaré presente en el cumpleaños número dieciséis de mi hija? —Las lágrimas se desbordan de sus ojos.

—Pues, al parecer así es —le dice él mientras sonríe; sintiendo como el cuerpo de ella se lanza entre sus brazos con efusividad. Sam le envuelve el cuello en un fuerte abrazo y no deja de darle las gracias, una y otra vez—. ¿Pudiste comunicarte con tu familia?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.