Las movilizaciones, tanto dentro como por fuera del portaviones, no se detienen en todo el día y ya entrada la noche, el caos de las muchas luces y los reflectores que alumbran las penumbras, se suman a los rotores de las hélices de los helicópteros y a los propulsores de los aviones cazas. Se confunden como si fuesen un gran torbellino que se mueve a velocidades estrepitosas sobre la enorme cubierta de vuelo. Furioso y revoltoso arrastra cuerpos y maquinaria pesada por toda la superficie. Hombres y mujeres van y vienen de un lado al otro y viceversa, encontrándose de frente y estorbándose, muchas veces, entre ellos mientras cumplen con sus órdenes y con sus funciones de un modo aéreo tanto como de a pie.
Sam se encuentra en ese momento en la cubierta principal, forma parte de la unidad médica que fue destacada en caso de que se presente alguna emergencia durante los despliegues aéreos. Con tanta locura desenvolviéndose en medio de las movilizaciones de aquella enorme estructura marítima, un amplio grupo de médicos y enfermeros se encuentran formados en las líneas laterales de las pistas, con sus equipos y sus vastos conocimientos listos para entrar en acción en cualquier momento que se requiera de ellos. Todo el equipo que cargan sobre sus cuerpos los protege de las violentas ráfagas de viento y del ensordecedor ruido que se desata de las máquinas de combate aéreo que a cada nada surcan dejando un trillo de sobresaltos sobre sus cabezas.
—¿Cómo estás? —Se cuela la voz de Richard dentro de su oído.
—Estoy bien, no te preocupes —responde Sam con disimulo—. ¿Qué has sabido de David? —Le pregunta con el desasosiego de su voz.
—El helicóptero ya se encuentra dentro del rango de nuestros radares —El corazón de Sam la golpea con fuerza dentro de su pecho—. Los expertos abordarán la nave en menos de diez minutos —le informa Richard, evitando de esta forma referirse a él de un modo tan personal—…¿Amor?
—Dime.
—¿Te puedo pedir un favor?
—Por supuesto —responde ella de inmediato.
—No desconectes tu comando de rastreo durante todo el tiempo que te reste de estar aquí.
—No lo haré…Nunca pensé en hacerlo.
—Gracias.
Sam sabe que una vez David haya descendido al portaviones, cualquier diálogo o cercanía entre ellos dos, se verá por completo interrumpida. Si Richard quiere, al menos, estar al tanto de su ubicación no lo privará de ese bien. Ella sabe lo mucho que significa para la tranquilidad de sus pensamientos el estar enterado de su posición. Él todavía siente que es su deber protegerla, aún cuando Sam está segura de que en cuanto David ponga un pie en ese lugar, se adueñará…Es más, demandará en seguida ese rol sobre ella como su esposo y su protector.
Sus manos comienzan a frotarse con frenesí, los golpeteos de sus palpitaciones se hacen cada vez más agobiantes, se le dificulta el poder respirar con libertad y cuando advierte una mayor agilización de todas aquellas movilizaciones. Y cuando a ellos mismos se les ordena el estar listos ante el descenso del helicóptero que lleva consigo a los especialistas en su interior. La respiración de Sam se detiene por completo y se le debilitan las piernas al ver cómo es David el primero en emerger de la nave. Cae de un salto sobre el piso de la cubierta y comienza a caminar con el cuerpo y la cabeza agachados, evadiendo el temible rotor de las astas. La fuerza de las hélices golpea e impulsa su andar con fuertes ráfagas de viento.
Sam lo mira cubrirse los oídos con ambas manos; de pronto él y todo su equipo de trabajo se ven rodeados por un gran número de militares. Sus ropas de civiles son ocultas de inmediato bajo los abrigos reglamentarios, resguardándolos de las bajas temperaturas que se registran en la cubierta y son guiados fuera de allí casi que a la fuerza, sin perder más el tiempo. Sam mira como éstos, sin recibir previas explicaciones, simplemente son arrastrados fuera de las pistas de descenso.
Warren se aposta a su lado y se concentra en ser testigo de aquellos movimientos.
—Bueno, al menos los verdaderos cerebritos ya se encuentran aquí —Se deja decir entre gritos e inclinando el rostro hacia Sam, permanece hablando por todo lo alto para lograr ser escuchada—. Espero que éstos imbéciles sirvan de algo y no sean un fiasco como el montón de mierda que llevamos a bordo.
Pero, al ver cómo Sam no le responde nada y tan sólo se aparta de su lado para apresurarse a caminar en dirección a ellos, siguiendo las líneas laterales de las pistas, Warren vuelve el rostro hacia la enfermera que tiene al lado.
—¿Y a ésta qué le pasa?
—Creo que su esposo es uno de los científicos, Teniente —responde la chica con sus gritos en dirección a Warren.
—Me cago…—pronuncia la fornida mujer, mostrando así su fastidio ante su propia imprudencia y sin dejarse terminar la colorida frase, sale allí mismo tras ella.
La alcanza en el momento en el que Sam está intentando traspasar la barricada de soldados que le impiden el paso para intentar llegar hasta David.
—Le he dicho que no puede cruzar.
—Pero, es que usted no entiende.
—No, la que no entiende es usted, oficial —recrimina el soldado sobre el rostro de Sam—. Manténgase en su área detrás de la línea o me veré obligado a arrestarla.
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Editado: 27.05.2022