Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 32

—¡Oigan!...¡Oigan!...

—¡David, no!

Allan y Scott lo sostienen evitando tener otro enfrentamiento con los militares que, para ese mismo instante, ya van de salida. Los dejan solos en el laboratorio y cierran la puerta tras ellos; sólo se alcanza ver la sombra de los dos soldados que han quedado al resguardo del otro lado de la puerta.

—¿Acaso te volviste demente, hermano? —Pronuncia Allan sin dejar de sujetarlo con la fuerza de sus manos—. ¿Qué es lo que quieres, que nos vuelen la cabeza a todos? ¡Ya cálmate! Oíste lo que dijo el oficial, ella se encuentra bien.

—¿Y cómo podrías estar tan seguro de eso? ¡Suéltenme! —Les grita David liberándose de las manos de ambos. Se encuentra fúrico, sobrepasado de rabia e impotencia. Los fuertes bufidos que salen de su pecho se apostan junto a su cuerpo sobre la mesa en la que se encuentra descansando el arma nuclear.

—Tal vez ni siquiera sea verdad —continúa Allan—. Tal vez, Sam ni siquiera se encuentra aquí, en este portaviones. Ellos tan sólo quieren presionarte…presionarnos a todos para que desactivemos las bombas lo más pronto posible. Son unos malditos, hijos de puta.

—Pues, bonita forma de presionarnos —Se desencaja Scott los lentes. Pasa ambas manos sobre su rostro con preocupación y las deja caer sobre sus caderas, señalando luego el arma—. ¿Cómo se supone que vamos hacer todo lo que nos pidieron, en tan sólo cuarenta y ocho horas? Están locos…son unos malditos dementes.

—Pues tendremos que hacerlo —les dice David sin dejar de apoyarse sobre la mesa con la tensión de sus dedos— o seremos un punto borrado sobre el mapa en tan sólo… —fija la mirada sobre la cuenta regresiva—…noventa y ocho horas. Creo que contamos con el tiempo suficiente para descifrar los códigos. Ya antes hemos flirteado con este tipo de mecanismos, no pienso que sea tan difícil.

—Tú lo has dicho, hermano…hemos flirteado —le dice Scott sin abandonar aquellos preocupados gestos delante de David—; nunca antes hemos tratado con ellos de forma tan seria, Dave. No se supone que llegaríamos a estas etapas tan avanzadas hasta dentro de un año. Si no es que más…¡Demonios, ¿cómo fue que se nos adelantaron así, de esa forma tan abismal?! —Vocifera éste comenzando a descontrolarse. Camina en círculos sin dejar de comerse las uñas y se frota la abundante cabellera castaña que posee de arriba abajo—. Debí haber escuchado a mi padre cuando me aconsejó que fuera dentista.

La mirada de Allan lo sigue con frustración.

—¡Ya cállate! —Se deja ir sobre él con la altanería de su voz—. Pareces una maldita vieja histérica, me estás poniendo nervioso. Necesitamos soluciones rápidas, no lloriqueos ni más lamentaciones… Y hablando de viejas —pronuncia Allan de un pronto a otro, yergue la postura mostrándose apercibido—, ¿dónde estará Rebeca? ¿Por qué no la han traído? Ya hace bastante tiempo que se la llevaron, ¿no les parece?

—No dejó de vomitar las últimas dos horas del viaje, aún deben estar atendiéndola.

—Pues enferma o no, la necesito aquí cuanto antes —pronuncia David puesto ya en las labores y ordenándoles a ellos hacer lo mismo, los manda a callar.

La rejilla de ventilación que está sobre ellos es retirada con mucho cuidado por Warren y el cuerpo de Sam comienza a descender pendida de la fuerza del brazo de la fornida mujer.

—David… —susurra Sam, entonces, en medio de su descenso; provocando los inmediatos sobresaltos de los tres ingenieros.

La mirada de David se extiende hacia lo largo y ancho de todos sus asombros. Mas se cuida de no dejar escapar ningún signo de exclamación que alerte a los soldados que hacen la guardia afuera del laboratorio. Deja tirado lo que hace y corre hasta llegar a ella, recibiendo el cuerpo de Sam entre sus brazos. Ni siquiera le permite terminar de descender, la carga de una sobre su recia estructura; de igual forma que ella se aferra con desespero y con ambos brazos alrededor del cuello de David. Se aprisionan el uno al otro con fuerza y comienzan a besarse en medio del frenesí y la locura de sus movimientos.

—Oh, Dios…Dios...Gracias a Dios que estás bien —pronuncia él sin dejar de besarla, liberando suspiros de angustia y de alivio a la vez. La sujeta del rostro y de los cabellos con una mano y continúa besándola.

David camina con el cuerpo de Sam atado a las caderas y se aleja con ella al lugar más apartado del laboratorio.

—Maldito suertudo —pronuncia Allan viendo como ambos se pierden de su vista.

—¿De verdad? —Procura Scott delante de su compañero con avidez—. ¿Me estás hablando en serio? ¿Te gustaría que tu esposa estuviese aquí en medio de todo este desastre?

—Si me besara de la misma forma en la que ella lo está besando a él. Sí…claro que me arriesgaría a tenerla aquí.

—Eres un imbécil.

—Ahhg… —chasquea Allan con los dientes en medio de su fastidio y se concentra en continuar trabajando.




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