Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 34

Los ojos de David brillan enardecidos, su cuerpo tiembla sin control mientras aprieta los puños con furia. Casi que hace empujado el cuerpo de Sam, introduciéndose en la habitación y cierra la puerta detrás de él por medio de un fuerte golpe.

—¡¿Qué, acaso no piensas contestarme?!

—David, por favor, cálmate. Baja la voz o nos meterás en problemas. Yo no hice nada, él simplemente vino a informarme.

—¡¿Informarte?…¿Informarte sobre qué?!

—Sobre ti —le dice ella intentando guardar los tonos de su voz junto al temblor de su cuerpo—. Yo le hice prometer que me mantendría informada sobre cada uno de tus pasos…sobre todos tus movimientos. Él vino a decirme que ustedes lograron detener el conteo regresivo de las armas. También me dijo que hoy subirían a cubierta para trabajar con los sistemas de las naves. Me informó que estabas bien y que ya les habían dado ciertas libertades hasta para poder alimentarse…para poder asearse —pronuncia Sam elevando la mano temblorosa hasta llegar a los cabellos húmedos de David—. Tan sólo fue eso, te lo juro, no hubo nada más. Si la puerta estaba cerrada fue por lo mismo. Si los superiores de Richard se enteran de que él estuvo dándome información, nos enviarían a ambos a Corte Marcial; incluso podrían encerrarnos, darnos de baja y despojarnos de nuestros rangos con deshonra, por eso nos ocultamos. Él fue quien me alertó a tiempo cuando estábamos en el laboratorio antes de que llegaran los soldados. No ha hecho otra cosa que ayudarnos.

—No ha hecho otra cosa que ayudarte a ti —Se vuelve David en contra de ella, arrinconando el cuerpo de Sam contra la pared mientras la señala, lleno de furia, con el dedo—; porque tiene intereses sobre ti, porque él aún continúa enamorado de ti.

La mirada de Sam se mantiene paralizada por el miedo, sus respiraciones son cortas y estrechas, ni siquiera la dejan moverse de allí. Siente como David se aparta de ella y se sienta sobre la pequeña litera con el pecho cargado en fuertes bramidos sobrepasados de enojo y frustración.

—¿Qué es lo que está haciendo ese tipo aquí, en este lugar? ¿Desde hace cuánto tiempo se encuentra aquí y contigo?… ¿Desde que llegaste?

—Él fue asignado antes que yo. Cuando me instalé, él ya estaba aquí.

—¡¿Y cuándo pensabas decírmelo?! —Pregunta David volviendo la reprensión de su mirada hacia ella—. ¿O es que no pensabas decirme nada; acaso querías verme de nuevo la cara con tus mentiras?

—¡David, no me hables así! ¿Qué querías que hiciera? Si te lo decía, sabía que te volverías loco. ¿Qué pretendías? Que me lanzara por la borda y nadara hasta llegar a ti, tan sólo para no provocar tus enojos. Para no incitar tus celos descontrolados. Yo no tengo la culpa; gran parte del personal de la antigua base aérea en la que me encontraba se halla asignada aquí, en este portaviones. Yo no tengo control sobre ese tipo de cosas. David…David, por favor —arrastra Sam con sus súplicas y luego de unos pocos segundos en silencio y al ver que David permanece en ese mismo silencio, se acerca hasta la litera en la que éste permanece sentado y se sitúa en medio de sus piernas, dejándose caer de rodillas mientras eleva el rostro hasta él—. No te enfades conmigo; yo no he hecho nada, te lo juro —le dice Sam envolviendo sus manos con las suyas—. Es más, mira —e inclinándose de medio lado, se encarga de abrir el cajón superior de su mesa de noche y saca un sobre de manila blanco, el cual se apresura a dejar en su poder.

—¿Qué es esto? —Pregunta David.

—Es una sorpresa para ti, estaba esperando poder comunicarme contigo cuanto antes para poder dártela; pero luego ocurrió todo esto y bueno, yo…Sólo ábrelo, ¿quieres?

David se apresura a abrir el sobre y saca el documento. Comienza a leer allí mismo.

—¿Es esto cierto? —Pronuncia luego de un breve silencio con el asombro de su voz. Los gestos en su rostro se iluminan de igual forma ante ella—. ¿Volverás a casa en unos pocos días?

—Así es —le dice Sam sonriendo con iguales emociones delante de David.

Ambos se miran y se abrazan de inmediato.

—Pero…pero, no entiendo. ¿Cómo ocurrió? —Pregunta él. Se separa de ella tan sólo para poder cubrirla con su incredulidad. El rostro embargado de cuestionamientos—. ¿Cómo conseguiste algo así? ¿Acaso fue tu padre? ¿Por qué nunca me dijo nada al respecto?

—Yooo…no creo que papá, aún con todas sus influencias, tenga el poder de lograr algo como esto, David —Sam se muestra, una vez más, temerosa delante de él.

—¿Por qué? ¿De qué estás hablando? Si no fue él, ¿entonces, quién pud…

A David se le corta la respiración en cuanto lo invaden los discernimientos, nublándole allí mismo la razón.

—¡Esto es increíble! —Suelta delante de ella. Lanza el documento sobre la cama y se pone en pie atropellando el obstáculo que tiene en frente—. ¿Ahora también tendré que agradecerle de por vida, a este tipo, el haberte enviado de vuelta a casa?

—David, no seas así —le dice Sam sin cambiar de posición; descansa el agobio de su cuerpo sobre las piernas y le mira sintiéndose ya fastidiada de todo esto—. Ya te he dicho que él lo único que ha hecho es tratar de ayudarnos.

—Si, es que sin la intervención de “San Richard” yo no sé qué sería de nosotros, ¿no es así?




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