Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 35

—Kendall…

—¿Qué pasa, Warren? —Pregunta Sam sosteniendo el auricular del teléfono sobre su oído.

—¿Qué pasa?...Pues lo que tenía que pasar.

—¿A qué te refieres?

—A que tu marido y Crowe se están rompiendo el hocico, en este preciso momento, sobre las pistas de vuelo.

—¡¡¿QUÉ?!! —Se desgañita Sam en medio de sus sobresaltos—. «¡Dios mío, David!». Es lo primero que se le viene a la mente. Deja el auricular tirado y sale corriendo a toda prisa hacia la cubierta. «Él no tiene la misma formación militar que posee Richard, lo van a moler a golpes». Y piensa esto apresurando los pasos con desesperación.

Sin embargo, antes de lograr llegar siquiera a su objetivo, se le va el aliento y se le paraliza el cuerpo en medio pasillo, al ver a Richard pasar a su lado como si fuese un vendaval enfurecido. Con el rostro bañado en sangre y provisto de cuantos golpes, moretones y más cortes abiertos, le terminan de desfiguran la expresión de loco embravecido que, de por sí, ya trae puesta y con la cual se cruza delante de ella, ignorándola por completo.

Sam queda con la boca abierta, titubeando sin poder articular palabra alguna. No sabe si ir o venir hasta que la figura de David se aparece también delante de ella. Su apariencia no dista mucho de su contrincante. Lleva la camisa desgarrada, cubierta en sangre, el rostro también y al parecer piensa hacer lo mismo que aquel; porque pasa del lado de ella, dispuesto a obviar el horrorizado rostro que Sam muestra ante él.

—¡David!...¡David! —Se vuelca ésta con sus gritos sobre él; pero David continúa caminando como si no la escuchase. Se aleja de allí, internándose en el laberinto de pasillos, a través de pasos amplios y furiosos.

Es Sam quien, con su insistencia, lo sigue y se apresura a caminar detrás de éste hasta que lo mira introduciéndose en su recámara. Corre y se encierra con él, quedando ambos solos y a puerta cerrada.

—¡Ese malnacido me las va a pagar! —Comienza a renegar David revolviéndose de un lado al otro de la habitación con las manos bien atadas a la cintura. En clara postura de macho rebelde y pendenciero. Deja salir allí mismo y estrella contra el piso un enorme escupitajo cargado en sangre. Continúa halando aire con fuerza por la nariz y traga sangre junto a más mucosidades que, al instante, son puestas también sobre el suelo a través de los sonidos carrasposos de su garganta.

—Ven, siéntate aquí —le dice Sam acercando la silla hasta los desapacibles movimientos de su cuerpo—. Déjame ver.

David se deja caer sobre la silla con suma molestia y permite que Sam comience a examinarle el rostro; pero, sin dejar de lanzar improperios en contra del maldito ese, como continúa llamándole.

—David, no te muevas tanto —le dice Sam intentando curarle—. Tendré que ponerte un puente en la frente para contener este corte.

Sam permanece sobre él atendiéndole; apresurándose a calmar y a desinfectar cada golpe, cada cortada. Cuando llega a la abertura que presenta en el labio, el dolor que produce el antiséptico que ella aplica con la ayuda de un algodón, obliga a David a echar la cabeza hacia atrás huyendo de sus atenciones.

—Shhhh… —sisea ella, entonces, sobre sus labios, intentando calmar el ardor. Sopla algo de aire sobre la herida de David y le besa con mucho cuidado sin dejar de mirarlo a los ojos—. Listo, yo creo que con eso ya fue suficiente.

David permanece sin apartar la vista de ella; sin embargo, luego de unos pocos segundos desiste de su intensidad. Aparta la mirada de Sam y tan sólo advierte como ella comienza a quitarle la camisa, rota y ensangrentada, como si fuese un niño.

—Iré a conseguirte algo de ropa limpia, no me tardo.

En menos de cinco minutos se encuentra de vuelta con la prenda en mano y cuando comienza ponérsela, David se resiste a ello y tomando la camisa por cuenta propia, se viste él mismo.

—Lo siento, yo sólo quería ayudarte.

—Ya me ayudaste lo suficiente, gracias. No tienes por qué quedarte aquí, conmigo. Quizás te urja ir a atender a alguien más.

—¿Qué me estás dando a entender con eso?

—Lo que, de seguro, ya entendiste —le responde David con su juego de palabras y elevando la impertinencia de su rostro hasta ella, recibe de inmediato una bofetada por parte de Sam sobre sus heridas.

—¡Eres un malagradecido, David, ¿lo sabías?! Yo me encuentro aquí preocupada por ti y tú lo único que haces es faltarme al respeto.

—Pues nadie te ha pedido que te preocupes por mí —le impugna éste elevándose de la silla a través de la misma impertinencia.

—¡¿A dónde vas?! —Demanda saber Sam.

Advierte como David comienza a caminar hacia la puerta.

—¡Me largo de aquí!

—Ni siquiera tienes asignado un lugar en el cual poder estar.

—¿Por qué crees que me dirigí hasta acá? Si no te juro que ni estando demente me quedo aquí contigo.

La expresión en Sam se extiende en asombro e indignación.

—¡Gracias! —Se deja decir sobre él con el sarcasmo de su voz y apresurándose a interponer el cuerpo ante David, le impide la salida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.