Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 37

Antes del amanecer, Sam ya se encuentra en pie; ajustándose el uniforme y poniéndose los zapatos mientras permanece sentada al borde de la cama, justo al lado en donde yace el rostro privado de Richard. Sus continuos movimientos, muy pronto, le despiertan en medio del sopor del sueño.

—Hola.

—Hola —responde ella con suavidad y acercándose hasta él, se inclina sobre su rostro tan sólo para poder besarle en la frente. Su expresión adormilada termina de despertar.

—¿Te marchas tan pronto?

—Debo trabajar —le dice Sam terminando de ajustarse las correas de los zapatos. Supongo que tú también debes hacer lo mismo.

—Supones bien —le dice Richard incorporando medio cuerpo y apoyándose sobre su codo, comienza acariciar la espalda de ella con la otra mano—. Tenía que estar en la cubierta desde hace dos horas.

—¿Ahora también abandonas tus responsabilidades, Mayor? Te van a arrestar —le dice Sam a través de gestos cómicos y pendencieros.

—Por ti me arriesgo a lo que sea. Quería permanecer a tu lado el mayor tiempo posible.

La mano de Richard abandona la espalda de Sam y comienza a repasar sus hombros y su cuello en un suave masaje que, al instante, reproduce en ella gestos de alivio y tortura entremezclados.

—Richard…

—Dime.

—¿Aún la invitarás a salir?

La mano de Richard se detiene por un segundo.

—Supongo que sí…Si, sí lo haré —le dice, entonces, con decisión y continúa con el masaje sobre su cuello—. ¿Todavía te molesta la idea?

—No sólo me molesta. Me pone furiosa el tan sólo imaginarte al lado de ella; pero, ¿qué más puedo hacer?

Las tenues sonrisas de Richard no hacen otra cosa que agravar su semblante.

—Ven acá —Le escucha decir a través de su consuelo.

Los tristes y remilgados pucheros de Sam se dejan caer de inmediato sobre él; quedando su cuerpo inmerso en medio de su abrazo.

—¿Qué derecho tengo yo a impedirte nada? A que rehagas tu vida.

—Te amo —Es la contestación que recibe ella sobre todo aquello.

—Y yo a ti, mi amor. Te amo mucho; sólo quiero que seas feliz.

—Ya vete o llegarás tarde —susurra él poniendo un tierno beso sobre su frente.

—Uhmjú —responde Sam con tonos resignados. Se separa de su cuerpo en medio del dolor de su alma y volviéndole a ver, una vez más, antes de marcharse; abre la puerta y sale de allí con apresurados pasos.

Richard se deja caer de nuevo sobre la cama, la mano sobre su frente baja y recorre por entero su cara. El pecho se le infla en continuos y amplios resoplidos.

—¡Crowe! ¡Crowe! —Se escucha, entonces, el sonido metálico de su nombre a lo lejos.

—Aquí —pronuncia Richard introduciéndose el intercomunicador en el oído. Se sienta al borde de la cama y termina de repasar su rostro con pesadez.

—¡¿Dónde, putas, estás?! Hace horas que deberías estar aquí. ¡Esta mierda se complicó!

—Voy para allá —responde Richard de inmediato y levantándose de allí con rapidez, termina de vestirse del mismo modo y sale cuanto antes.

 

 

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Aquellos pasos apresurados han llevado a Sam a ingresar con premura a su recámara. El colchón aún permanece tirado en medio de la habitación y sobre el mismo desorden de la noche anterior, yace ahora mismo el cuerpo de David tendido boca arriba sobre las sábanas. Se nota que ni siquiera tuvo la voluntad para colocar el colchón de vuelta sobre la cama o para introducirse debajo del cobertor…tan siquiera para quitarse los zapatos. Así como llegó, del mismo modo se tumbó y cayó preso del cansancio de toda una noche de labor. Una noche que rindió sus frutos cuando por fin lograron descifrar aquella tecnología tan avanzada, desarticulando de inmediato el arma que llevan a bordo.

Sam se aproxima hasta él y cae de rodillas a sus pies; se apresura a quitarle los zapatos para que David pueda descansar con más comodidad. De igual manera desabrocha y baja la cremallera de su pantalón, despojándolo de la prenda sin peligro alguno de que éste llegue a despertar. Se encuentra tan privado, en medio de agotadas respiraciones, que tan sólo alcanza a percatarse cuando Sam comienza a quitarle la camisa.

—¿Qué haces? —Se despiertan, entonces, sus susurros. Se elevan hasta ella con mucho esfuerzo a base de tonos roncos y entrecortados.

—Shhhhh… —Sam lo cubre hasta los hombros con la frazada y viendo como él, simplemente, se voltea de lado en medio de su sueño, comienza a acariciar sus cabellos castaños como si fuese un niño—. Hiciste un excelente trabajo. Estoy muy orgullosa de ti, mi cerebrito —susurra muy cerca de su oído—. Eres un genio, ¿lo sabías?

Sus labios lo recompensan con un suave toque sobre las mejillas.

—¿Dónde estabas?




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