Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 39

Cuando los ojos de Sam se abren, los rayos del sol ya se encuentran rebotando como miles de chispas que estallan sobre la quietud de las aguas. Se hayan a bordo del tercer buque y el rostro de Richard yace privado a su lado, sentado en una silla al borde de su cama. El cordón dorado, atado al cuerpo de la mariposa, se encuentra envuelto en su mano. Las lágrimas comienzan a desbordarse de los ojos de Sam con desespero.

—¿Qué fue lo que hiciste?...¡¿Qué fue lo que hiciste?! —Los manotazos sobre el rostro de Richard lo despiertan en medio de sobresaltos. Se deja caer sobre el respaldar de la silla y sostiene las manos de Sam en un alocado intento por quitársela de encima—. ¡Tú lo dejaste allí! ¡Tú lo dejaste morir! ¡Me hiciste abandonarlo allí para que él se muriera solo!

Es Warren quien, con paso firme y apresurado, ingresa a la habitación y tomando a Sam por el hombro la empuja lejos de Richard, haciéndola caer sentada sobre la cama. Un fuerte manotazo sobre el rostro, termina de poner a raya sus comportamientos.

—¡No vuelvas hacer eso! —Advierte Richard en dirección a Warren.

—Él fue quien te salvó la vida —comienza a decir Warren obviando aquellas advertencias—; si no fuese por el Mayor todos estaríamos muertos…incluso tu esposo —La expresión en el rostro de Sam lo dice todo—. Si, así como lo oyes, estúpida; tu esposo está en el hospital —le informa Warren.

Su mirada enloquecida se dirige hasta Richard, buscando de él sus afirmaciones. En cuanto lo mira asentir confirmando que las palabras de Warren son ciertas, Sam se incorpora sobre las rodillas y busca salir de la cama.

—Quiero verlo, por favor —pronuncia en medio de sus lágrimas.

Richard se acerca hasta ella y se preocupa por poner el dije de nuevo entre sus manos, acariciando luego su mejilla enrojecida por el golpe.

—Llévala con él —le ordena a Warren.

La mirada de Sam se eleva hasta éste.

—Gracias…gracias —pronuncia con el rostro lleno de remordimientos—…perdóname.

—Está bien, mi amor…Ve.

Sam sale de allí junto a Warren y mientras van caminando por los pasillos, termina de acomodarse los cabellos en una simple coleta. El uniforme que viste está sucio y manchado, también intenta arreglarlo al igual que su rostro. Pasa las manos sobre su cara limpiando las lágrimas y los fluidos que todavía le empañan la mirada y la respiración.

—Eres una idiota.

—Lo siento, es que yo pensé que él…

—Él se devolvió sólo por ti —la interrumpe Warren—. Arriesgó su vida para salvarlo también a él y lo hizo únicamente porque sabe lo importante que es tu esposo para ti. Por suerte el otro nerd todavía se encontraba a bordo.

—¿Quién? —Pregunta Sam.

—El otro…el que se encontraba en el laboratorio. El Mayor lo llevó a rastras consigo y con las indicaciones que le dio tu esposo, lograron detener la cuenta regresiva que tenía incorporado el torpedo.

El rostro de Sam se alarma; ahora comprende el desespero de Richard por querer sacarla de allí.

—Entonces, ¿no hubo explosión?

—No, por suerte no la hubo —le informa Warren—. Esos malditos…¡Ja! Ni siquiera pudieron hundir el portaviones y fue todo gracias a tu esposo. La única arma que todavía se encuentra activa, ahora mismo la están desarticulando con los procedimientos que ya quedaron establecidos —Warren hace una pequeña pausa y luego…—. Él se encuentra muy delicado, Kendall —Y le informa esto a Sam con la seriedad de sus palabras puestas también sobre su rostro—. Lograron sacarlo únicamente porque el Mayor y el nerd introdujeron maquinaria de soporte debajo de los escombros. De otro modo, jamás habrían podido remover los materiales tan pesados que cayeron aplastando su cuerpo. Tu esposo está muy grave —le dice y con esto las lágrimas de Sam comienzan a bañar de nuevo su rostro.

Apresura los pasos hasta llegar al área médica del buque.

—Quizás si estuviésemos en casa —le informa el médico a cargo de su caso— o al menos en el portaviones; pero aquí…Lo siento mucho, doctora —Se deja decir el médico con franqueza delante de ella—. Hemos hecho todo lo posible, un traslado aéreo en este momento sería fatal. Tiene fracturas prácticamente en todo el cuerpo; uno de sus pulmones colapsó. Ahora mismo está bajo soporte respiratorio; además —le dice el médico poniéndola en sobreaviso—, tiene una hemorragia interna. Intervenirlo a estas alturas sería inútil, usted lo sabe…lo siento. La única oportunidad que tenemos es esperar a que resista los dos días que duraremos en llegar a puerto.

Sam entra arrastrando los pies en la habitación en la que se encuentra David y tiene que sostenerse de la pared al verlo postrado en aquella cama, lleno de tubos y más vías llenándole el cuerpo por todas partes. Las máquinas que lo sostienen con vida, soportan el peso de su respiración y elevan el pecho de David de arriba abajo y de forma continua.

—Hola…hola, bebé —susurra ésta acercándose hasta él e inclinándose sobre su rostro, comienza a repasar sus cabellos con lentas y suaves caricias, mientras le llena la piel pálida y amoratada de dulces y cuidadosos besos humedecidos por las lágrimas—. Aquí estoy…aquí estoy —pronuncia Sam de nuevo. Toma la mano de David y deja salir una tenue sonrisa, cargada en llanto silencioso, al sentir como éste responde a su contacto apretando de vuelta su mano—. No te preocupes por nada, resiste. No me moveré de tu lado hasta que lleguemos juntos a casa con nuestros niños. Descansa, mi amor. Mi bebé hermoso, mi bebé precioso…No te rindas, por favor —pronuncia ella con los labios puestos sobre su frente.




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