Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 40

Esa misma noche, Sam recibe la visita de Lorie y haciéndola pasar enseguida, pone una taza de té entre sus manos, mientras comenta el incidente frente al calor de la chimenea.

—Entonces, ¿decidió marcharse?

—Así es —responde ella llevándose su propia bebida a los labios.

—¿Y por qué no le dijiste nada?

—¿Para qué? Quién soy yo para intervenir en su destino. Él mismo lo dijo una vez: "Soy un militar, eso es lo que soy" y tiene razón —pronuncia Sam absorbiendo las llamas de la chimenea dentro de sus ojos—. Si alguna vez pensó en dejar atrás todo aquello, violentando su propia naturaleza, fue por su hijo y por nadie más…Mis niños, ahora mismo, duermen en paz dentro de sus camas y no seré yo quien traiga el desasosiego, de nuevo, a sus vidas.

—¿Aún lo amas?

—Y qué si aún lo amo —responde Sam—. Eso ya no importa —toma la manta que reposa sobre el respaldar del sillón en el que se encuentra sentada y cubre su cuerpo del frío—. Tengo muchos cobertores.

Lorie ríe en el acto.

—Ha sido un camino largo y tortuoso, ¿no es así?

Mas Sam no responde, simplemente baja la mirada y cierra los ojos mostrando su cansancio delante de ella.

—Ojalá estuviese aquí —pronuncia con el susurro entrecortado de su voz.

—¿Quién? —Pregunta Lorie.

—David...Mi David. Lo daría todo porque estuviese aquí. Porque pudiese ver a sus hijos crecer, tan fuertes y hermosos, como lo están haciendo. Me arrepiento de tantas cosas. Lo extraño tanto, Lorie.

—Bueno, si eso es así —pronuncia ésta luego de un breve silencio—; entonces, ve con él.

La mirada de Sam se posa sobre Lorie con profunda y detenida fijación.

—¿Qué?

—Que vayas con él —repite ésta con singular naturalidad.

—Lorie, ¿qué estás diciendo? —Pronuncia Sam a través de confundidos tonos.

—Yo creo que ya es hora de que vuelvas…Debes ir a casa, Dorothy.

La taza de té que sostiene Sam entre las manos, cae estrellándose contra el piso. Sus ojos se extienden con alarma.

—¡¿Cómo me llamaste?!...Lorie, me estás asustando.

—¿Por qué? Ya es hora de que despiertes, niña. El viaje terminó.

—Lorie…

—Despierta, Sam.

—Lorie —resuenan los trémulos sonidos de su voz.

—Despierta...

 

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—Despierta, Sam...Sam, despierta...¡Sam! —Casey la sacude con fuerza en medio de sus gritos.

Los ojos de Sam se abren por medio de sobresaltos y en cuanto la mira, deja salir un grito desesperado y se lanza de la cama cayendo sentada sobre el piso. Retrocede con las manos puestas sobre la alfombra hasta dar tope contra la pared.

—Pero, ¿qué tienes? Parece que hubieras visto un fantasma —pronuncia Casey acercándose hasta ella—. Has tenido muy mal dormir toda la noche. Sinceramente te digo, amiga, que no me extraña. Con semejante borrachera que te pusiste…Dejaste todo mi auto lleno con tus asquerosos vómitos. Por poco y te matas bajando por la enredadera de los Oliver. Sólo a ti se te ocurre salirte por la ventana de la habitación de David en semejantes condiciones.

—¡David! —Se deja decir Sam con alarmados tonos—. ¿Dónde está?

—¿Cómo que dónde está? Pues en su casa, herido y maltrecho, donde lo dejaste anoche. Aún no puedo creer que lo hayas hecho con él, ¿eh, amiga? En serio, que te pasaste.

—¿Que haya hecho qué? —Pregunta Sam. Eleva el caos de su mirada adolescente hasta llegar a ella.

—Pues, eso. Tú ya sabes.

—No, no lo sé...¿Qué?... ¿Qué fue lo que hice?

—Eso —repite Casey con pronunciares apretados, retorciendo los gestos delante de ella para que ésta le entienda.

Unos segundos más con la mente en blanco y luego...

—¡No! —Se deja decir Sam por todo lo alto. Sus tonos son incrédulos y llenos de asombro—. ¿Estás segura?

—Por supuesto que estoy segura; si tú misma me lo dijiste como si hubiese sido la gran hazaña del mundo…Y con ese nerd, ushhh. ¿Qué, ya no te acuerdas de lo sucedido anoche? La vieja Oliver, tu necedad por ir a verlo a pesar de sus advertencias. Me llamaste poco antes del amanecer y me hiciste volver allá para que fuese por ti. En serio que no sé cómo pudiste hacer algo así con él —pronuncia Casey a través de amplios gestos llenos de desagrado.

Es allí, cuando el rostro de Sam se ilumina como el sol de medio día, pues acaba de recordarlo todo y llevándose la mano hasta el vientre, sonríe con ilusión.

—Susan —deja salir, entonces, en medio de tonos maternales. El brillo que inunda su mirada atraviesa a su amiga con emoción.

—¿Quién? —Pronuncia Casey.




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