Torbellino: Verdades a la Luz (novela Romance - Volumen 2)

Capítulo 4

—Sam, despierta…¡Cariño, despierta! —Lorie sacude a Sam en repetidas ocasiones hasta que logra sacarla del horrible sueño y el cual, deformaba las líneas de su cuerpo con violentas sacudidas—. Siéntate aquí…tranquila, respira hondo. Eso es —pronuncia su amiga con serenas y pausadas indicaciones. Se preocupa por pasar una toalla sobre el rostro empapado de sudor que ahora se apoya sobre su hombro en completa descomposición—. Así es, lo estás haciendo bien, cariño. No dejes de respirar.

—Lorie…Lorie…

—Lo sé…Shhh, lo sé, serénate. Aquí estás a salvo, ya pasó. Ven, apóyate en la pared —le indica. Lorie la ayuda a sentarse sobre la colchoneta y continúa limpiando las gotas de sudor que aún descienden a través de la frente de Sam—. Está bien, puedes llorar si eso es lo que quieres —le dice—. Nadie te escuchará aquí —menciona ésta, haciendo referencia a la habitación que acondicionó para Sam en el hospital y en la que ella puede descansar, al menos un poco y a intervalos, a lo largo de sus guardias.

Pero Sam se preocupa por respirar hondo una vez más y retira con suavidad la mano que contenía las lágrimas de su rostro.

—No, no quiero llorar —responde—…Ya no quiero llorar más, por favor.

—Está bien, no tienes que hacerlo si no quieres.

—Lorie, ya deja de hablarme así, ¿quieres?

— ¿Cómo? —Pregunta su amiga con preocupación.

—Como si fuese una loca a la que tienes que seguirle la corriente, para que ésta no se salga de control…Yo sé que estoy loca —menciona Sam luego de una breve pausa y en la que la mirada de Lorie no desmintió las palabras antes mencionadas—. Tan sólo no necesito que me lo recuerden a diario.

—Tú no estás loca, cariño. Pero sí, tienes toda la razón —pronuncia Lorie, al tiempo que emprende con sus manos un breve recorrido sobre el estado de las piernas de Sam—; si no somos precavidas, las cosas pueden empeorar y lo sabes por experiencia propia. ¿Puedes mover las piernas?...¿Si? Muy bien, entonces intentemos ponernos de pie.

—Espera —pronuncia Sam. Al ver que sus extremidades todavía la traicionan, pide que le den un par de minutos más.

—Lo siento, Sam, pero si esto continúa así tendré que conseguir una orden para que te suministren de nuevo los medicamentos.

—Ni siquiera te molestes en hacer algo así.

—¿Por qué?

—Porque no pienso tomarlos.

—Pero, Sam.

—No, Lorie —manifiesta Sam apoyándose de la cama. Ensaya cómo dar los primeros pasos fuera de las amenazas de su amiga—. No pienso volver a caer en todo aquello, ¿me entiendes? No me sumergiré de nuevo en ese infierno, nunca más.

—Ese infierno, como tú le llamas, fue lo único que evitó el que te perdiéramos por completo.

—¡Entonces, ¿por qué no me dejaste perder?! —Arremete Sam con sumo enojo. Estalla en contra de los reclamos de Lorie—. ¿Para qué, diablos, me retuviste en medio de toda esta mierda que ahora gobierna mi vida?  En este momento quizás podría estar con él…y con mi hijo. Debiste dejarme morir aquel día, en aquella asquerosa camilla de hospital.

La mirada de Sam se oculta en medio del dolor con el que arrastra estas palabras, al tiempo que se le cierran los puños con ira.

—¿Así que eso es lo que deseas? ¿Estar muerta para no tener que enfrentar tu realidad?

—Mi realidad es un asco, Lorie. ¿Qué acaso no lo ves? Ni siquiera sé para qué, demonios, fue que volví. Mi hija me odia, no acepta verme, no entiende razones.

—¿Y David?

—¿David? ¿Qué hay con él? —Cuestiona Sam, sin saber a qué se debe que el nombre de éste salga a relucir en la conversación.

Lorie se muestra sorprendida, anonadada sería la expresión más acertada.

—¿Cómo que qué hay con él, Sam? —Le pregunta—.  ¿Qué acaso David no significa nada para ti?

—Por supuesto que sí —Es su respuesta más amplia, ágil y sincera.

—¿Y el pequeño?

—Lorie, no me hagas esto —responde Sam. Deja caer, una vez más, la fatiga de su cuerpo sobre la camilla y se sostiene la cabeza con ambas manos.

—¿Que no te haga, qué? —La interroga su amiga. Se sienta a su lado y pasa su brazo por encima de los hombros de Sam. La atrae hacia ella en un conmovedor abrazo que intenta consolar el par de lágrimas que, por fin, se han dignado a deslizarse a través de sus mejillas—. Después de todo, quizás si haya algo por lo que valga la pena vivir, ¿no es así?

—Si, sobre todo cuando David se entere de la verdad, me repudie por lo que hice y termine de alejarse de mi vida y junto con él…mi niño —responde ella, retirándose de su lado—. No, Lorie —le añade Sam mientras se acerca y busca refugio en uno de los ventanales que tiene en frente. Une la cabeza al vidrio empañado por el frío otoñal—, lo mío ya no tiene remedio. Mi suerte fue echada desde hace mucho tiempo atrás.

—David te ama mucho —menciona Lorie. Se acerca por detrás y apoya la mano sobre el hombro de Sam—; ya verás que todo se resolverá de la mejor manera, él sabrá comprender.

—¿Él sabrá comprender? —Repone Sam sin intentar siquiera moverse de su sitio. La tétrica y lamentable sonrisa que se asoma de su rostro, se asemeja más a la burla que a cualquier otra cosa—. ¿Qué sabrá comprender, amiga mía? ¿Que le mentí? Que lo he engañado por más de diez años y continúo haciéndolo sin intención alguna de hablarle con la verdad por miedo a su reacción. Que jamás podré llegar a amarlo como él desea ser amado. Que cuando me toma entre sus brazos y sus labios acarician los míos, es el rostro de alguien más el que se hace presente en mis pensamientos. ¿Eso es lo que él sabrá comprender? —Pronuncia Sam con repudio, mientras dirige la penumbra de su mirada hasta encontrarse con la seriedad en el rostro de Lorie.

Ésta sabe muy bien, a fuerza de conocerla por tantos años, que cuando Sam adopta la pose de niña berrinchuda y rebelde, no hay quién la haga salirse de sus torbellinos mentales; así que poniendo de lado las contemplaciones, ejerce sobre ella el don de mando que le fue otorgado sobre su caso.




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