Torbellino: Verdades a la Luz (novela Romance - Volumen 2)

Capítulo 7

Aún puede verse con la niña entre los brazos y arropándola luego sobre la cuna que se encontraba al lado de su cama. Recuerda el rostro de su bebé mirándola fijamente la noche en que se inclinó sobre ella y la besó por última vez, con la clara convicción de que esa sería la última ocasión en que sus ojos la verían. Luego se despidió de su hija para nunca más volver a saber de ella.

«Cuan equivocada estaba», piensa Sam, sintiendo como se le aprieta un nudo en el estómago. Ya que ahora mismo puede mirar como la niña, permaneciendo sentada sobre la cama, abandona de inmediato los brazos de Alexandra, con la única intención de darle la espalda a su indeseable presencia en el lugar.

—¿Qué haces aquí? —Reacciona Alexandra poniéndose en pie y caminando hasta Sam, la enfrenta cara a cara sin disimular la molestia remarcada sobre su rostro.

—Mamá, por favor, no comiences —responde Sam a la altanería mostrada por su madre—. Si estoy aquí es porque papá así me lo permitió, lo sabes muy bien.

—Yo, lo único que sé... —menciona Alexandra, mientras cruza el umbral de la puerta, toma a Sam por el brazo y la arrastra junto con ella hasta la mitad del pasillo—. Es que si vuelves a hacer llorar a mi hija...

—Tú puedes hacer conmigo lo que quieras, mamá. No me interesa —contestan sombrías declaraciones delante de las amenazas de Alexandra—. ¿Quieres desintegrarme el rostro a golpes? Anda, hazlo, yo no me opondré. ¿Quieres expulsarme de tu vida para siempre? Por mí, está bien. Me iré de una vez por todas y nunca más volverás a saber de mí. Pero antes...antes déjame hablar con ella, por favor...¡Por favor, mamá! —Suplica Sam ante el silencio impuesto por su madre—...Mamá...

—Cinco minutos —pronuncia Alexandra—. Eso es todo lo que tienes —se digna a responder ésta extendiendo la palma de la mano frente al rostro de Sam—. Cinco minutos y únicamente porque tu padre así lo dispuso. Después de eso te quiero fuera de aquí, ¿me entiendes? Al menos hasta que hable con tu padre y dispongamos un horario de visitas que no altere el entorno y las actividades de Susan.

El rostro de Sam reacciona de inmediato.

—Si, mami, así lo haré —responde al instante. El brillo de su mirada busca con ansias los ojos de su madre—. Gracias —le dice esbozando una pequeña sonrisa delante de Alexandra.

No así la expresión de ésta permanece inmutable.

—No me lo agradezcas tanto —responde tan fría y hostil como siempre—. Si lo hago es por ella y no por ti. Así que, se prudente...Cinco minutos —repite mientras le da la espalda a Sam y se aleja por el pasillo extendiendo la mano una vez más sobre su cabeza.

Sam no espera a que la figura de su madre termine de perderse por los amplios pasillos de la enorme mansión; camina de vuelta hasta la habitación de Susan y se detiene justo bajo el marco de la puerta, frotándose las manos entre sí con nerviosismo. Observa como la niña permanece firme sobre su posición de rechazo, así que respira hondo y golpea la puerta en un par de ocasiones.

—Hola, Su... ¿Me permites pasar?

Susan no responde más que con un rápido e insolente movimiento de hombros que, es claro y le indica a Sam, ella puede hacer lo que se le venga en gana.

Así que con descaro ingresa donde sabe que no es bien recibida. Camina con precavidos pasos y sin dejar de frotarse las manos, se sienta con cuidado sobre la cama, al lado de su hija.

Pero Susan no se mueve, sino que continúa dándole la espalda a Sam; quien esconde ambas manos entre las piernas y comienza a balancearse muy despacio, de un lado al otro, mientras recorre con amplias miradas su antiguo refugio. Es inevitable que los recuerdos continúen bombardeando su mente.

El color de las paredes, la distribución de los muebles; hasta el aroma del lugar. Es increíble que aún conserve dentro de su memoria detalles como la brisa de verano con toques brillantes de frambuesa siendo rociados por todo su cuerpo de adolescente. El aroma se esparcía por todo el espacio, demarcando el territorio con su juventud e inexperiencia. Qué se iba a imaginar ella por todo lo que tendría que atravesar hasta llegar al lugar donde se encuentra sentada en estos momentos. Esto la lleva a divagar aún más y sin darse cuenta, comienza a narrarle a la pequeña acerca de cómo esta era antes su antigua habitación. Le habla acerca de los afiches colgados sobre las paredes de su banda de rock favorita y de cómo aquella misma música era testigo del desorden que imperaba siempre en el lugar; por ello las constantes reprimendas que recibía por parte de su madre y de nana.

Le cuenta de las numerosas fiestas de pijamas que se llevaron a cabo allí con sus amigas. Fueron muchas noches de desvelos en medio de sonrisas, carcajadas, pizza a media noche y música a todo volumen. Sesiones de belleza y maquillaje hablando de cuanta tontería se les viniera a la mente. Chicos guapos, por ejemplo. O de cuándo se llevaría a cabo el próximo concierto de su banda favorita.

Guarda silencio por un instante y comienza a recordar de cuanto se burlaban y hablaban mal de la estúpida de Sally Miller y de cómo la marrana había subido un mínimo de cinco kilos desde aquel último verano. Al instante la excluyeron del grupo de amigas y no descansaron hasta que tramaron, ejecutaron y luego se burlaron cruelmente de ella en cuanto Sam le arrebató al novio. Ésta se paseaba del brazo de Steve por los pasillos de la preparatoria, riéndose de la chica en su propia cara. La cerdita había perdido al novio, pues había sido reemplazada por alguien mucho mejor, gritaban todos mientras se burlaban de ella. En más de una ocasión la vieron correr desconsolada hasta ocultarse en los baños; con el único objetivo de caer sentada sobre uno de los retretes y poder así llorar con desespero, pues estaba muy enamorada de él.

La mirada de Sam se eleva invadida de remordimientos. Hará, quizás, un par de semanas atrás que, estando en el supermercado con David, ambos se la encontraron mientras hacían las compras. Sally de inmediato le brindó un caluroso saludo a David; pero a Sam, a ella no hizo más que mirarla con extraña fijación. De seguro por los muchos años de ausencia y quizás también preguntándose, ¿qué haría ella ahí? ¡Y del brazo de David! Aquella exhaustiva mirada la incomodó tanto, que Sam terminó apartándose de David. Tomó a Ben entre sus brazos y con la excusa de ir por un bote de helado para el postre, huyó de la amigable conversación de la cual se vio excluida por completo.




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