Torbellino: Verdades a la Luz (novela Romance - Volumen 2)

Capítulo 8

—¡David! —Pronuncia Sam al borde de un infarto.

—¿Qué sucede? —Responde David. Esboza una mueca burlona que le abarca media expresión mientras sostiene a Ben de la mano—. Tal parece que hubieras visto un fantasma.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Vino a preguntar por ti —interviene Jim con cordialidad en medio de ambos.

Lo que no hace más que agravar la situación para Sam. Haber encontrado también a su padre en medio del salón ¡Y hablando a solas con David! De inmediato se le descompone el rostro delante de ellos. Enormes gotas de sudor frío comienzan a descender a través de su expresión sin pedir permiso y se le empapan las manos con la misma sustancia, asquerosa y pegajosa de siempre. Ésta termina por ser untada en el roce inmediato de la tela de su pantalón.

«Dios, por favor; que a mi papá no se la haya ocurrido mencionarle nada a David acerca de la niña». Las plegarias comienzan a ser elevadas de forma constante y silenciosa. Ya puede sentir como se le comienzan a revelar los músculos de las piernas.

Ben como siempre y es dado por costumbre, se suelta de la mano de su papá y corre para lanzarse a sus brazos. Sam tiene que asirse de inmediato del pasamanos para no caer junto con el niño.

Es esa misma costumbre la que lleva a David a seguir los pasos de su hijo y acercándose hasta ella, plasma un generoso beso en los labios de Sam.

—Hola.

—Hola —resuena una trémula respuesta a través de todo el salón.

—¿Ya nos vamos a "casha"? —Pregunta el niño demostrando cierto fastidio. Se nota que está aburrido y cansado de estar allí. Lo cual es aprovechado de inmediato por Sam.

—¡Si! Si...ya nos vamos a casa —responde de inmediato. Se toma con la misma rapidez de la mano de David y lo hala junto con ella para emprender la huida.

Sin embargo, la figura de David permanece estática y la fuerza de su negativa no hace otra cosa que rebotar los pasos de Sam hacia atrás. No pudo evitar experimentar un dèjá vu al sentir el mismo frío del otro día sujetándole la mano. El mismo sudor alterado y gelatinoso, creando sonidos acuosos con el contacto inmediato de su piel.

—¿Está todo bien? —Demanda saber éste al instante y confronta el pánico reflejado en el rostro de Sam.

—Hija, ¿te sientes bien? —Jim se acerca hasta ellos y haciendo lo mismo, lleva el dorso de su mano hasta tocar la frente de su hija—. Te pusiste pálida.

Sam los mira a ambos sin saber qué hacer, no puede responder. Un bolo amargo y pastoso que enreda su lengua contra el paladar, detiene sus palabras. Una pregunta más por parte de cualquiera de los dos y siente que se hará encima.

—¿Está todo bien con Susan? ¿Hablaste con ella? —Prosigue Jim, como un eco retorcido y detonante que la obliga a actuar rápido. Porque Sam no se hace encima, pero si hace prácticamente lanzado a Ben a los brazos de David y hundiendo la cabeza en el jarrón que se encuentra muy apropiado y bien ubicado al pie de la escalera, comienza a vomitar enseguida.

De un pronto a otro tiene a todo un séquito de hombres, afanados y bastante preocupados, rodeando su tragedia.

David sostiene con fuerza a Ben contra su costado y con la ayuda de su otra mano se apresura a sujetar los cabellos de Sam hacia atrás; intentando que no se mojen con los chorros de vómito que, se oyen, están estrellándose contra el fondo del jarrón.

Ben se revuelve contra la fuerza de su padre; quiere saber qué le sucede a su nueva madre; pero David no se lo permite y lo obliga a permanecer atado a su cintura para que no le estorbe al señor Kendall. Quien en este preciso momento corona la humillación de su hija, tomándola por la cabeza como si fuese una niña y pasando la otra mano sobre la espalda de Sam, una y otra vez. Intentando, según él, aliviar las dolencias que la mantienen aún con la cabeza hundida en el fino y mancillado jarrón de Alexandra.

—Tranquila, hija.

—Papi, ¿qué "pasha"? —Demanda saber el pequeño Ben. Todavía Intenta liberarse de la sujeción de David, pero no puede.

—Nada, campeón. Todo está bien, tranquilízate.

Sam continúa vomitando y ante el inesperado: —Samanta, ¿estás embarazada? —Que lanza su padre sobre ella. Tan sólo consigue levantar la mano izquierda para negar con el dedo índice en repetidas ocasiones. Zafándose, así, de semejante acusación en medio de más pujidos carrasposos.

David acude y la secunda de inmediato, moviendo también la cabeza de un lado al otro delante de Jim.

—No, señor — refuerza sus negativas con palabras llenas de sobresalto—; ella no está embarazada. Debe ser algo que comió.

Así es, contesta el dedo de Sam una vez más. Logra, por fin, respirar y cambia de rumbo mientras endereza la postura y se repone lo suficiente como para abandonar el jarrón. Toma asiento en uno de los peldaños de la escalera y es por pedido de la propia Sam que Ben es liberado de la sujeción de David. El pequeño no lo piensa dos veces para lanzarse a sus brazos.

—No te preocupes, cariño, estoy bien —menciona ella acomodando sus cabellos.

—¿Te duele?

—No, mi amor.

—Quiero ir a casa.

—Vamos, David —menciona Sam, aprovechándose de los malestares del niño...y de los propios. No quiere permanecer ni un segundo más allí. Mucho menos en cuanto escucha la voz de Susan asomándose en la cumbre de los escalones.

—¡Papá!

—Subo en un segundo, cielo —responde Jim ante el llamado de la niña.

—¡David, vámonos! —Insiste Sam, comenzando a molestarse. Se pone en pie y siente como los síntomas comienzan agravarse. Si Susan llega a bajar y ellos continúan allí, terminará de nuevo con la cabeza hundida en el jarrón de su madre—. ¿Acaso no ves que no me siento bien? —Le reclama.

—Cariño, pienso que deberías quedarte en casa —interviene Jim ante sus palabras—. Si comiste algo en mal estado, necesitarás de alguien que te...

—No, papá —le interrumpe Sam. Acota de una las intenciones de su padre porque esta vez no piensa ser la hija condescendiente que se somete a los designios de éstos. Se marchará y punto.




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