En cuanto pone el seguro del auto, Sam se siente lo bastante resguardada como para respirar, por fin, con alivio y aunque escucha como su teléfono comienza a sonar, no piensa responderle a su padre hasta no haber salido del edificio.
—Lo siento, papá —pronuncia silenciando el dispositivo. Se ajusta el cinturón de seguridad y rota la llave despertando los escandalosos ronquidos del motor de su Corolla. Pero antes de echar andar su viejo cacharro, Sam se sostiene por un momento con las manos temblorosas sobre la vibración del volante y respira hondo, pues sabe que lo que acaba de imponerse a sí misma no es fácil—. «Serán tan sólo dos meses —repite dentro de sus pensamientos—; lo prometo, papá y después de eso, la verdad saldrá a la luz. Entonces, yo desapareceré de sus vidas una vez más. Pero en esta ocasión…esta vez, me aseguraré de que sea para siempre».
En este punto el rostro de Sam se hunde entre sus manos y se golpea la frente contra la rueda, porque, ¿de qué otro modo podrían ser las cosas? Fue una insensatez pensar que podía seguir ocultándolo. Su padre le sigue los pasos muy de cerca y será cuestión de tiempo para que él o el mismo Adam, se encuentren con David de forma casual o consensuada.
Para muestra de ello, el juego de fútbol de la vez anterior. Al que David y Ben asistieron junto a su hermano un día de domingo. Ella tan tranquila en su trabajo y David tan cercano a la verdad, sin tener idea alguna de ello. Hubiese sido cuestión de que su hermano mencionara cualquier detalle acerca de la niña y de ella, para que David terminara de atar cabos y se diera por enterado de todo. Ya de por sí piensa que es un milagro el que nadie la haya descubierto hasta ahora. Así que continuar tentando a la suerte no es más que una osadía de parte suya.
Sólo ruega al cielo por tener el tiempo suficiente para que David conserve su patrimonio y el de sus hijos. Ya verá cómo le hace para pagarle el dinero a su papá sin tener que deshacerse del inmueble. Así los niños quedarán protegidos junto al padre y ella…ella saldrá despedida de sus vidas por la puerta de atrás. Porque está segura de que David jamás le perdonará lo que hizo.
Su pie se hunde en el acelerador con rabia e impotencia y sale a toda prisa del sótano por la rampa principal.
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—¿Así de fácil es? —Manifiesta David—. ¿Tan simple como que tomas una pluma y firmas un pedazo de papel arreglándolo todo?
Su voz cargada de fastidio no se guarda, ni reprime los tonos, con los que toma el cheque de manos de Sam y lo manipula entre los dedos con evidente frustración. No entiende para qué le hizo caso a ella, si sabía que esto sólo le iba a cargar los ánimos. Y se lo hace saber de inmediato con la manera en que sus ojos se vuelcan sobre ella, haciéndole entristecer el semblante.
—No hables así, David —pronuncia Sam y acercándose hasta él apoya las manos sobre su brazo—. No te sientas mal por esto. La situación que estamos atravesando es momentánea. Verás que pronto todo mejorará para nosotros —le dice.
Lo que no hace otra cosa que caldear aún más los descontentos en David; porque escucharla hablar así y atribuyéndose, como propios, los problemas que le pertenecen a él y sólo a él, dilata de inmediato sus pupilas. Al punto de eclipsar el azul de sus ojos tras la furia que siente consigo mismo.
David sabe, muy bien, que Sam no tiene necesidad alguna de pasar por este tipo de situaciones. Esto por el simple hecho de pertenecer a los suyos. Él sabe que no puede ofrecerle el nivel de vida que ella se merece, al que en realidad está acostumbrada.
—Tu madre tiene razón —pregona al pie de otro mal gesto recién engendrado—. Tú no deberías estar conmigo —Y lanzando el cheque frente al asombro de ella, lo deja caer con profundo desprecio sobre el desorden de su escritorio—. Tal vez no debemos estar juntos. Tal vez tendríamos mejor que separarnos y así tú podrías estar con alguien mucho mejor que yo.
—¿Por qué haces esto?...David, te hice una pregunta, ¿por qué haces esto? —le inquiere Sam y tomándole por el rostro, no consigue que él abandone la rabia con la que continúa mirando el cheque y voltee a verla—. No me importa lo que digas, ¿me oíste? Tú no eres menos que nadie. Tú vales más que todo el dinero del mundo, David. Y si piensas que mi valor hacia ti se mide únicamente por el número de cifras que manejas en tu cuenta bancaria, pues déjame decirte que en realidad no me conoces…
Pero al ver como David simplemente la ignora; todo para continuar ceñido y con el entrecejo fruncido sobre el cheque, Sam se enciende en cólera y dándole la espalda, comienza a caminar buscando la salida del estudio.
…Aunque tienes razón —deja ir sobre él sin detener los pasos—, quizás sí deberíamos separarnos. Pero es sólo porque no te soporto, grandísimo tonto, cuando empiezas hablar de esa manera.
David permanece en pie. Se queda solo y apostado sobre el único boleto de salida que le asegura un rápido escape a todos los problemas económicos por los que está atravesando.
Con un ágil movimiento de sus manos lo arrebata del escritorio y acorralando el fino papel entre la punta de los dedos, se prepara para rasgarlo en dos.
Al instante los cortos y apresurados pasos de su pequeño lo detienen. Ben irrumpe, sin pedir permiso, en el estudio de David. Y al ver el padre como esta pequeña personita, quien depende a plenitud de él. Y que le extiende los bracitos, desde los terrenos bajos de su infancia, tan sólo para ser elevado por su protección. Eso…eso es algo con lo que él no puede y simplemente le hace tragarse el orgullo allí mismo. David toma el cheque y doblando el papel en dos, lo guarda en seguida en su billetera y lo asegura bien en la bolsa trasera de su pantalón; entonces, se preocupa por tomar al niño y lo eleva entre los brazos.
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Editado: 29.05.2024