Torbellino: Verdades a la Luz (novela Romance - Volumen 2)

Capítulo 16

—¡¿Por qué no me respondes?! ¡Te hice una pregunta, Samanta; así que habla!

—No hablaré de eso contigo —responde Sam, esquivando de inmediato el manotazo que su madre intenta acertar a la insolencia de sus contestaciones y con ágiles movimientos, se las ingenia para pasar por encima de nana sin hacerle daño. Corre y pone toda la distancia posible entre ella y la furia de Alexandra, con el único objetivo de resguardarse en el salón—. Basta, mamá. No me obligues a faltarte al respeto —le advierte desde la distancia.

—¿Por qué? ¿Piensas levantarme la mano? ¡Ja! Nada más eso te faltaría.

—No si lo miras como un acto de defensa propia.

—¡¿Qué?!

—Es que tú te pasas, madre.

—Mira, deja de decir tantas estupideces y ven aquí ahora mismo.

—Para que puedas continuar golpeándome...olvídalo. Además, ya te dije que este es un asunto entre mi padre y yo —declara Sam, viendo cómo nana intenta contener los decididos pasos de Alexandra. Pero no lo logra, ya que son segundos para que Samanta contemple el fúrico rostro de su madre a pocos centímetros del suyo—. No te tengo miedo, mamá. Ya no, ¿me oíste?

—¿Cuánto? —Demanda saber Alexandra. Exige una pronta respuesta ante la supuesta valentía que su hija le demuestra y advierte como ésta le sostiene la mirada sin doblegarse delante de su autoridad.

—¿Quién te fue con el chisme? No creo que haya sido papá.

—¿Cuánto, Samanta?

—Tampoco fue Doris, ¿cierto? Tuvo que ser...Si, tuvo que haber sido esa mujer. Fue Kristen, ¿no es así, mamá? Fue ella la que te informó del movimiento de dinero.

—Eso a ti no te importa. Yo soy la señora de esta casa y entérate de una vez por todas que para mí no hay nada oculto entre cielo y tierra; así que comienza a hablar ahora mismo antes de que te pierda de nuevo la paciencia. ¿Cuánto dinero le entregaste a ese chico?

Sam se preocupa por mirar hacia ambos lados y advierte cómo su madre la tiene acorralada contra la pared, así que sin más miramientos y sin más remedio, lo suelta de una vez.

—Un millón de dólares.

—¡¿Quéeee?!

—Mamá, no te pongas así. Te juro que les vamos a pagar hasta el último centavo —argumenta Sam, viendo como su madre pierde por completo la cordura.

La mira halar de la elegancia de sus encumbrados cabellos hasta verlos reducidos a reclamos, alaridos y más gritos que le empapan el rostro y las palabras con sus dramatismos.

— ¡Porque, claro, como siempre yo soy la bruja malvada del cuento! —La escucha gritar como si fuese una desaforada—. Y mis palabras no son más que locuras siendo transportadas por el viento, ¿no es así? ¡Pero mira lo que vienes a hacer tú en cuanto se te da la espalda por un segundo, Samanta!

—¡Mamá, ya basta! ¡Cálmate! No hay razón alguna para que reacciones de esa forma tan exagerada. David y yo les pagaremos, con altos intereses, la suma adeudada en cuanto la propiedad Oliver se venda. No tienes nada de qué preocuparte, es sólo cuestión de tiempo y de conseguir un buen comprador que esté dispuesto a dar la suma justa por el...

—¿Les pagaremos? —La interrumpe Alexandra, sumando las palabras de su hija a la elevada indignación que, de por sí, ya siente—. Tú no tienes por qué pagarle nada a nadie. ¿Acaso eres tú la esposa de ese joven? ¿Eres tú su mujer como para que te adueñes así, de esa forma tan estúpida, de las obligaciones de otros?

—La obligación, en realidad, es mía —responde Sam. Deja salir un profundo suspiro e intenta, por todos los medios, calmar sus ánimos para continuar hablando—. Yo fui quien habló con papá y fui yo también la que pidió el dinero. Así que aquí la única deudora soy yo, mamá. Nadie más.

—Si, pero todo ha de haberse efectuado por indicaciones suyas, ¿no es así? Ese chico te exigió que le pidieras el dinero a tu padre.

—Eso no es verdad. Para empezar, David nunca estuvo de acuerdo con la idea. Anoche, prácticamente, tuve que obligarlo para que aceptara el cheque que papá me dio. Mamá, yo no quiero discutir contigo, lo que te estoy diciendo es verdad. ¿No piensas que es injusto que él pierda su casa por algo que ni siquiera fue culpa suya? Fue el padre de David el que no hizo bien las cosas, no él.

—¿Y es que acaso tenemos nosotros algo que ver con eso? —Declara Alexandra invadida aún por la furia—. ¿Tenemos nosotros alguna obligación con ellos? ¿Como para tener que hacernos cargo también, de sus problemas financieros? No, Samanta —la contradice su madre engrandeciéndose ante ella con aires de superioridad—. No sólo es causa de nuestra vergüenza el que se encuentren los dos viviendo de esa forma. Siendo tú, mi hija mayor, la comidilla de todas nuestras amistades y demás circundantes; sino que además de todo, ahora también me sales con esto.

—Bueno, si esa es la causa de todo el problema... —manifiesta Sam, cruzándose de brazos mientras se adueña de una temible tranquilidad en frente de Alexandra—; entonces me casaré mañana mismo con David. ¿Te parece?

Algo que por poco desata otro ataque de histeria sobre el rostro de su madre. Sam mira como Alexandra retrae la fuerza de su mano para evitar darle otra bofetada; pero eso sí, no se salva de la inmediata retahíla que cae sobre ella.

—...¡Sobre mi cadáver, ¿me oíste? —Culmina la elegante señora con sus gritos.

—¡Entonces, ¿qué es lo que quieres que haga, mamá?! —Se pronuncia Sam sobre los detestables aullidos de Alexandra— ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Porque, por lo visto, no logro complacerte con nada!

—¡Eso es porque todo lo haces mal! Para empezar, tienes que dejar a ese tipo que en nada te conviene y casarte con un hombre de bien, como debe ser.

—¿Dejar a David? Olvídalo, eso nunca sucederá...«No hasta que sea él mismo quien se vaya de mí», determina Sam con remarcada pesadumbre. Además, cómo se atreve su madre a desvirtuar a David de esa forma. Cuando este hombre es el ser más correcto y responsable que hay sobre la faz de la Tierra. Pero, claro, como aquí el problema no es otro que no sea el del dinero. —No te preocupes —deja ir sobre Alexandra con miradas cargadas de rabia—. Si el no tener dinero convierte a David en una persona indeseable; entonces, quién mejor que yo para estar a su lado, ¿no te parece, mamá? En cuanto se venda la propiedad les devolveremos hasta el último centavo —pronuncia Sam, dando pasos firmes y escandalosos que comienzan a llevarla hasta la salida—. Y de paso nos largaremos de aquí; así no tendrán que avergonzarse más por nuestra indeseable presencia.




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