Los días continúan pasando y los fríos aires del invierno permanecen soplando, con fuerza, en los alrededores de la propiedad de los Oliver. Una fina capa en color blanco mantiene la sobriedad sobre jardines y tejados. Esperan pronto llenarse de vida y de júbilo, a través de las decoraciones navideñas.
David, como siempre, trabaja por largas y agotadoras jornadas encerrado en su estudio. Se asegura de llevar el sustento a su familia de todo y cuanto necesiten. Porque, aunque Sam también labora sin descanso, éste se mantiene firme en su decisión de ser el proveedor y como jefe de familia, asume la total responsabilidad de suministrarles hasta el más mínimo de los detalles. Algo a lo que Sam se ha resignado y por ello, no ha vuelto a proferir reclamo alguno sobre el asunto.
Sin embargo, en ocasiones se las ingenia para romper las reglas, como bien tiene por costumbre hacer desde que tiene uso de razón. Como, por ejemplo, ahora. Cuando llega a casa con un modelo a escala de un costosísimo avión de ensamble y lo pone en manos de David envuelto en un sutil, pero agraciado, moño rojo. Ella simplemente observó el precio y miró en la caja que éste era de colección. Así que lo toma enseguida y lo pone frente a él con la mejor de las intenciones.
—No es tan sofisticado como los que tú diseñas; pero espero y te guste —le dice con la mirada embargada de ilusión.
—Es perfecto —responde David de inmediato—. No tenías por qué hacerlo.
—Lo sé, pero quise hacerlo.
—Me encanta, muchas gracias —menciona éste sonriendo y atrayendo el cuerpo de Sam hasta él, le estampa un sonoro beso.
Gestos como estos que tan sólo demarcan la nueva naturaleza de su relación. Llena de comprensión, entrega mutua y servicial. Sin intereses de por medio y lo más importante de todo, definida por el presente. Su presente…el de ambos. Y cómo olvidarlo, liderada también por sus engaños.
Esa tarde, en casa de sus padres, Sam expone frente a Alexandra su proceder con respecto a la propiedad de los Oliver. También impone sobre todas aquellas escandalosas reacciones por partes de su madre, los documentos con los que David habría de ponerla en su lugar y por ello sonríe con amplia satisfacción mientras comienza a buscar la salida, alejándose de ella.
—Era lo menos que ese tipo podía hacer si poseía algo de vergüenza —refuta Alexandra por todo lo alto. Su soberbia no le permitiría menos y persiste con su altanería mientras logra alcanzar, con aquellos tonos, los pasos apresurados de Sam—. Después de tu insensatez, tan sólo tuviste suerte, ¿me escuchas?
—Como quieras —responde ella desde la distancia y sigue con su camino.
Los dos meses que fueron pactados delante de su padre, hace una semana ya que se cumplieron y por eso Sam evita los encuentros con su progenitor, así como un condenado a muerte repele la cita con su destino. Visita a la niña lo menos posible, únicamente para hacerle saber a la pequeña que ella sigue pendiente de su retoño; pero en cuanto puede se escapa y no vuelve a poner un pie en el lugar hasta que sus responsabilidades con Susan así se lo demandan.
Prefiere aparentar que nada sucede y que su relación con David es, por entero, normal. Ha entrado en una completa negación de su realidad y se rehúsa a abandonar el estilo de vida al que en un principio se vio sometida. Mismo que ahora brinda sobre ella la plenitud de ser madre, ser humano y mujer. Algo que jamás se hubiese imaginado en los brazos de alguien más que no fuese él.
Los sueños rotos y las esperanzas perdidas, fueron levantados y reconstruidos sobre una base de cenizas que alguna vez el fuego consumió y aunque todavía no consigue responder con un ”Yo también te amo”, a las constantes declaraciones de amor que recibe por parte de David. Sam sí se asegura de hacerle sentir…“requerido”, como la sabiduría de nana bien supo instruir sobre ella aquella vez.
—No te enojes, mi cerebrito —Se atreve a decir esa misma noche en medio de sus juegos de cama. Se encuentra semidesnuda debajo del cuerpo de David y continúa con sus modos juguetones queriendo hacerle enojar.
—Ya te he dicho que no me digas así —reacciona él aprisionándola debajo de su peso.
—¿Por qué? Si lo eres —lo provoca ésta empleando tonos seductores; entonces se libera de su sujeción y enreda los brazos alrededor del cuello de David—. Tú eres mi cerebrito. Sólo mío y de nadie más, ¿me oíste?
—¿Sólo tuyo?
—Sólo mío…¿Me das un beso?
David sacia los labios de Sam con sus besos y asfixia, allí mismo, su cuerpo con el peso de cada uno de sus movimientos.
—Solo tuyo —jadea él sobre su oído. Permanece diciéndolo y no deja de moverse, dentro de ella, hasta que la escucha estallar de placer debajo de sus continuos murmullos.
Es casi la media noche cuando el brillo de la luna los descubre, por fin, sentados y reposando aquella satisfacción sobre el respaldar de la cama. Intentan despejar sus mentes antes de disponerse a dormir o al menos es lo que David hace. Se encuentra con un libro entre las manos y a su lado, Sam mira la televisión con el control remoto bien atado a los dedos. Pasando canal tras canal, sin mostrar interés alguno por mirar nada en concreto. Tan sólo pretende mantenerse ocupada para no interrumpir la lectura de David…Esto hasta que el aburrimiento le gana.
—Oye, intelectual, préstame un segundo tus lentes —menciona de un pronto a otro y sin permiso de por medio, arrebata los lentes del rostro de David—. ¡Cielos! No pensé que estuvieses tan grave —exclama a través de gestos pendencieros. El aumento de los lentes lastima sus ojos—. No sabía que estuvieras tan ciego, David.
—Dame eso —menciona David con fastidio y recupera el objeto robado entre las burlas de Sam—. Te dañarás la vista —le dice—. ¿Qué, acaso, tu madre nunca te enseñó que no debes utilizar los objetos personales de los demás?
—Yo pensé que te utilizaba a ti por entero —menciona ella—. ¿Qué tiene de malo que pruebe también tus anteojos?
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Editado: 29.05.2024