Los gritos de Sam tan sólo se ven mitigados en cuanto se deja caer al piso y comienza a recoger, con desesperación, el desastre provocado por David. Todo se esparce, ahora mismo, frente a sus ojos. La leche se mezcla con los huevos y se logra contener sólo gracias a la harina que se encuentra dispersa por todo el piso. Forma una masa viscosa que se derrama a través de sus dedos. Sam toma el tazón de plástico que está a su lado boca abajo y lo voltea, intentando depositar en el recipiente todo el engrudo y se traslada de un lado al otro sobre sus rodillas, sorteando con peligrosos movimientos, los trozos de vidrio que volaron al quebrarse los tazones contenidos de las diferentes mezclas. Ahora mismo los colores de la navidad yacen por todas partes: En el piso, en los muebles…hasta en las paredes, adornando con caótica invención la mitad de la cocina.
—¡¿Qué hiciste?! —Le grita ella y continúa levantando, fuera de sí, cuanto molde, galletas y trozos de vidrio se atraviesan frente a los desaforados intentos que hace por desarticular el caos. En una loca carrera contra el reloj, antes de que sus padres regresen a casa y el lío se transforme en algo mucho mayor.
Sin embargo, al parecer, esto a David lo tiene sin cuidado; porque enrumbando los pasos hasta ella y tomándola por ambos brazos, la eleva por el aire y la arrastra con violencia hasta asegurarse de que sus ojos puedan enfrentarla de forma directa.
—¡Tú eres la madre de esa niña, ¿no es así?! —Grita frente al rostro de Sam y sacudiéndola con la misma fuerza, la obliga a que lo mire—. ¡Tú eres la madre de Susan y no me lo niegues! Por eso es que ella no se parece en nada a tus hermanos, ¿verdad? Por eso es que la niña es tan diferente al resto de los miembros de tu familia.
—No, David, tú estás alucinando —Se revuelve Sam entre sus manos—. Por favor, no hagas esto —le ruega.
Pero es inútil, porque nada de lo que ella haga en este momento lo hará caer de nuevo en sus mentiras.
—Sabes —permanece él pronunciando con rabia. Sobre el dolor que se proyecta del rostro de Sam—. Yo siempre me pregunté cuál habría sido la razón…Ese motivo tan descomunal que te llevara a huir lejos de tu hogar. Y luego, todos los problemas que se presentaron para que pudieras integrarte de nuevo a tu núcleo familiar. Todo se me hacía tan extraño, tan fuera de lugar. Pero, claro, tú siempre te negaste a decirme la verdad. Siempre me lo ocultaste todo ¡Y ahora comprendo por qué, Samanta! ¡Te embarazaste, ¿no es así?! —Pronuncia David mientras la sacude con fuerza—. ¡Te embarazaste y luego huiste cuando tu madre, de seguro, quiso enmendar la situación! ¡¿Por qué no me lo dijiste?! ¡¿Por qué me ocultaste algo así?! ¡Yo te habría apoyado!
—¡No dejas de decir más que estupideces! —Arremete ella en su contra e intentando liberarse de él se sacude con fuerza, pero no puede. Sólo consigue que sus brazos comiencen a gritar de dolor al no poder deshacerse del poderío que la mantiene sujeta a él—. ¡Ya déjame! —Le suplica—. David, me estás haciendo daño, por favor, suéltame…¡Suéltame!
—¡No hasta que me digas la verdad!
—¿Verdad? ¿Cuál verdad? Tú estás loco, ¡suéltame!...Ya déjame ir.
—¿Ah, sí…loco? ¿Yo estoy loco? Ven acá —Le dice mientras la atrae con furia y la arrincona contra su cuerpo—. Mírame a los ojos y dime que esa niña no es mía. ¡¿Qué me mires, te estoy diciendo?!
—Me lastimas, David —pronuncia ella al borde del llanto y se muerde los labios frente a sus gritos para mitigar el dolor—. Por favor, suéltame.
Sin embargo, demandas y más reclamos, es todo lo que obtiene de él.
—Todos estos años esperando poder reencontrarme contigo. Todos estos años adorándote…idolatrándote y ahora me vengo a dar cuenta…¡¿Cómo pudiste?! —Se ensaña aún más en contra de ella.
—Auch —deja salir Sam. Los dedos de David se hunden en su carne intentando pulverizarle los huesos—. Me duele, por favor…por favor —continúa repitiendo.
—¿Por qué me hiciste algo así? ¡Dime!
—¡Yo no te hecho nada!
—¿Ah, no?
—¡¡Nooo!!
—¡¿Que me lo digas te estoy diciendo?!
Sam se doblega ante las constantes sacudidas que recibe su cuerpo.
—¡Tú fuiste el que me mintió! ¡Tú fuiste el que me engañó! —Admite, por fin, delante de él con gritos cargados en llanto—. ¡Tú fuiste el que se marchó y me dejó sola! Cuando me enteré de que estaba embarazada, tú ya te habías ido —Sam se arrastra con sus palabras delante de David y abandonando la descomposición de su cuerpo, endeble y tembloroso, entre aquellas manos, deja de luchar en contra de su sujeción.
David la suelta de inmediato, provocando que el inestable cuerpo de Sam se precipite en contra de la isla, golpeándose las costillas al dar contra el filo de su borde.
Después de ver la seña en el cuello de la niña y de hablar con ella, estaba casi seguro de estar en lo correcto. Pero necesitaba oír salir la verdad de los labios de Sam para corroborar lo que, desde ayer, su corazón no dejaba de gritar a grandes voces y ahora…ahora no puede creer lo que acaba de escuchar.
—Entonces, es verdad. Ella…ella es mi…
—Susan es tu hija —confiesa Sam en medio de afligidas verdades y pasando las manos sobre el dolor de sus brazos, intenta aliviar la ira depositada sobre ella.
David deja caer el peso de su cuerpo contra la pared.
—No puede ser…No puede ser —Niega con la cabeza agachada una y otra vez. El malestar de su rostro se intensifica con cada bocanada de aire que infla su pecho en completa enajenación.
—David, déjame explicarte —Se pronuncia ella en medio de la agitada respiración que demuestra éste.
Pero no, ahora no, responden los pasos de David. Ya que con amplias y firmes pisadas buscan ahora mismo la salida, intentando alejarse de ella. De otro modo no sabe lo que podría llegar a hacer, así que debe salir de allí cuanto antes.
—David, por favor —pronuncia Sam y corriendo tras él, lo toma por el brazo. David se libera de ella por medio de un fuerte tirón—. Escúchame, te lo ruego.
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Editado: 29.05.2024