Torbellino: Verdades a la Luz (novela Romance - Volumen 2)

Capítulo 26

Las chicas del servicio, junto con nana, escuchan todo el escándalo y los gritos que provienen de la cocina. Todas se muestran aterrorizadas, no se atreven a poner un solo pie allí, por temor a que el enfurecido hombre arremeta en contra de ellas. Las niñas corren enseguida, una bajando por las escaleras y la otra saliendo a su encuentro desde la biblioteca. Ambas convergen al mismo tiempo y hasta el punto donde se aferran con miedo a los brazos de su nana.

—¡Nana, ¿qué está pasando?! —Pregunta Linda colmada de histeria y se esconde detrás de ella al escuchar como el sonido de objetos sólidos, continúan estrellándose en medio de gritos y más golpes que retumban en contra de las paredes.

—¡Nana! —Se escucha también a Susan. Sus ojos se muestran al borde del llanto.

Una reacción por parte de la niña que alerta de inmediato los sentidos en nana.

—Suban de inmediato a sus habitaciones —las ordena allí mismo— y no salgan de ahí hasta que yo se los indique.

—Hay que llamar a las autoridades —menciona, asustada a morir, una de las chicas.

—Tráeme el teléfono de inmediato —le indica nana con premura. Advirtiendo como, en ese mismo instante, el auto de los señores se estaciona frente a la entrada—. ¡Oh, gracias a Dios! —Exclama ésta y dejando a la chica con el teléfono en la mano, nana corre hasta su encuentro. E informando a los señores, desde la cumbre de los escalones, acerca de la violenta discusión que sostienen el joven Oliver y su niña Samanta, en la cocina. Les ruega que, por favor, se apresuren.

Lo que provoca el desespero con el que, Jim y Alexandra, corren hasta ingresar a la mansión. En efecto, al instante pueden escuchar los gritos y el escándalo descrito antes por nana. Y aumentando con locura los pasos que los lleva a atravesar la puerta, los padres de Sam quedan estupefactos al ver la cocina por completo destruida. David sosteniendo a su hija por los brazos y sacudiéndola, de un lado al otro, como si ésta fuese una muñeca de trapo. Mientras escuchan como ambos se gritan con fuerza y directo al rostro.

Y así como el estallido de un trueno en medio de la gran tormenta, de igual forma se eleva la voz de Jim con gravedad en medio de la trifulca.

—¡David! ¡Pero, ¿qué rayos crees que estás haciendo?! ¡Suéltala ahora mismo! —Le ordena éste con sus gritos.

David al percatarse de la presencia de los padres de Sam, reacciona allí mismo ante lo que hace y mira la forma en la que tiene sujeta a la hija de éstos, así que la deja de inmediato.

—¡¿Qué diablos es lo que está sucediendo aquí?! Los gritos se escuchan hasta la calle. ¡¿Qué es todo este desastre?! —Demanda saber Jim con alterados tonos, entre tanto que exige inmediatas respuestas por parte de ambos.

Sin embargo, ninguno de los dos se atreve a emitir palabra alguna delante del enfurecido semblante de Jim. Hay vidrios regados por todas partes, confinados a resguardar hasta el último centímetro del lujoso piso. Comida esparcida por doquier. El banquete mismo estampado por completo en las paredes y en plena muestra hacia Alexandra de lo que había sido preparado para su degustación. Adornos, arreglos, frutas, utensilios, más desastre encendiendo los colores en el rostro de Jim.

—David, te estoy exigiendo una explicación ahora mismo —permanece éste proyectándose hacia él con el desasosiego de su voz. Tuvo que sostenerse para no irse sobre él a los golpes. «¿Cómo se atreve a sujetar a su hija, así, de esa manera?», piensa enfurecido—. ¿Qué es lo que está sucediendo entre ustedes dos? ¿Por qué discuten de esa manera tan barbarie, aquí en mi casa?

Más David continúa en silencio frente a las exigencias del señor Kendall. Ahora mismo siente no poder lidiar con todo lo sucedido; pues lo único que sabe es, que si no hubiese destrozado la cocina…mejor no quiere ni pensarlo.

—Que su hija se los explique —Es lo único que expulsa delante de ellos con impertinencia—. Yo debo salir de aquí —concluye éste, viéndose acompañado por un gesto grave y enfurecido. Y sin importarle lo que éstos puedan pensar, da media vuelta y enrumba los pasos hacia la salida.

—¡David! —Pronuncia Sam sujetándolo por el brazo.

—¡Suéltame! —Prorrumpe él en medio de sus atrevimientos y tirando de su brazo con insolencia, se libera de ella para desaparecer, luego, por la puerta trasera de la cocina. Dejando a Sam con la penosa responsabilidad de brindar, al escandalizado rostro de sus padres, una explicación válida sobre todo lo acontecido.

—¿Y bien? —Se mantiene Jim muy firme delante de ella. Aún no puede creer lo que el, siempre y bien educado, vecino acaba de hacer. Así que se vuelca con todas sus demandas sobre su hija—. Estoy esperando a que hables, Samanta. ¿Qué fue lo que sucedió?

No obstante, Sam no se muestra capaz de brindar respuesta alguna delante de su padre; ya que, ni siquiera, puede mirarle a los ojos.

—¿Qué pasó? —Persiste él en preguntar.

Pero al ver como su hija permanece muda…

—¡¡AHORA!! —Se deja ir éste por encima de ella con sus gritos. Lo que provoca que Sam por poco y quede pendida del techo al escuchar la furia desatada por su padre—. Creo que toda una vida he sido lo bastante benevolente contigo, Samanta; pero no voy a permitir una ofensa de estas en mi casa…¡La casa de tus padres se respeta! —Promulga Jim soltando un severo manotazo en contra de la mesada de mármol. Promoviendo así que ni siquiera su propia esposa, ose pronunciar palabra alguna delante de sus regaños—. Dime ahora mismo, ¿qué fue lo que sucedió? ¿Por qué un hombre como David, que siempre ha sido de un proceder intachable y tan respetuoso, ha dejado este lugar como si fuese una verdadera pocilga? ¿Por qué te sujetaba de esa forma? ¿Por qué se gritaban ambos así y de esa manera tan irrespetuosa sobre el rostro?...¡Contéstame ahora mismo! —Demanda ante ella.

La mirada de Sam, aún cargada de terror, se enfrenta a su padre en medio de su asombro. Es evidente que su papá sabe que fue ella quién causó, como siempre, todo el problema. Jim conoce muy bien a David como para darse cuenta, de que tuvo que ser algo sumamente grave lo que lo alteró. Al grado de perder la sensatez y dejar la cocina por completo dañada.




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