Entre ellos, todo ocurrió siempre bajo el amparo de la oscuridad. Testigo fiel del furor de sus pasiones y de los constantes recorridos que David emprendía a través de la piel de Sam. Unos bajo el frenesí del deseo y muchos otros, sumido en el sutil contacto que alimentaba sus amores por ella.
Las marcas de acné sobre la espalda de Sam, arruinando la perfección de su figura, siempre fueron la razón principal por la que David no gozó al cien por ciento de sus libertades sobre ella; pero él nunca se quejó. Samanta fue tan vanidosa toda una vida, que no le extrañó para nada la prohibición. Y si los deseos le asaltaban a plena luz del día, una intrusa prenda de vestir dejaba al descubierto sus senos para que él pudiese disfrutar de ellos. De resto se encargaba de cubrir aquellas supuestas imperfecciones delante de él.
«Que tontería», pensaba éste en aquel entonces, preguntándose cómo era posible que una mujer tan bella se dejara acomplejar así, de esa forma, por tales nimiedades. Sin embargo, David siempre respetó sus condiciones y por eso fue, también, que se aseguró de recorrer con sus dedos hasta el último rincón de piel que no le fue negado. Creando un mapa de su cuerpo y el cual se proyectaba, dentro de su mente, cada vez que la tomaba entre sus brazos y la amaba. Cada vez que acariciaba aquellas líneas y sus formas. Las curvas en las que se perdía por completo, hasta terminar explotando dentro de ella con gruñidos cargados de placer.
Sin saber que no era la vanidad de Sam la que se resguardaba detrás de sus imaginaciones; si no el horror oculto de un pasado que se dibujaba en su cuerpo y el cual ella nunca permitió mostrar ante él hasta que fue descubierta.
Tales presunciones desde hace mucho tiempo que habían quedado atrás. Algo que él jamás sospechó. Pues David nunca estimó las dos heridas de bala que, ahora mismo y frente a sus ojos, estropean el lienzo extendido sobre la espalda de Sam. Se nota que intentaron ocultarse bajo el disimulo del tiempo transcurrido. La naturaleza trató de reparar los daños con buenas y finas intensiones. No así, bajo el ojo inflexible del ser humano, no obtuvo más que mediocres resultados. Las cicatrices abarcan la totalidad de su espalda baja, excepto por la larga línea que cruza, de lado a lado y de forma vertical, su omoplato. Y la cual fue advertida por David hace un tiempo atrás, cuando disimuló frente a ella para no herir su ego. Pero, del resto…del resto no tenía ni idea de aquello. Enormes portales que fueron descubiertos, y de los que se valieron los médicos para abrirse paso a través del cuerpo de Sam y sumergirse dentro de ella, en un desesperado intento por preservarle la vida.
La cirugía exploratoria que se encargó de sacar todo el plomo de su cuerpo, dejó grandes huellas que descomponen el rostro de David en una triste mueca, llena de horror, debido a lo grotesco de su extensión.
De inmediato se introduce en la bañera junto a ella. De igual forma que el agua tibia se tiñe de rojo, pues su mano sangra en abundancia; pero esto es algo que a David ahora no le interesa.
—Ven aquí —le dice. Mas al ver que ella no responde, le muestra su insistencia—…Sam —repite David y tomándola por los hombros, prácticamente la obliga a doblegarse a sus deseos. La envuelve entre sus brazos y acomoda el cuerpo desnudo de Samanta sobre él, albergando un rostro afligido y lleno de lágrimas sobre su pecho. Dentro de sus posibilidades intenta protegerla con su sola cercanía y más allá de sus determinaciones, David se dice a sí mismo que matará a cualquiera que vuelva a tocarla.
Muy pronto la temperatura de su cuerpo se ha normalizado y los temblores en Sam se detienen al igual que su llanto. Permanece refugiada entre los brazos de David, pero no se atreve a dirigirle la palabra. Quisiera poder permanecer así, siempre a su lado y no tener que apartarse nunca más de él. Eleva el rostro en busca de su mirada hasta que la encuentra. Entonces piensa en lo mucho que desearía poder unir sus labios a los suyos; pero sabe que no puede, así que se sumerge de nuevo sobre su pecho.
—Vamos —lo escucha pronunciar.
—No, por favor.
—Vamos… —repone él de inmediato y poniéndose en pie, extiende la mano hacia ella y le ofrece su ayuda para incorporarse—. Debemos cambiarnos y ponernos ropa seca, sino enfermaremos.
Sam intenta incorporarse junto a él. De pronto todo el entorno gira ante sus ojos y cae de rodillas con su humillación puesta frente a David.
—Está bien, no te preocupes, yo te llevo. —David la eleva en brazos y sale de la tina caminando hasta llegar a la cama, deposita el cuerpo desnudo de Sam en medio de las sábanas. Él mismo se encarga de ir por las toallas. Toma una entre todas y se apresura a secar la humedad que aún desciende a través de la piel de Sam, de sus cabellos y también de su espalda. Se detiene allí por un segundo sin poder dejar de observar todo aquello con más precisión. Pero el cuerpo de ella comienza a temblar de nuevo, por lo que David se apresura y la cubre con una manta mientras se dirige a los cajones por sus pijamas. En menos de un minuto yace sentada sobre el borde de la cama, cubierta de ropas secas y bajo un abrigo que él mismo se encargó de poner sobre ella como si fuese una niña. Él también se apresura y se abriga a sí mismo con ropas limpias.
—Tus pies, hay que cubrirlos —menciona David—. Deben estar congelados —Se deja caer frente a ella y de rodillas sobre la alfombra, mientras toma un calcetín y luego el otro—. Listo, ahora estás por completo protegida del frío.
Aún en medio de esa palidez tan terrible que el frío se ha encargado de acentuar, las mejillas de Sam arden en pena y vergüenza. Esta es la segunda vez que se ha presentado delante de él en tan terribles condiciones, por lo que no podría sentirse más abochornada. David siempre la ha cuidado a través de sus desfachateces. En medio de la estúpida forma que ha tenido, toda una vida, de hacer las cosas.
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Editado: 29.05.2024