—Lo siento…en verdad, lo siento. Tienes que creerme —repite ella, una y otra vez, llorando sobre la base de su piel. Derrama más lágrimas sobre las gruesas venas que sobresalen del cuello de David y se aferra a su cuerpo con desesperación. Aún no puede creer que haya escuchado salir de aquellos labios que todavía la aman y por eso es que todo en él recibe el furor de sus besos. La frente, la nariz de David, los ojos, la barbilla y de vuelta hasta su cuello. Todo en éste recibe un bombardeo de agradecimientos y más llanto de alegría por parte de Sam.
«¡Dios mío, gracias…gracias!», repite ella en constante plegaria dentro de su mente. Y permanece unida a él, de tal forma, que ya se puede ver el sofoco en el rostro de David.
—Está bien —pronuncia éste y sujetando a Sam por ambas muñecas, intenta liberarse de la sujeción que ya amenaza con dejarle sin aire. La aparta de su cuerpo lo suficiente como para poder mirarla directo a los ojos—; pero necesitamos hablar —le dice de un modo bastante sereno.
Sam observa la seriedad en su rostro, misma que acompañó las palabras que él acaba de pronunciar; pero no le importa y sonríe, porque pensó que nunca más podría estar de nuevo entre sus brazos y ahora…«¡Gracias!». Eleva de nuevo al cielo y recorriendo el rostro de David en una suave caricia, asiente en un par de ocasiones con la cabeza. Ya que, de una forma muy sumisa, se somete delante de sus demandas.
—Bien —expresa David a través de un tibio susurro que se introduce en la boca de Sam. Se muestra lo bastante conforme con la respuesta que le acaban de dar y se percata de la imperante necesidad que hay en los ojos de ella y los cuales imploran a grandes voces que, por favor, acaricie sus labios. Pero David no lo hace, sino que se queda allí, mirándola con detenida fijación y es ella quien, no resistiéndose más, se acerca hasta él y lo besa.
Sólo de esta forma se permite sucumbir ante ella. Ante los movimientos que lo llevan a tomarla entre sus brazos y a besarla con necesidad…con gran intensidad.
Porque David también urge de sus besos y de sus caricias. Necesita llenarse por entero de ella…sentirse requerido por ella. Convencerse a sí mismo de que esto es real y de este modo reunir las fuerzas que precisa para lograr continuar hacia adelante. Para poder llevar a cabo lo que debe hacer. De lo contrario no tendría más alternativa que dar media vuelta, tomar sus pertenencias, a su hijo y salir de la vida de Sam para siempre.
Con este ya son varios los intentos que hace de continuar hablando; pero Sam, ella no lo deja ni por un segundo. Permanece envolviendo la silueta de David, mientras asfixia con más besos sus palabras.
Apenas ayer lo había perdido. A él y a los niños y ahora…¡NO PUEDE CREERLO!.
«Gracias…», continúa repitiendo en silencio.
Por lo que a David no le queda más que sonreír y permanecer sometido a la intensidad de esta mujer. Se queda a su lado y cierra los ojos mientras hunde el rostro entre las ondas del cabello de Sam; entonces se vuelve testigo de los leves resuellos, temblorosos y entrecortados, que continúan saliendo de los labios de ella. La siente refugiarse una vez más en el grosor de su cuello y David advierte como el llanto comienza a fluir de nuevo sobre su piel.
La ternura y la compresión se adueñan de sus modos, así como de su semblante. Se compadece de ella y de sus lágrimas. Por ahora hará de cuenta que nada ha pasado. Por ahora ignorará la realidad que intenta separarlos.
—Está bien, escucha —menciona en medio de tonos dulces y caritativos, repasa de arriba abajo y con cuidado el largo de aquellos cabellos—. Vamos a resolverlo —le dice—. Saldremos de esto juntos, te lo prometo. Ya no llores, por favor. Sam, mírame, ya no llores —repite David y obligándola a apartarse de él, toma el rostro de Sam y lo eleva entre las manos hasta que consigue capturar el ahogo de sus lágrimas con el amor de su mirada—. Nuestro hijo está aquí —susurra él quedito, muy cerca de su oído. Algo que consigue que ella someta a fuerza el desequilibrio de sus emociones—. Tienes que tranquilizarte.
Y viendo como Sam atiende con rapidez a sus palabras y se serena al instante, David la atrae de nuevo hacia él y la refugia entre sus brazos. Eleva la mirada por un segundo, fuera del rango de sus preocupaciones y descubre el noble semblante de nana, mirándolos en silencio, mientras sostiene al niño entre los brazos. La dulce mujer brinda una tímida y comprensiva sonrisa al azorado rostro de David.
—Usted debe estar pensando lo peor de mí, ¿no es así? —Pronuncia éste sin dejar de lado las atenciones y todas las caricias que recibe Sam en este momento—. Le ruego que, por favor, me perdone. No fue mi intención comportarme de ese modo.
Pero nana, muy lejos podría mostrarse de proferir reclamo alguno frente al joven.
—No se preocupe —Es todo lo que menciona y acercándose hasta ellos, observa el rostro de su niña sumergido en el pecho de su hombre. Su cuerpo entero refugiado entre la fortaleza de aquellos brazos—. Me alegra saber que, al parecer, sus diferencias puedan resolverse de la mejor manera.
—Esa es mi intención, se lo juro.
—Bien —advierte nana proyectando la tranquilidad de su expresión sobre los deseos de David—. Ustedes tienen mucho de qué hablar; así que yo me llevaré a este pequeñito. Ya es hora de que tome su medicina.
—No, yo no “quelo medichina” —Se revela el niño al instante entre los brazos de nana—. ¡Mamiii!
—Cariño, hazle caso a nana —Sam dicta la orden sin revelar el rostro, enrojecido por el llanto, frente al pequeño.
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Editado: 29.05.2024