Elizzy tenía un plan: no volver a hacer el ridículo frente a Caleb.
Spoiler: el universo se rió de ella.
Después del asesinato del muffin, él insistió en invitarla a sentarse juntos. Elizzy, entre intrigada y aterrada, aceptó. Se acomodaron en una mesa junto a la ventana, donde el sol caía perfecto… como si hasta la naturaleza hubiera dicho: “Sí, que estos dos se enamoren ya”.
—Entonces, Elizabeth… —empezó Caleb con esa sonrisa confiada.
—Elizzy —lo corrigió ella.
—Elizabeth-sin-elizabeth, entendido —dijo con total seriedad, y ella tuvo que reír aunque fingió indignación.
La conversación fluyó como café recién hecho: cálida, chispeante y un poquito adictiva. Hablaron de música, de profesores insoportables, de la injusticia de que la palta sea tan cara. Y justo cuando Elizzy pensaba que estaba viviendo el inicio de una película romántica…
Un insecto decidió que era su momento de brillar.
Una abeja entró por la ventana y se enamoró, no de ellos, sino del latte espumoso.
Elizzy, confiada, levantó su latte para dar un sorbo.
—Ah… —Empezó a decir, pero justo cuando iba a beber… sintió algo extraño sobre la superficie. Miró de cerca y vio un pequeño intruso: una abeja posada en el latte.
Elizzy gritó, dio un salto y sin pensar lanzó la taza directo a Caleb. El líquido caliente y el movimiento inesperado lo golpearon en el pecho.
—¡Primero asesinas a mi muffin y ahora esto?! —dijo él, mirándola con los ojos muy abiertos y una mezcla de horror y diversión—. ¡Estamos acumulando víctimas hoy!
Elizzy, roja como un tomate, no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa. Caleb, en lugar de enojarse, empezó a reír también, y la tensión se transformó en ese momento incómodo-perfecto que solo sucede en comedias románticas de la vida real.
La abeja, indignada, se fue volando. Caleb suspiró resignado.
—Genial. El momento más romántico de mi vida y soy interrumpido por un insecto. —La miró con dramatismo—. Elizabeth-sin-elizabeth, esto es una tragedia shakesperiana.
—Shakespeare estaría orgulloso —respondió ella, todavía riendo tanto que le dolía el estómago.
Y ahí estaban otra vez: al borde de algo mágico, con el corazón latiendo fuerte… y las costillas doliendo de tanta risa.