Torpeza perfecta

Capítulo 6: Latidos que no me dejan en paz

No lo busqué. Ni siquiera quería pensarlo. Pero desde aquella noche en el pasillo, desde ese casi beso interrumpido, Caleb comenzó a habitar en mí como si hubiera estado esperando ese lugar desde siempre.
Es extraño cómo alguien puede convertirse en una inquietud constante, en una vibración sorda que late detrás de cada pensamiento. Camino, respiro, finjo normalidad, y sin embargo, ahí está: su recuerdo incrustado en cada latido, en cada silencio que intento llenar.
No es sólo la cercanía de su rostro o la calidez de su risa. Es algo más. Es la certeza de que hay instantes que parecen detener el tiempo, instantes que uno quisiera guardar como un secreto eterno. Y el nuestro se quebró en el filo de la casualidad, como si el universo disfrutara prolongando mi espera.
Me pregunto si él también sintió lo mismo: esa electricidad que convierte el aire en un océano espeso, esa frontera invisible que separa el “casi” del “todavía no”.
Hay un vértigo en la memoria, un eco que me arrastra cada vez que cierro los ojos. Y me descubro sonriendo sola, con nostalgia por algo que nunca ocurrió del todo, por unos labios que no llegaron a tocar los míos.
Quizás la vida está hecha de eso: de los “casi”, de las pausas que nos recuerdan que desear es más profundo que poseer. Pero entonces… ¿por qué duele tanto? ¿Por qué siento que me falta el aire si no lo veo, si no escucho esa voz que juega con mis nervios y mi calma al mismo tiempo?
Caleb no es un recuerdo bonito. No es un pasatiempo de mi mente.
Caleb es un latido irregular, una inquietud palpitante que me acompaña aun en el silencio, que no me deja olvidar que por un instante estuve al borde de algo inmenso.
Y ahora camino con la certeza de que ya no soy la misma.
Porque cuando alguien se convierte en esa herida dulce, en esa nostalgia que respira dentro de ti, no hay retorno posible.

Hay momentos en los que siento que mi vida antes de él era demasiado… plana. Como si hubiese vivido en una habitación con las luces apagadas, acostumbrada a la penumbra, y de pronto alguien se atreviera a encender todas las lámparas a la vez.
Demasiada claridad. Demasiada verdad.
No sé qué hacer con la intensidad que me provoca. Camino con las manos en los bolsillos, escucho las risas de mis amigas, me sumerjo en la rutina… y aún así, detrás de todo, está su sombra, el eco de su voz, la mirada que me sigue incluso cuando cierro los ojos.
Dicen que el amor llega despacio, que se construye con paciencia. Pero lo mío con Caleb no tiene paciencia, no tiene suavidad; es una llama que arde en silencio, escondida, como si estuviera prohibida. Y sin embargo me consume.
No quiero reconocerlo. No quiero darle un nombre. Porque ponerle nombre a algo tan vasto es como encadenarlo. Y lo que siento no tiene forma, ni límite, ni frontera. Es un vacío y a la vez una plenitud. Es un hambre que nunca sacia.
Me descubro imaginando cómo habría sido si esa puerta no se hubiese abierto, si el destino nos hubiese dejado completar aquel instante. ¿Habría cambiado algo? ¿O todo seguiría siendo el mismo laberinto de dudas y promesas no dichas?
Lo pienso y me río sola, pero detrás de esa risa hay un nudo que no me deja respirar. Porque sé que estoy atrapada en ese “casi”, como si mi vida se hubiera quedado suspendida ahí.
Él, con su manera despreocupada de existir, jamás sospechará el peso que arrastra en mí. Y yo, cobarde o prudente, me limito a guardar esta inquietud como si fuera un secreto que sólo yo merezco cargar.
Pero hay noches en que el silencio se rompe y no puedo más.
Entonces escribo su nombre en los márgenes de mis cuadernos, como si la tinta pudiera sostener lo que mi voz calla. Como si al escribirlo pudiera domesticar el huracán que me habita.
Y aunque intente huir, aunque me diga que no debo, que no tiene sentido, hay una verdad que se alza como un grito en medio de la multitud:
Lo extraño incluso cuando está cerca.
Y lo deseo incluso cuando trato de olvidarlo.

Y comprendí, con el corazón latiendo en silencio, que hay ausencias que pesan más que cualquier presencia, y que en él había encontrado la torpeza más perfecta de mi destino



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En el texto hay: humor, romance, ficcion general

Editado: 22.09.2025

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