Traición y deseo

∞ Bajo su control

Federico acomodó su corbata y luego se colocó el saco. Una sonrisa se dibujó en sus labios; tenía todo calculado y eso lo mantenía firme en las decisiones que había tomado. Tenía todo lo que deseaba, manipulaba a todas las personas según su antojo, era un fiel aprendiz de su padre y seguía al pie de la letra cada paso para ganarse la confianza de sus suegros. Tenía varios caminos abiertos para quedarse sí o sí al mando de la empresa de Gregorio padre de Thais. Al tener dos hijas mujeres y, como todo padre machista, dejaría el mando de la empresa en uno de los maridos de sus dulces hijas.

—¿Listo para la reunión familiar?

La voz de su padre lo sacó de su momento de vanidad; se giró y lo observó. Tan idéntico a él, no solo en lo físico, sino también en la manipulación que cargaba.

—Siempre listo, de todas maneras tengo a todos los Quionez comiendo de la palma de la mano.

Ambos hombres rieron, tan crueles como solo ellos eran, con esa oscuridad que por décadas los llevó a obtener todo lo que se proponían.

—Mientras la dulce e ingenua Thais esté locita por ti, eso basta.

Federico miró su móvil e ignoró un mensaje que le había llegado de una de sus amantes. Aquella noche tenía que ser el prometido perfecto: fiel, amoroso, atento y comprensivo. Ser tan parecido a su suegro como fuese posible. Sabía que Thais buscaba en su pareja un hombre tan similar a su padre como fuese posible.

—Sabes que tengo todos los puertos cubiertos, padre.

Rogelio palmeó la espalda de su hijo, orgulloso de todo lo que hacía, satisfecho del hombre en el que se había convertido.

Cuando terminaron de hablar de todo lo que debían hacer aquella noche, salieron de la habitación y se marcharon todos juntos a la mansión de los futuros suegros de Federico. Estaban a pocas semanas de que al fin unieran sus apellidos, sus fortunas, y aquello era lo que más le interesaba al heredero Sesgan: solo eso, nada más, el dinero y el nivel social.

- - -

La cena iba viento en popa; todos reían felices. Thais le regaló una tontería a su prometido; sus ojos miel brillaban como los de una loca enamorada, tan enamorada que estaba ciega.

—Necesitamos hablar en privado.

Le susurró Federico, y ella de inmediato se puso de pie, como siempre lo hacía cuando él le pedía algo, actuando sin analizar lo que le pedía, solo para satisfacer lo que ese hombre exigía.

Se pusieron de pie bajo la atenta mirada de todos los que estaban en aquel lugar; su suegro miró a su hijo con una leve sonrisa, podía ver el poder de dominación que tenía sobre la hermosa joven. Thais enredó su brazo con el de Federico y caminaron en silencio hasta el jardín de invierno que había retirado del salón. El joven manipulador acarició la mejilla femenina, sintiendo la suavidad de aquella piel color canela; era como un terciopelo. No era una mujer desgraciada en cuanto a su cuerpo, pero no era como las que él estaba acostumbrado. A él le gustaban atrevidas, no tan inocentes y frágiles.

—Necesito que cuando regresemos al salón nos disculpes a ambos y digas que tenemos que salir.

Thais frunció el entrecejo sin comprender aquello, pero de inmediato dibujó una sonrisa, recordando las palabras de su madrastra.

*No tienes opción, contraes matrimonio con Federico o quedarás solterona.*

Era una de las tantas frases que le decía, ya que desde pequeña aquella mujer se dedicó a dejar su autoestima por los suelos.

*Nadie desearía compartir una vida y, mucho menos, una cama contigo.*

Otra frase golpeó su mente, para recordarle que debía agradecer que Federico Sesgan hubiese puesto sus ojos en ella, agradecer que su padre, como regla, tenía que primero contraer matrimonio la mayor y no la menor.

—¿Dónde iremos?

La ilusión se dibujó en sus ojos, imaginando que quizás él buscaba un momento a solas juntos; poder, quizás, pasar la noche juntos y al fin volver a disfrutar de la intimidad, de aquello que él le había hecho vivir.

—Una fiesta en casa de Maximiliano.

Dijo sin más, logrando ver la decepción en aquellos ojos que a cualquier hombre podrían enloquecer.

—Como tú quieras, cariño.

Fingió una sonrisa, porque no podía hacerlo enfadar. Federico no necesitaba que ella hiciera aquello, pero le gustaba ver cómo ella hacía de todo por él. Su maltrato no era con insultos ni golpes; él lo hacía de otra manera y Thais no lograba entender que era eso lo que su amiga repudiaba, lo que intentaba hacerle ver antes de que uniera su vida con ese hombre tan despreciable.

Regresaron donde toda la familia se encontraba, sintiendo como si el amor fuese el ingrediente puro en aquella relación. Federico sabía cómo hacerlos caer en sus redes y con ellos lo habían logrado.

—Pa… Fede y yo tenemos otro compromiso.

Gregorio miró a su hija, aquella que amaba con su vida, pero aún así no podía ver todo lo que ella vivía, todo lo que su actual mujer le había hecho vivir desde que llegó a sus vidas.

—Pueden ir con tranquilidad; los viejos nos quedaremos aquí.

Se puso de pie y besó la frente de Thais, con adoración y ternura.

—Diviértanse y, cualquier cosa, llámame.

Analía y Johana observaron aquello con desprecio; no soportaban que aquella joven se robara la atención de Gregorio.

—¿Me dejarán aquí? Qué mal hermana y cuñado han resultado ser.

La vocecita de niña inocente podía revolver el estómago de cualquier ser humano, pero, para desgracia, en aquella familia, aquella actitud solo robaba sonrisas.

—Claro que no, hermanita.

Dijo Thais con una sonrisa sincera.

—¿Puede ir, verdad?

Preguntó mirando a su prometido con amor.

—Eso no se pregunta.

Respondió Federico acomodando los puños de su camisa, dándose por enterado de que de aquella casa saldrían con la hermana pequeña de su prometida.

- - -

Cuando llegaron a la ostentosa mansión del apuesto y joven empresario Maximiliano, todo cambió. Thais quedó sola, sentada en la barra que habían levantado en medio del jardín, bebiendo sola, sin hablar con ninguna de las personas que se encontraban en aquel lugar. Federico se había disculpado diciéndole que iría a hablar con sus amigos de posibles negocios y su hermana en busca de un buen partido. Y ella… ella bebía, sintiendo aquella mirada penetrante, una que le causaba escalofríos, la intimidaba y la hacía sentir cosas demasiado extrañas.




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