Thais caminó con pasos firmes, pero su corazón martilleaba contra su pecho. Sabía que aquel hombre la seguía. Podía sentir el peso de su mirada recorriendo cada uno de sus movimientos, analizándola, estudiándola como si fuera un enigma que solo él tenía derecho a descifrar.
Al llegar a la zona más alejada del jardín, inhaló con fuerza y giró sobre sus talones.
—¿No tienes nada mejor que hacer?
El egocéntrico “cara de batata” (como solía llamarlo ella) dejó escapar una risa suave, como si su impertinencia le divirtiera.
—No. Verte incómoda es demasiado entretenido.
Thais frunció el ceño, pero su cuerpo reaccionó antes que su mente. Retrocedió un paso cuando él avanzó, acortando el espacio entre ellos como un depredador disfrutando de su cacería.
—Deberías estar con Federico. ¿No es eso lo que se espera de la futura señora Sesgan?
Thais sintió el ardor en su garganta. Ella anhelaba convertirse en la señora Sesgan, pero por alguna extraña razón, que él lo dijera le molestaba.
—No es asunto tuyo.
Él inclinó la cabeza, sus ojos afilados repasando su expresión como si encontrara algo fascinante en cada gesto de la mujer.
—Federico no está contigo, ¿verdad? Está demasiado ocupado jugando a ser el hombre que nunca será.
No entendió esas palabras, ya que para ella su prometido era un gran hombre, uno capaz de muchas cosas, y claro que era capaz de muchas cosas, pero todo lo que hacía no era bueno; todo lo que lograba era con trampas. Una mueca cruzó su rostro, delatando la poca tolerancia que tenía con él. Aquel que siempre la observaba lo notó, claro que lo notó y eso le gustó.
—Qué ironía —murmuró él, con un dejo de burla—. Él es un excelente actor y tú, una niña ilusa. Tal para cual.
Thais alzó el mentón con determinación, negándose a sucumbir ante sus palabras.
—Tienes razón, idiota. Soy una ilusa. Tanto, que tú también…
Se giró, marchándose hacia el interior de la mansión sin mirar atrás. No iba a terminar su oración, no cuando aquello lo usarían para burlarse. Había olvidado por qué detestaba ir al mismo lugar que él estaría. Sabía que seguía allí, que la conversación no había terminado.
Pudo respirar con normalidad una vez que llegó a uno de los baños que estaban en la planta alta. Necesitaba estar sola, no podía reunirse con Federico en aquel estado. Quería buscarlo e irse de aquel lugar; no soportaba aquella mirada sobre ella, la presencia, el aura que desprendía lo hacía sentir demasiado extraña y no le gustaba.
—Tranquila… Nada de lo que digan contra Federico es cierto.
Se repitió una y otra vez, intentando olvidar las palabras que le había dicho; su prometido la amaba y jamás le haría daño.
Mojo un poco su cuello y, soltando el aire de sus pulmones con fuerza, salió del baño, con una sonrisa en sus labios, con aquella bonita energía que ella irradiaba. No había maldad ni nada malo en su espíritu, y era de eso de lo que todos abusaban a la hora de sacarle un beneficio.
Sus ojos brillantes recorrieron todo el salón, buscando al hombre que le robaba suspiros, a quien amaba ciegamente.
Sonrió cuando lo vio en la barra con un grupo de amigos; reía, bebían y disfrutaban de la música. Acomodó la falda de su vestido y, con determinación, fue hasta él. Tomó entre sus manos la de su prometido y le sonrió cuando Federico la miró.
—Me siento algo cansada. ¿Podemos regresar a casa?
Deseaba estar a solas con él, que le siguiera el juego para poder estar a solas; era la oportunidad para algo más íntimo entre ellos.
—Yo quisiera quedarme un poco más. Si quieres, pido un taxi para ti.
Aquella ilusión, aquel deseo de estar a solas con el hombre que amaba se desvaneció. Él no tenía intenciones de pasar un momento de intimidad con ella.
—No te preocupes, sigue disfrutando. Yo pediré un taxi, iré por Joha.
Los amigos de Federico los observaron y a ninguno les asombró aquella indiferencia. No estaban al tanto de los planes macabros que tenía su amigo, pero estaban acostumbrados a esas actitudes y lo tomaban como normal.
—Tu hermana ya se marchó, la vi salir con un primo de Max.
Federico fue rápido en darle aquella información, sabiendo que a Thais no le agradaba la idea de que su hermana ensuciara su reputación.
—Me marcho.
Se apresuró a decir cuando vio que aquel idiota se aproximaba a ellos.
—Avisa cuando llegues, cariño; me dejas preocupado.
Le pidió Federico, con aquella falsa preocupación.
Beso los labios de su prometida y la dejó marcharse sin ningún remordimiento, sola, a mitad de la noche, con frío y con el peligro que corría al subirse a un taxi.
Se subió al auto que parqueó a las orillas de la mansión, dio la dirección de su casa y viajó con sus manos hechas puño. Tenía miedo, pero también sentía su corazón invadido por la rabia. No entendía cómo Federico prefería quedarse en aquel lugar y no irse con ella.
Su móvil sonó con un mensaje entrante. Deslizó su dedo en la pantalla y vio aquel nombre, aquel maldito nombre burlándose, o quizás su enojo era porque le decía la verdad, una verdad que ella se negaba a ver. Una verdad que su mejor amiga siempre le dijo, pero ella no la aceptaba; lo amaba y nadie iba a impedir que ella uniera su vida a Federico.
. . .
«¿Sigues creyendo que te ama y eres especial para él?»
Había enviado aquel mensaje, consciente de que dañaría a Thais.
Sabía que le causaría dolor. Mucho dolor, pero aunque fuera cruel, él se lo diría siempre. Hasta el último segundo iba a intentar evitar aquel matrimonio. No porque existiera algún sentimiento por la preciosa Thais, sino porque no compartía las mismas ideas que Federico. Él la conocía desde hacía años; su hermana era la mejor amiga de Thais y siempre la observó a la distancia. Aunque era intocable por ser la amiga de su hermana, no se prohibía observarla cada verano sumergirse en la piscina.
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Editado: 06.08.2025