El sonido del agua corriendo en el baño era el único murmullo que la acompañaba. Thais se miró en el espejo, pero la imagen no le devolvía consuelo. Había algo en sus ojos, esa mezcla de furia y tristeza que no terminaba de reconocer como suyo. Como si cada palabra recibida, cada gesto ignorado y cada mirada no devuelta se hubieran acumulado allí, detrás de sus pupilas, erosionándola. No había dormido. Pero tampoco estaba despierta.
Tomó la caja nuevamente, como quien vuelve al lugar del crimen. Esta vez, sin miedo. Una por una, analizó las fotografías. Las líneas, los ángulos… Y notó algo que no había visto antes: una silueta reflejada en un vidrio. En una de las fotos donde ella salía sonriendo junto a su hermana, detrás de ellas, en una vitrina… estaba él.
Lo supo. Lo sintió. Y no porque se viera claramente su rostro, sino porque algo en la postura, en esa manera de inclinar la cabeza, en su altura, le gritaba que era él. Que siempre había estado ahí. Cerca. No por protección, y eso la asustaba un poco, porque la confundía y no quería volver a sentir aquello.
Ese día lo recordó de golpe también había visto a Federico con su móvil, esquivo, molesto, apurado. No la escuchaba, no la miraba. Se había marchado sin despedirse. Como si estuviera huyendo de una culpa que ella aún no conocía. Las piezas empezaban a calzar de una manera que dolía. Pero aún así se lo negaba; necesitaba más que esas fotografías, esas palabras que su amiga o él solían decirle.
Maquilló sus ojeras y arregló su cabello, alistándose para un largo día. Tenía la última prueba de vestido, universidad y la elección de los platos para la boda.
Dos suaves golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos.
—Adelante.
dijo en voz alta, sin ánimos de ir ella misma a abrir. La figura de Johana se reflejó en el espejo de su peinador; una sonrisa pícara se dibujó en el rostro de la joven mientras caminaba hasta ella con aquella dulzura e inocencia que siempre regalaba al mundo.
—¿Mala noche o intensa noche?
Aquella pregunta no sabía cómo tomarla, porque al recordar que su mala cara no era por una noche apasionada con su prometido, sino por aquella maldita caja y por aquellos ojos.
—No imagines cosas que no son; solo mis nervios no me dejan descansar.
Johana acarició las puntas del cabello de Thais y le sonrió con dulzura.
—¿Están acumulando ganas para la noche de boda?
Cada pregunta era un golpe en el estómago, porque no tenía una respuesta a todo lo que ella le cuestionaba. Dolía y también la enfurecía.
—Algo así.
mintió, fingiendo nerviosismo por aquello que anhelaba, su boda, unir su vida al hombre que amaba.
—¿Nos vemos después de tus clases?
cuestionó Johana mientras tomaba un brillo labial del neceser de Thais.
—Sí, te espero en la cafetería de la universidad. Cinthia llega por la noche, no podrá acompañarme.
Aquel día era cuando más deseaba la compañía de su amiga; era la única que conocía todo lo que su hermano hacía, pero debía soportar unas horas y así sacar todo lo que estaba guardando desde el día anterior. Solo quedaban dos semanas.
—Me quedo con este y avísale a tu amiguita que cuando esté en la ciudad me llame.
Salió de la habitación dejando a Thais mirándose al espejo, viendo en el reflejo el huracán de emociones que se formaba en su interior. Y de pronto su mente viajó al pasado, al momento exacto en que conoció por primera vez a ese amor que hoy la tenía en dudas, a ese amor que la hizo dejar atrás ese amor platónico. A ese amor platónico que hoy se había convertido en una especie de guardián o un cruel villano.
La risa de su amiga Cinthia, la música, el aroma a margaritas y la piscina. Sus ojos miel recorrían todo el lugar en busca de aquello que tanto deseaba. Ese hombre. El hermano de su amiga. Había algo en él que la atraía; su forma de hablar, su altura, postura, su aura era como un imán para ella. Su respiración se sintió pesada, sus manos sudaron cuando escuchó su voz. No había llegado solo; otro hombre, alto y apuesto. No era como él, pero la forma en que se quedó mirándola le produjo escalofríos placenteros y le robó una sonrisa.
Lo vio caminar hasta ella.
—¿Y ahora qué quiere?
El tinte de desprecio con el que su amiga habló no pasó desapercibido, pero intentó ignorar todo lo que ella empezó a decir. Mientras más se acercaba a ella, más se perdía.
—Hola… ¿Nos conocemos?
Thais se sintió nerviosa; sus mejillas se calentaron. Por primera vez, alguien se había dirigido primero a ella y no a su amiga o hermana.
—No, pero puede que estemos a punto.
Sacó aquel valor que ocultaba; ya no quería ser la boba Thais que jamás tenía una cita. El recién llegado rio y esa risa, inesperadamente, no compitió con sus sentimientos por el otro, sino que los enredó más.
Federico se pegó aquella tarde a Thais y, desde ese día, ella sintió la mirada penetrante de su amor platónico, pero también sintió mariposas por el recién llegado y, desde ese momento no pudo separarse de Federico.
. . .
Federico observó con una falsa sonrisa a su prometida, quien iba llegando al local donde iban a escoger el pastel. Recordó cómo había planeado con su padre acercarse a ella. Fue él quien había visto primero a Thais e investigó a su familia, para así atacar con certeza. Ella no era su tipo, pero al ser la mayor, sería quien tendría que tomar el mando de las empresas y eso era lo que él buscaba.
—Hola, cariño.
La saludó con dulzura, actuando como si la noche anterior no la hubiese despreciado.
—Qué bueno que has logrado hacer un tiempo para mí.
Fue el saludo que Thais le dio, ya sintiéndose hastiada de ciertas actitudes y ahí Federico lo entendió: se le estaba escapando de las manos su mina de oro.
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Editado: 05.08.2025