Thais lo abrazó sin demasiada convicción. Su cuerpo lo sentía, pero su alma estaba en otro lugar. Federico le habló sobre sabores, colores y decoraciones, pero ella apenas escuchaba. Su mirada se deslizaba por la vitrina del local, por los reflejos, por las sombras que apenas se formaban con los movimientos. Desde que descubrió esa silueta en la fotografía, cada cristal le parecía un enemigo a punto de delatar algo.
—¿Chocolate o vainilla? —preguntó Federico.
—Lo que tú quieras —respondió, casi en automático.
Él frunció el ceño. Estaba acostumbrado a que Thais opinara, dirigiera, lo admirara y riera. Esta nueva versión pasiva no le convenía. El miedo, como un zumbido, empezó a filtrarse en su pecho. Si ella actuaba así, era posible que sospechara de sus andanzas, y eso no era posible. Sería como que un pastel se queme en la puerta del horno.
—¿Estás bien? —preguntó con insistencia, con precaución.
Thais lo miró. Una parte de ella quiso gritarle todo, pero algo en su interior le dijo que aquello nadie debía saberlo. Iba a esperar a ver qué más tenía para decirle; intentaría saber todo lo que le ocultaban antes de dar el sí y no iba a temer quedarse sola si así debía suceder.
La única en la que confiaba era en Cinthia, pero contarle aquello sería revelar que en el pasado ella estuvo enamorada de su hermano, y eso jamás lo haría.
—Estoy cansada, nada más —respondió con algo de fastidio, rogando que él no sospechara de nada.
Federico sonrió y asintió, pero por dentro ya calculaba cómo recuperar el control. Esa noche llamaría a su padre. Había que acelerar las cosas. Porque una mujer que comienza a dudar... es más peligrosa que una que odia.
Mientras probaban el bizcocho de frambuesas, la puerta del local se abrió y por ella ingresó una muy sonriente, coqueta y de mala vibra, Johana.
—¡Hello, mis bellos novios! —su voz llenó cada rincón del local, llamando la atención de todos los que ocupaban el lugar, como siempre solía hacer, siempre tan invasiva.
—Al fin llegas; aún no nos decidimos por el sabor del pastel —Thais saludó a su hermana con un fuerte abrazo, bajo la mirada sucia de su prometido, quien observaba a las hermanas con una sonrisa cínica, calculadora y burlona.
Johana se sentó con desenfado, sin percatarse —o fingiendo no hacerlo— del ambiente denso que se había instalado en la mesa. Llevaba un perfume nuevo, dulce y punzante, uno de esos que Thais siempre detestó porque llegaban antes que la persona.
—¡Ay, muero por un pastel de limón! Aunque sé que a Fede no le gusta lo ácido... —dijo Johana con una sonrisa que pretendía ser inocente, pero escurría veneno por las comisuras.
Federico le devolvió la mirada con una mueca ambigua.
—A veces hay que probar cosas distintas —comentó, siguiendo el juego.
—Lo inesperado puede resultar... estimulante —terminó aquella oración con un tinte que para Johana fue excitante.
Thais fingió no escuchar. Sus dedos trazaban inconscientes círculos sobre la servilleta, mientras su cabeza hilaba teorías más rápido de lo que podía detenerlas. Recordaba las palabras de su amiga y al idiota que había torturado su descanso.
—Tal vez podamos hacer una cata esta semana —sugirió ella, y aunque su voz sonaba dulce, el filo estaba ahí, afilado y listo.
—Con varios sabores. Así todos quedamos satisfechos. Ya que el pastel se escoge hoy, quedan los platos salados.
Federico levantó la ceja. Thais lo conocía lo suficiente como para saber que ese era su gesto de advertencia.
—Buena idea —dijo Johana.
—Aunque ya hay cosas que tienen sabor definido... ¿no?
El silencio que siguió se sintió como una grieta que crecía, invisible, pero imparable. Thais sonrió. Por primera vez en días, sonrió de verdad.
—Sí. Y a veces, cuando un sabor se repite demasiado... uno empieza a sentir náuseas.
Federico no dijo nada, pero su mano, sobre la mesa, se tensó. Ella lo notó. Y en ese gesto mínimo, supo que algo no estaba bien.
. . .
Con un largo suspiro, dejó su abrigo en la cama y se lanzó sobre ella. Había pasado toda la tarde con las últimas decisiones de la boda. Su corazón brincó con fuerza sobre su pecho cuando un mensaje llegó. Tomó su móvil entre sus manos y, con dedos temblorosos, deslizó la pantalla sin desear abrir el mensaje. Era él, otra vez aquel hombre que le había encendido las alarmas ante las actitudes de Federico.
«Sé que dudas aún más.»
No respondió; demasiadas cosas estaba imaginando al darle lugar a todas esas habladurías. Necesitaba pruebas, no mensajes con acusaciones sin una sola evidencia. Bloqueó el móvil y decidió dormir para lograr darle descanso a su mente de todo aquello que últimamente era su tormento.
. . .
Federico ingresó al despacho donde su padre estaba cómodamente fumando un puro. El humo estaba por todo el lugar; el aroma de ese tabaco especial que tanto le gustaba a Rogelio invadió las fosas nasales del heredero.
—Padre, necesitamos hablar.
El hombre lo observó con una sonrisa de orgullo.
—¿Qué es lo que te altera tanto? —cuestionó en cuanto se percató del nerviosismo que tenía Federico.
—Necesitamos que la boda se adelante. Algo sucede con Thais. —Caminó por todo el lugar, nervioso y preocupado. Nunca había visto a su prometida como aquel día y por primera vez tuvo miedo de ser descubierto en sus andanzas.
—Respira profundo y dime qué es lo que está sucediendo.
Federico pasó sus manos por su rostro, intentando calmar sus nervios. Aquella tarde se dejó llevar por el coqueteo de Johana, el error más grande que había cometido desde que estaba con Thais.
—Thais sospecha de mis andanzas y necesito que no tenga tiempo de pensar en eso, solo en nuestra boda.
Rogelio golpeó con la palma de su mano el escritorio, pero intentó llenarse de templanza. No era momento para reclamarle.
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Editado: 06.08.2025