Traición y deseo

∞ Jugadas en silencio

Thais se despertó antes de que el sol asomara siquiera por la ventana. La casa aún estaba sumida en penumbra, pero su cabeza era un hervidero de pensamientos. No lograba quitarse de encima la sensación de que estaban jugando con ella como una pieza más en un tablero que no conocía. Se levantó sin hacer ruido, se preparó un café cargado y volvió a su habitación con el celular en mano.

Volvió a leer el mensaje.

«Sé que dudas aún más.»

No había necesidad de leer el remitente; ella sabía perfectamente quién era. Su dedo tembló sobre la pantalla hasta que encontró el valor y le respondió. Necesitaba enfrentarlo.

«¿Hasta cuándo seguirás con este juego?»

Lo envió mientras se sentaba en su cama, esperando la respuesta, cansada de tanto misterio. No pasaron ni veinte segundos antes de recibir la respuesta:

«No soy tu enemigo, Thais. Pero si no abres los ojos, lo serán ellos.»

Cerró el chat de golpe. Las manos le sudaban. No quería caer en la paranoia, pero algo dentro de ella —esa voz que siempre ignoró— le gritaba que siguiera leyendo. Que cavara más hondo.

—No eres cobarde, Thais, deja que te lleve a la verdad.

Se dijo a sí misma y, con aquella valentía que había tomado en ese momento, le envió un mensaje a su amiga. Quería que la despedida de soltera fuese lo antes posible, en un lugar donde el pecado llamara a gritos, provocando lo que quizás para ella sería el infierno.

Mientras Thais seguía con aquellas ideas, Johana se arreglaba frente al espejo. Su perfume empalagoso llenaba la habitación, y sobre la cama tenía un vestido nuevo, de esos que no podrían catalogarse ni como apropiado ni como casual. Su celular vibró. El nombre que apareció en la pantalla hizo que una sonrisa torcida se dibujara en sus labios.

«¿Segura de que Thais no sospecha

Aquella pregunta la hizo sonreír más.

«Ella solo es inteligente con sus planes y demás. Es una boba, tranquilo.»

Cerró el mensaje con una risa muda y comenzó a maquillarse. Ella no necesitaba ser la favorita, solo la alternativa perfecta en el momento de caos. Quería todo lo de su hermana, quería su lugar, el puesto no solo en la vida de su padre, también en la empresa y en todo lo que le pertenecía. Tomó el brillo labial que le había sacado a Thais y lo colocó en sus labios, lista para comenzar aquel día. Solo faltaban tres semanas para comenzar con todo su plan. Iba a destrozar a Thais luego de verla casada con Federico.

. . .

Federico se encontraba en su oficina, revisando documentos que ni le importaban. Lo único que le interesaba era que Thais firmara ese maldito contrato matrimonial y diera el “sí”. Su teléfono sonó y en la pantalla apareció un nombre que no quería ver: Cinthia.

La atendió con fingido entusiasmo.

—¡Hola, querida amiga! ¿A qué debo este llamado tan temprano?

Necesitaba ganarse a la única amiga que no se había logrado ganar con sus encantos. Pero no era posible, ya que conocía sus andanzas por ser amigo de su hermano. Del otro lado, la voz de Cinthia sonaba cortante.

—No te hagas el simpático, Fede. Solo quiero recordarte que Thais es mi amiga… y que si la lastimas, te vas a arrepentir.

Federico tragó saliva; sabía que si ella lo amenazaba era porque ya supo del desplante que le hizo en la fiesta. Cada mala acción que tenía con Thais, Cinthia le recordaba que lo tenía en la mira, que jamás sería santo de su devoción.

—¿Estás insinuando algo?

Preguntó haciéndose el desentendido.

—No. Te lo estoy advirtiendo.

Y colgó sin más, dejando a Federico con más apuro al matrimonio. El apuesto hombre lanzó el teléfono al escritorio. Necesitaba acelerar todo. Si Cinthia empezaba a olfatear… el plan se caería antes de nacer. Tenía la impresión de que ella sabía más de lo que debía y aquello no era conveniente.

. . .

Esa noche, Thais fue al estudio donde guardaba sus álbumes viejos. Abrió uno y comenzó a pasar las páginas hasta detenerse en una fotografía. En el fondo, estaba él. Un perfil que reconocía, aunque odiara admitirlo. No era un truco de luz. No era paranoia. Era él. Lo conocía desde la adolescencia, gracias a negocios que sus padres habían hecho aún cuando su madre vivía. Ahora ya no era así; los padres de Cinthia y él no se llevaban bien con Analía.

Se detuvo en la mirada que siempre le provocaba escalofríos, en aquella mirada que antes deseaba encontrar, y recordó cómo poco a poco Federico fue quien ocupó aquel lugar de ilusión. Sus miradas eran diferentes, no solo por el color de ojos, sino por lo que irradiaban. Los azules de Federico tenían un tinte de algo que ella aún no descifraba si era misterio o falsedad. En cambio, aquellos ojos que cambiaban según el día jamás ocultaron quién era él. Siempre fue transparente, hasta con sus demonios.

Se observó a sí misma, su sonrisa y el brillo en sus ojos. Ya no estaban; lo había perdido aquel día que su madre la dejó. Desde aquel día nada fue igual, y ni siquiera el amor que Federico le decía tener lo había regresado. Las manos le temblaron. Su garganta se secó. Y por primera vez, pudo ser sincera consigo misma. Él no la amaba y, aunque aquello doliera, era la verdad. Pero no podía ir frente a su padre y decirle que no quería aquel matrimonio, no sin una razón, no con pruebas.

—¿Interrumpo?

La voz de su padre la sacó de sus pensamientos. Ella lo amaba, pero su relación ya no era como antes desde que Analía llegó a sus vidas. Desde ese día solo tenía validez lo que su segunda esposa decía.

—Claro que no, papá. Solo miraba fotografías antiguas.

Le sonrió, porque a pesar de que solo era la sombra del hombre que ella conocía, amaba su compañía.

—Vengo a hablar contigo de algo muy importante.

Se sentó junto a su hija y miró de reojo algunas de las fotografías; ya no miraba aquellos recuerdos, no quería encontrarse con la mirada de su difunta esposa.




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