Traición y deseo

∞ Dónde el dolor se detuvo

El aire del pasillo parecía más espeso con cada paso. La música, los gritos de sus amigas, el aroma a perfume y licor quedaron atrás… como si todo perteneciera a otra vida, una que se desmoronaba segundo a segundo. Sus piernas se movían por inercia, pero su mente ya estaba fragmentada en posibilidades que no quería enfrentar.

“Que sea un error… por favor, que sea una mentira.”

Pero el destino no le concedía treguas. El video en su teléfono vibraba en su bolsillo como una llama que le devoraba el alma. Apretó los puños mientras atravesaba el pasillo del hotel, sin recordar siquiera cómo había llegado tan rápido. Solo sabía que necesitaba estar sola. Le urgía romper sin testigos.

La habitación que compartían aquella noche le pareció un santuario en ruinas. Cerró la puerta tras de sí y soltó el llanto que había contenido frente a todas. El vestido dorado que Cinthia le había regalado le apretaba el pecho como si supiera que estaba ahí para celebrar una mentira.

Se dejó caer al suelo, con la espalda contra la cama y las rodillas abrazadas contra el pecho. No lloraba por amor perdido. Lloraba por haber creído. Por haber entregado su lealtad a dos personas que se la devolvieron hecha astillas.

Le temblaban los dedos cuando reprodujo el video una vez más. El sonido la desgarró más que la imagen. Cada risa, cada susurro, cada gemido entre ellos era como una confesión directa, una daga pulida. Sintió odio, sí. Pero también vacío. Porque algo dentro de ella… murió.

—¿Qué hago ahora… qué hago con todo esto?

Se preguntó cuando sintió que no estaba sola en aquella habitación; no quería que nadie la viera así. Rota, sintiéndose idiota, pero cuando sus ojos se encontraron con los de él, aquella mirada fría que tanto la atrapaba desde que lo conoció.

—Si eres inteligente, no saldrás llorando frente a ellos.

Le dijo con voz firme.

Thais no razonaba, solo quería menguar aquel dolor. Se puso de pie y, con la palma de su mano, se arrebató las lágrimas que habían empapado sus mejillas.

Caminó hasta Max, con su mirada fija; aún bajo el efecto del alcohol, necesitaba sentir que alguien la deseaba o quizás, en el fondo, quería pagar con la misma moneda.

Golpeó con sus manos hechas puño el pecho masculino, sin darse cuenta de que su rostro volvía a mojarse con lágrimas.

—¿Por qué me llevaste ahí?

Repetía una y otra vez, necesitando reclamarle a alguien su dolor.

Maximiliano sujetó el rostro de Thais entre sus enormes manos e hizo que sus ojos se miraran fijamente.

Ella sintió que el aire de sus pulmones abandonó su cuerpo y, guiada por un impulso, lo besó. Un beso cargado de rencor, pero también había algo más, algo que ninguno había confesado pero que sus cuerpos y almas estaban reconociendo después de tanto tiempo.

Las manos de Max pasaron de su rostro a deslizarse por el contorno del cuerpo de Thais.

Se separaron solo por un instante y sus labios se encontraron como un naufragio inevitable, como una explosión de rabia, deseo y alivio. No fue dulce. Fue crudo, vertiginoso, tan intenso como todo lo que había vivido esa noche. Max la abrazó con fuerza, como si ella fuese lo único que no quería perder, y Thais se aferró a él como si solo de ese abrazo pudiera reconstruirse.

Por un momento… solo por uno… el mundo dejó de doler.

El beso se rompió nuevamente solo porque Thais necesitaba aire. Pero cuando se separaron, fue como si el resto del mundo hubiese perdido peso, todo era más liviano, menos real. Ella lo miró con los ojos inundados, pero no de llanto, sino de vértigo.

—No sé si te odio o si te necesito.

La voz de Thais fue un susurro quebrado, una cuerda floja entre la rabia y la necesidad de sentir. Max rozó su mejilla con el dorso de la mano; ella no se apartó.

—Está bien sentir ambas cosas.

Dijo él, con una voz que sonaba más a confesión que a consuelo.

—A mí me pasa lo mismo contigo.

Thais le sostuvo la mirada. Dolida. Intensa. Rota. Pero viva.

Entonces él no le dio chance a escapar de sus brazos; la besó dispuesto a esta vez no detenerse. Ella se dejó caer sobre él como quien no busca abrigo, sino testigo. Max la sostuvo fuerte, sus brazos tensos, sus cuerpos aún vestidos, pero la vulnerabilidad entre ellos ya no podía esconderse bajo tela alguna.

Sus labios tenían una danza mezclada con una suave furia, con necesidad más que con rabia. Las manos temblaban mientras recorrían la silueta del otro, no por deseo solamente, sino porque al tocarse estaban preguntando en silencio: ¿Estás aquí? ¿Estás conmigo?

Cuando Max llevó la mano a su nuca y la atrajo con suavidad, cuando ella lo dejó guiarla hasta la cama con pasos torpes, no fue el impulso carnal lo que dominó el momento. Fue el deseo profundo de olvidar lo que acababa de romperse y, por segundos, sentirse parte de algo que aún no estuviera destruido.

Thais dejó que sus lágrimas siguieran fluyendo, incluso cuando él le quitó el vestido con delicadeza. Porque no necesitaba parecer fuerte. No con él. No ahí.

—No me salves.

Murmuró al oído, con la voz hecha cenizas.

—Solo quédate… esta noche.

Y Max lo entendió. No era un comienzo. Era un respiro. Ella estaba rota y él… Él no creía que una mujer lograra derribar sus demonios.

El silencio de la habitación se llenó de sus respiraciones entrecortadas, de caricias como palabras mudas, de miradas que hablaban más que cualquier confesión. No fue un encuentro perfecto. Fue real. Urgente. Tierno y roto. Como ellos.

Y cuando el amanecer comenzó a asomar por la ventana, Thais no había olvidado la traición. Pero por primera vez, se sintió fuerte y con el valor que necesitaba para enfrentar todo lo que se venía.

No deseaba ser más aquella Thais que todos usaron y humillaron, antes de tomar cualquier decisión los iba a exponer.

═══════ •♡• ════════

ƚҽϝყ ʅυ ♡




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.