Cuando me enteré de que estaba embarazada de nuestra hija Irina, Denis me llevaba en brazos y no podía esperar a que nuestra bebé llegara al mundo. La noche en que di a luz a nuestro pequeño rayo de sol de ojos azules, vi a Boiko llorar.
También se emocionó con el nacimiento de los gemelos y se sentía tremendamente orgulloso de nuestros hijos. Solía bromear diciendo que había recibido doble felicidad de una vez, así que no solo sabía apuntar con precisión, sino también trabajar para obtener resultados.
Nunca dudé de que Denis fuera un buen padre y amara a nuestros hijos. Sin embargo, su actitud cínica ante la situación que él mismo había creado me hacía cuestionarme: ¿realmente conocía a este hombre?
– Tengo una tercera opción –dije, después de recuperar la capacidad de controlar mi voz–. ¿Quieres escucharla?
– No habrá divorcio –me interrumpió Boiko.
Noté cómo sus ojos se llenaron de frialdad. No solo estaba seguro de su postura, sino que estaba listo para defenderla por cualquier medio necesario. Por primera vez, eso me asustó hasta hacerme temblar.
– Denis, debes entender que esto no puede seguir así –le dije, intentando mantener la firmeza en mi voz–. No podemos vivir como si nada hubiera pasado.
– Sí podemos. Y lo haremos. Olvidarás, Eva. Y, si es necesario, con gusto te recordaré lo bien que podemos estar juntos.
– Eso es una utopía. No puedo hacerlo –declaré con voz baja pero firme–. No puedo estar con un hombre en quien ya no confío.
Denis se puso de pie tan bruscamente que volcó la silla donde estaba sentado. En un instante, Boiko ya estaba frente a mí, con su rostro serio y tenso, sus ojos oscurecidos como el cielo antes de una tormenta.
– Ya te dije, no habrá divorcio –repitió, como si fuera una especie de conjuro que nos liberaría de todos nuestros problemas.
– No entiendo por qué necesitas esto, Boiko. Simplemente déjanos y vete con tu Lisa.
– Porque te amo, tonta –dijo mientras me agarraba por los hombros y me levantaba–. Y no pienso renunciar.
Los ojos de Denis tenían un brillo salvaje: me daba miedo mirarlos, pero más miedo me daba apartar la mirada.
– No puedo soportar estar en el mismo apartamento contigo, mucho menos fingir que nada ha pasado.
– Debes olvidar, Eva. Este es mi apartamento.
Me mordí la lengua mientras las lágrimas llenaban mis ojos. ¡Dios! ¿Quién iba a pensar que llegaría el momento en que entendería mi total dependencia de Boiko? El apartamento estaba a su nombre, los coches también, él me daba el dinero, y yo no tenía trabajo… Ni siquiera tenía a quién recurrir para pedir apoyo…
Denis siempre fue mi apoyo. ¿Y ahora?
– No me iré a ningún lado. Y si intentas hacerlo, Eva... Te quitaré a los niños.
Sus palabras me golpearon con fuerza, casi dejándome sin fuerzas. Sentí como si mis piernas fueran a ceder, pero me obligué a mantenerme firme.
– No puedes simplemente llevártelos –respondí, tratando de mantener la calma. Mis labios y lengua temblaban, una oscuridad nubló mi visión por un instante, y un frío recorrió mi espalda–. Son nuestros hijos, soy su madre, y...
– Madre que vive de mi dinero. Que usa todo lo que yo le ofrezco. Todo lo que tienes puesto lo compré con mi dinero. ¿Lo olvidaste?
– ¿Cómo puedes recriminarme eso? ¿No hice lo suficiente por nuestra familia?
– Si quieres dejarme, puedes irte –dijo Boiko de pronto, soltándome.
– ¿Qué? –dudé de mis propios oídos.
– Puedes irte, Eva. Ahora –repitió–. Pero deja aquí todo lo que compré con mi dinero y a los niños también.
– ¿Qué estás diciendo...?
– ¿Hasta dónde crees que llegarías desnuda? –sonrió Denis con malicia, su ira distorsionando sus facciones, revelando al monstruo cruel detrás de una fachada perfecta.
Sentí una oleada de calor desde la punta de los pies hasta la coronilla.
– ¿No fue suficiente humillarme en el restaurante que ahora sigues burlándote?
– Si no quieres luchar por nuestro matrimonio, lo haré yo. Los métodos que elija no te gustarán. Pero el fin justifica los medios, ¿no?
– No puedes hacerme esto –susurré perdida–. No puedes arrebatarme a mis hijos. No te atreverás.
– Créeme, Eva, puedo. Tengo los recursos, la capacidad, las conexiones. Si buscas el divorcio, haré todo lo posible para demostrar que eres inestable e incapaz de cuidar de nuestros hijos.
Esas palabras eran más afiladas que cuchillos con los que Denis podría haberme cortado. No quería creer que el hombre al que apenas unas horas antes llamaba 'amor mío' pudiera actuar con tanta bajeza. Pero, a juzgar por la expresión de su rostro y, más importante, la mirada en sus ojos, no parecía haber otra conclusión posible.
Mi ira y miedo se mezclaban, creando un amargo cóctel de emociones. Traté de encontrar palabras para convencerlo, pero mis pensamientos eran un caos.
– Denis, esto no es correcto. Esto no es amor –negué con la cabeza–. Es manipulación, suciedad, violencia. ¿Por qué nos haces esto? ¿Por qué me lo haces a mí?
Él dio un paso más hacia mí, su rostro muy cerca del mío, su aliento quemando mi piel.
– Esto es la realidad, Eva. Y debes aceptarla.
— ¿Estás enfermo?
— Estaremos juntos, lo quieras o no. Y nuestros hijos se quedarán con nosotros. Así lo he dicho.
— ¿Lo has dicho tú?
— Mi palabra es ley en esta casa.
Antes, me gustaba la firmeza de Boiko, su determinación, su terquedad a veces inquebrantable, incluso su rudeza. Pero hasta este momento, nunca había usado estas cualidades en mi contra... Ahora sentía como si me hubiera topado con un muro, y en lugar de atravesarlo, corría el riesgo de romperme la cabeza contra él.
— ¿Qué hiciste con el hombre del que me enamoré?
— ¿De quien te enamoraste? ¿Ya no? — preguntó él insistente.
Fruncí los labios.
— No podrás quebrarme, Denís.
— Eres tú quien se está rompiendo, Eva, con mis manos. Me obligas a hacerlo.