Alex.
Madrid, dos meses atrás.
—Ay primo ¿Y ahora? ¿qué será de tu vida?
Me encogí de hombros, sin saber bien cómo responder a la pregunta de mi prima y mejor amiga. La decisión estaba tomada, pero continuaba siendo un secreto. Sin embargo, no había vuelta atrás a pesar de saber que la noticia impactaría a todos los de pequeño círculo de familia y conocidos.
En los años que llevaba viviendo en aquel pequeño pueblo, a las afueras de la capital española, había sido el responsable y hogareño hijo único de la pobre señora García. Ese volcado en sus estudios y la salud de su mamá. Y así había sido hasta ahora, aunque ella ya no estaba conmigo.
Se había ido para no volver jamás.
Y yo debía... ¡No! Yo tenía que seguir con mi vida, costara lo que costara, me hizo prometérselo en su lecho de muerte.
—Voy a aceptar el ascenso, y en una semana estaré viviendo en Estados Unidos.
Los ojos de Maia se abrieron como si pensara que había escuchado una locura.
—¿¡Lo dices en serio!? Alex, es un cambio demasiado grande...
—Lo sé, es lo que necesito ahora. Me lo debo y se lo debo a ella... —confesé tragando con dificultad, aun con el peso de su ausencia obligándome a bajar la mirada.
—A ella no le debes nada Alex —contestó convencida —, le dedicaste tu vida, todos estos años fuiste su apoyo, su única compañía. Y ahora que no está, tienes que pensar en ti.
—Eso hago —suspiré tragando con dificultad —.Todo será diferente a partir de ahora, estoy asumiéndolo... Debo quitar la tirita rápido, quizá así duela un poco menos.
Maia aceptó con el gesto, con cara de estar buscando entender mis refranes heredados.
—Bueno, ¡pues tenemos que celebrarlo! ¿No? Menudo notición le espera a este pequeño pueblo, ¡vas a ser la comidilla durante un buen tiempo!
— ¡Ja! Menudo consuelo... Espero que se te dé mejor eso de invitar a algunas rondas.
—¡Hecho! esta noche en el pub de la plaza... será como cuando llegaste aquí siendo tan jovencito.
Lo pensé un momento, no es que se me apeteciera salir de fiesta, sentía que no era el momento de celebrar nada, a tan poco tiempo de la muerte de mi madre. Pero aquel pueblo me había acogido y protegido durante el tiempo que había vivido allí, cuando tan solo era un jovencito perdido tras la mudanza y la separación de mis padres.
"Venga Alex, puedes hacerlo" me repetía poniéndome lo mejor que encontré en el armario, echándome un último vistazo en el pequeño espejo que adornaba la habitación. No estaba acostumbrado a preocuparme por quedar bien ante otras personas, ya ni siquiera conservaba a esos amigos inseparables de la infancia que me empujaran a continuar por el camino de retomar algo de esa juventud que dejé a medias.
Ahora, no podía evitar extrañar a mis amigos. Tenía a muchos conocidos en la zona, lo bueno de vivir aún en un pueblo pequeño, pero ninguno se comparaba con esas amistades con las que crecí. Maia era la única amiga y confidente, pero también formaba parte de mi familia, lo que hacía que nos conociéramos desde niños, siendo esa parte de esa infancia que conservaba en aquel lugar.
—Maia, ¿estás lista? espero que al menos me enseñes esos nuevos pasos que te estás marcando. Hace mucho que no bailo...
—¡Demuéstrame lo que sabes hacer primo! —vociferó ella sacándome a la pista, mientras yo intentaba imitar sus movimientos al ritmo de una escandalosa canción de reguetón actual.
—Me da que este ritmo no va conmigo Maia —reí sin poder evitar sentirme ridículo, pero viendo que todos los chicos de la zona disfrutaban del ambiente.
—¡Venga! no seas quejica, ¡lo estas haciendo muy bien!
Entorné los ojos por sus elogios, pero sin dejar a un lado la incomodidad de sentirme fuera de lugar. Ni modo, ahora debía intentar ponerme al día.
Solo tras un par de cervezas, comencé a hablar perdiendo los filtros que normalmente me imponía.
—Gracias —dije volviendo a brindar con el botellín de cerveza entre mis dedos —, siempre has sido como una hermana para mí. A pesar de que normalmente estuviera entre mis cosas, te he sentido como un gran apoyo. Y para mi mamá... —sonreí recordando lo que la divertían sus visitas —, ella solo tenía buenas palabras sobre ti.
—Lo sé, no haces falta que me lo agradezcas, son mi familia ¿no? Es lo mínimo que podía hacer por las personas que le hacen bien a una. A partir de ahora, todo será diferente, y a veces me entristece... —admitió bajando la mirada —. Pero no me centraré en eso —volvió a sonreír radiante —, solo en que la vida son ciclos, etapas de cambio constantes; debemos avanzar, debemos mejorar. Y estoy segura de que lo conseguiremos.
—Sí que se te dan bien los discursos motivadores —me burlé solo un poco levantándome y posando un beso en su cabeza. Ella me enseñó la lengua con ese gesto pueril que tanto la caracterizaba.
—Pues si tú lo dices —contestó conforme —, al menos espero que por una vez me hagas caso y dejes este aburrido estilo de vida, porque si no, ¿a quién crees que conquistarás?
—¡Ah! así que crees que soy un muermo...
—Lo siento Alex pero, no es que seas el rey de las fiestas exactamente. Tuviste tu tirón allá por los noventa... —reímos recordando algo achispados, retornando al pasado como si no hubieran pasado siglos.
—Lo recuerdo, muy levemente —admití.
—Las tenías loquitas con esos ojitos celeste de niño bueno —se burló, agitándome el pelo con su mano.
—No exageres... No tuve muchas novias, no me dio tiempo a tanto.
—¿No? bueno, yo recuerdo a unas cuentas, y aunque solo una fue en serio, sé que rompiste algún que otro corazoncito.