Tras las cartas a mi primer amor

4. Una vez más.

Olivia.

Nueva York en la actualidad.

Esta mañana me era imposible estar calmada, ya no por el hecho de regresar a mi casa, sino porque no sabía qué esperar si lo hacía; Jaime podría estar esperándome, a sabiendas de que volvería a por mis cosas o, por el contrario; estaría en el trabajo haciendo su vida normal independientemente de que nuestra relación estuviera haciendo aguas.

Busqué las llaves ya frente a la puerta del apartamento, notando mi mano temblar ligeramente e inclinándome algo sobre la misma, intentando detectar algún movimiento en su interior.

Todo parecía estar en silencio, así que entré con la decisión de no tardar demasiado en arreglarme para salir hacia el trabajo.

Hasta que por fin te dignaste a llegar...

—¡Jaime! —exclamé dando un saltito del susto que me había llevado —¿qué haces ahí a oscuras? ¡Me has asustado!

Sí, supongo que no esperabas verme ¿no?

—Supones bien —acepté viéndole acercarse a mí, mientras yo disimulaba mi nerviosismo mirando el reloj de pulsera —, a esta hora sueles estar en el trabajo. Pero me alegra que estés aquí, porque necesito que hablemos de lo que va a pasar con nosotros a partir de ahora.

Tomé aire con fuerza, buscando el valor para enfrentarme a cualquiera que fuera su reacción. Si Jaime no se disculpaba, si no reconocía estar cometiendo un error al desconfiar de mí, jamás me tendría a su lado. Hoy mismo saldría de su vida, aunque eso significara reiniciar de cero la mía.

Miré a los ojos, fijamente al hombre que tan bien creía conocer, mi mejor amigo, mi refugio... Al menos hasta ese momento lo había sido. Sin embargo, podía diferenciar la desconfianza de su mirada, la tensión sujeta en su silencio.

Está bien —aceptó dándose la vuelta y dirigiéndose a la cocina —, ¿quieres un café?

Acepté con un gesto de cabeza y le seguí, queriendo parecer tranquila.

Necesito saber qué piensas de mí, qué te ha hecho pensar que yo no te quiero o que estoy haciendo no sé qué cosas fuera de esta casa... —hablé con decisión, pero manteniendo un tono de calma, mientras él me servía la bebida y me echaba una breve mirada incriminatoria.

¿Qué crees tú? —contestó dejando tiempo para que pensara mi respuesta, sentándose enfrente, con la isla de la cocina entre nosotros.

Llevo toda la noche pensándolo y solo le veo una explicación... Aunque sigo sin entenderla del todo —admití —. Según tus palabras de ayer, creo que volvemos a hablar de Alex, pero se me sigue escapando la razón...

Jaime resopló al escuchar el nombre del que fuera su amigo. Hasta a mí me sonaba raro el poder nombrarle estando frente a él, teniendo en cuenta que esa etapa de nuestro pasado, se había convertido en un tema tabú durante los años de nuestra relación. Y parecía seguir siéndolo, pues aceptó manteniendo una mirada dudosa.

—Jaime, no hemos sabido nada de Alex durante años... Y las cartas que encontraste son solo los sentimientos de aquella niña de quince años que estaba enamorada por primera vez. ¡Y ya! ¡Es parte del pasado! Ahora estoy aquí, contigo.

Y con Alex —contestó, haciéndome abrir la boca entre el asombro y la decepción —, ¿o me lo vas a negar?

¿Te has vuelto loco? No le he visto en cuanto... ¿6 años?

¡Ja! esa es buena... Al igual que tampoco sabes que vive en Nueva York y que es el jefe de publicidad de la empresa para la que trabajas ¿no?

Tragué con dificultad, asimilando cada una de aquellas palabras. ¿Qué Alex vivía dónde? ¿Qué era qué? No podía ser cierto. Mi cuerpo se mantuvo congelado el tiempo que tardé en captar que las cartas no eran la verdadera razón por la que mi novio aseguraba que yo le estaba engañando.

Pero ¿quién te ha dicho eso? ¿acaso le has visto? porque ¡te juro por mi vida que yo no sabía nada!

Hace unas semanas pasé frente a las oficinas pensando en buscarte, cuando de repente, alguien me llamó sin disimular su emoción por el reencuentro. Disimuló muy bien, debo decir... me daría por tonto. No esperaba descubrir así, que mi viejo amigo seguía empecinado en acercarse a ti, a pesar de todo este tiempo.

Negué con el gesto, empezando a enfadarme.

—Estoy segura que si está en Nueva York no es por mí —afirmé — tiene que ser una coincidencia... Además, sabes que mi trabajo no es en las oficinas, sino en exteriores ¿por qué crees que te ocultaría algo así? Haberle visto no cambiaría nada entre nosotros...

O eso quería creer.

Y me mantendría en ese pensamiento, pasara lo que pasara.

Yo no estoy tan seguro.

En silencio y tan solo con el lenguaje de su mirada, pude ver la esencia de aquel joven inseguro y bondadoso al que había elegido como compañero de vida. Y sin olvidar quiénes éramos y la lealtad que nos había unido, estiré la mano para tomar la suya.

—No confías en mí... —supuse —, a pesar de lo que hemos superado juntos. Te quiero mucho Jaime, pero no sé si tú lo sigues haciendo.

—Si no lo hiciera ¿crees que temería tanto el perderte?

—No lo sé — suspiré, pensándolo fríamente.

Una parte de mí quería pensar que sí; las relaciones solían estar compuestas de ese temor, a veces. No obstante, la confianza en tu pareja era igual de primordial si buscaba una relación sana y duradera.

—Si no confías en mí, no sé si esta relación tiene algún sentido. ¿Qué podría hacer para convencerte de que nada ni nadie hará cambiar lo que siento por ti?

Jaime tomó ahora mi mano entre las suyas, acariciando mi piel y haciéndome rememorar lo bien que se sentía el tenerle a mi lado. Como antes. Como si nada hubiera cambiado.

Para empezar —habló de repente, haciéndome abrir los ojos y ansiar esa solución que tanto tiempo llevaba esperando —, deberías dejar el trabajo.




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