Olivia.
Salí de aquel despacho casi hiperventilando.
¿Cómo había podido terminar nuestra conversación de trabajo en un acuerdo que me permitiera compartir los próximos quince días con mi jefe?
Olivia ¡¿qué has hecho?!
El corazón bombeaba en mi pecho como si quisiera salírseme por la boca, sentía las piernas débiles y temblorosas, y una sonrisa tonta permanecía pintada en mi cara.
Pero ¿¡de qué coño vas!?
Jaime no permitiría que yo continuara por aquel camino que irremediablemente me acercaba a Alex, pero me fue imposible centrarme solo en esa realidad.
Mi Alex, suspiró una vocecilla embelesada en mi mente, esa que siempre me hacía dudar y replantearme la decisión inicial de poner distancia. Él estaba ahí, tan cerca, que el hecho de que ahora trabajáramos juntos se me hacía un asunto secundario. El siguiente tema a sopesar sería, sin duda, explicarle lo ocurrido a Jaime sin que me echara de casa de una patada en el trasero.
Pero por alguna extraña razón no podía centrarme en eso, no todavía.
¿Es que acaso su presencia tenía aún el poder de dejarme tan fuera de juego? Era increíble. Era absurdo.
Cuanto había pasado... ¿5, 6 años? No conseguía recordarlo con exactitud. Pero como si hubiera sufrido un salto en el tiempo, mi cuerpo seguía reaccionando del mismo modo que antaño con su mera presencia; quitándome el aliento, deseando echarme a correr o, todo lo contrario; que se acercara un poco más para volver a disfrutar de la tortura de retroceder hasta nuestro pequeño momento juntos, en ese pasado que se negaba a dejarnos atrás.
Cuando sus manos rozaron las mías, haciéndome temblar de placer, conteniendo el aliento por el temor a caer rendida ante esa mirada celeste, ante esa sonrisa que conseguía hacerme estremecer...
—Señorita, ¿se encuentra bien? —preguntó alguien al final del callejón.
Vale... ¿y ahora qué hacía yo apoyada en aquel muro escondido tras del edificio?
—Sí, sí...—contesté cayendo en la cuenta de mi lapsus. Agradecida su preocupación salí de allí con el paso lento y aletargado. No era el ritmo habitual en las calles neoyorquinas más concurridas y muchos de los viandantes se esforzaban en evitar chocar con mi penosa marcha.
—¡Eh, tu! ¡Espabila o quítate del medio! ¿Es que acaso vas drogada? — me gritaba alguien en su idioma natal, sin poder distinguirle bien entre el gentío y mi estado de confusión.
—¡Perdón! —grité como respuesta improvisada, varias veces, pero sin poder dejar de sonreír como una tonta jovencita a quien su primer amor le proponía ser nuevamente parte de su vida.
Debía pensar bien mis pasos a seguir. Debía retroceder a mi mente preclara de antes de acudir a esa reunión con mi irresistible primer amor/jefe, con el que el azar volvía a jugármela.
¡Sí, destino, muchas gracias! ¿eh? Gritaba en mis adentros volviendo a pararme peligrosamente en la vía, mirando al cielo sin alguna razón.
¡¿No le había superado?! ¡De acuerdo! Ya me iba quedando claro.
Mis manos tantearon el bolso buscando el teléfono móvil, tenía que hablar aquel asunto con Jane. Quizás ella me diera alguna idea de cómo podría enfrentar tan peliaguda situación sin salir mal parada.
¿Dónde lo había metido?
Entonces, mi mano rozó con el sobre de mi renuncia. Lo saqué, aún con la mano temblorosa y los nervios regresando como advertencia. Sin dudarlo un instante, rompí aquel papel por la mitad, tirándolo a la papelera más próxima para eliminar toda evidencia de mi flaqueza. Ya redactaría una nueva cuando en unos días me despidiera de mi empleo y quizá, hasta de Alex.
Enfrentaría esta etapa como una prueba; una que me ayudaría a superarle y pasar página de una vez por todas. Y en el peor de los casos; a perderlo todo y tener que volver a empezar.
¿Tentador? Solo al cincuenta por ciento; ese porcentaje al que me agarraría como a un clavo ardiendo.
Mi móvil sonó, ayudándome a encontrarlo en el bolsillo trasero de mis jeans. ¡Genial! definitivamente estaba perdiendo la cabeza. Miré la pantalla; ¡joder, joder, joder! es Jaime...
—¿Sí? —intenté sonar calmada.
—Olivia... ¿Ya? —preguntó cortante, por supuesto era "típico de Jaime" y no me extrañó que esperara con ansias una respuesta igual de clara y conclusiva.
—No —suspiré con un nudo agarrando mi garganta —, hoy no he podido entregar la carta de renuncia —resumí pensando rápidamente en una posible explicación.
—¿¡Y eso por qué!? —preguntó notablemente enfadado.
Respiré hondo antes de responder, buscando la fuerza y recordando las razones que me llevaban a mentirle.
—No he podido verle, tengo entendido que está fuera de la ciudad y no podrán darme una cita hasta dentro de varios días... —solté el aire de una vez.
—¡Genial! —exclamó con rabia en la voz — ¿¡y se puede saber dónde estás ahora!?
—Jaime, he quedado con Jane y luego dejaré algo de trabajo avanzado en la oficina. Volveré pronto a casa —añadí intentando calmar su mal humor —, ¿te parece si hoy preparo yo la cena?
—Está bien —concluyó resoplando —, pero no tardes.
—No lo haré...—prometí algo más tranquila por el cambio de su voz — Te quiero...
Pero él ya había colgado.
Pues sí que le había sentado mal la noticia, aunque en mi mente las expectativas eran mucho peores que no decirme un Te quiero desganado como despedida. No me gustaba mentirle, nunca me había visto en la necesidad de hacerlo. Ambos nos conocíamos de siempre y nos habíamos respetado sin necesidad de llegar a mentirnos, ni tan siguiera para salir airosos de algo sin importancia.
Sin embargo, hoy me veía empujada a mantener mi excusa costara lo que costara, y sabía que sería mucho esfuerzo. Toda mi relación con Jaime pendía de un hilo; frágil y tan deteriorado, que no estaba segura que soportara una mentira como esta.