Olivia.
Entré al despacho de Alex, sin paso vacilante, buscando la manera de no tener que quedarnos a solas una vez más. Ambos nos sonreíamos con nerviosismo, como si nos estuviera costando adaptarnos a lo que éramos ahora; un jefe y su empleada.
Guardar las distancias sería lo más prudente, así que nada más entrar tomé asiento en la única silla frente a su escritorio, viendo cómo él lentamente se colocaba en su lugar.
—¿Para qué me necesitabas? —solté decidida a que nuestro encuentro privado durara lo menos posible, sonriéndole con la amabilidad profesional que no dudaba, nos esforzábamos por mantener.
—Pues he pensado en posibles soluciones, viendo que se te da tan bien el trabajo de montaje, quizá no sería mala opción de que te unieras a la plantilla actual.
Arrugué el ceño sin entender su empeño en que me quedase.
—Te agradezco mucho esa opción, pero mi campo es la fotografía, Alex. Y la verdad, no me veo simplemente haciendo un trabajo de oficina. Me gusta trabajar en equipo, eso es cierto, pero no creo que pueda sentirme realizada ahora que sé lo que es vivir mi sueño.
Me encogí de hombros, retirando la conexión con su intensa mirada.
—Lo entiendo... —dijo finalmente — Aún así, te pediría que lo pienses durante los días que pasarás con nosotros. Quizá, llegue a gustarte de algún modo y quieres probar durante un tiempo.
Sonreí aceptando su teoría, pero sin ver realista la probabilidad de que eso llegara a pasar.
—Eso haré... —concluí — Y si eso es todo, me voy.
Me levanté sin pensarlo más. No se me estaba dando nada bien el disimular lo que me costaba mirarle sin que la voz me temblara.
—Bueno, si no tienes prisa, podrías quedarte un poco más —añadió quedándose tal como yo, a medio camino de la salida —, podríamos charlar y ponernos al día. Hace tanto que no nos veíamos...
—Unos cinco años, dos meses y diez días... —agregué sin saber muy bien por qué, y esperando que solo lo tomara como una broma.
Olivia, definitivamente ¡eres tonta!
Pues su expresión cambió radicalmente, acercándose un paso más a mi posición e intentando descifrar con la mirada, si aquello significaba lo que cualquiera supondría.
—¿Llevas la cuenta? —susurró, haciéndome notar el calor de su aliento tan cerca que ya no podría rebatir mi metedura de pata. Solo negaría con la cabeza. Pero su cuerpo se acercaba peligrosamente al mío, haciéndome temblar una vez más.
—Lo siento Alex —conseguí articular, dando un paso hacia atrás para alejarme —, quizás en otro momento —volví a sonar pragmática —. Ahora tengo que marcharme... Me están esperando.
Repetí mi sonrisa cortés, saliendo de la oficina despavorida y sintiendo el escándalo de mis latidos, como una protesta a la cobardía del resto de mi ser.
¿Por qué me costaba tanto alejarle de una vez? ¿Por qué seguía manteniendo viva la posibilidad de su interés? Debería regresar y decirle que yo salía con Jaime, que él era la razón por la que yo debía salir de aquella empresa sin dudarlo más. Pues, aunque me lo negara una y otra vez, su recuerdo seguía vivo en mí y por descontado, también en los recelos del que años atrás le llamaba mejor amigo.
Sin embargo, mi mente volvería a no influir en mis pasos guiándome hasta el siguiente reto que debía enfrentar; Jaime. Pasaría por el mercado, cocinaría su cena favorita y rezaría para que su ánimo mejorara tanto, que no hiciera falta tocar el tema de mi renuncia fallida. Me centraría en eso y en nada más.
Unas pocas horas después, miré el reloj, ansiosa porque la noche planeada comenzara. Las siete; Jaime no tardaría en entrar por la puerta en la que yo, le recibiría con un beso y un largo abrazo de bienvenida. Le ayudaría a ponerse cómodo, calentando el ambiente con mis cuidados para pasar a disfrutar de la comida en la que tanto que había esmerado.
¡Sería como antes! ¡Como si nada hubiera cambiado!
Pero con cada giro del reloj, empezaba a impacientarme.
Las siete y media, las ocho... Y Jaime no aparecía. Miré mi móvil una vez más. No. No había ningún mensaje. ¿Dónde se habría metido? Comencé a desmoralizarme; ¿acaso no habíamos quedado en vernos a su llegada?
Le llamaría; decidí sin poder aguantar un minuto más aquel silencio.
El sonido de la señal era inquietante para mi desesperado empeño, mientras insistía hasta que la llamaba se cancelaba. Jaime no contestaba pero insistiría hasta que alguien me asegurara que nada malo le había pasado.
A las nueve, y a punto de coger mis cosas para salir a buscarle, un tintineo de llaves tras la puerta de casa, me alertó. Esperé un instante antes de recibirle, contrariada porque Jaime no consiguiera abrir con normalidad, luchando porque la llave encajara finalmente en la cerradura.
Pero, ¿qué coño le pasaba? Me pregunté justo en el momento de abrirla, viéndole tambalearse pasando del susto a la sorpresa.
—¡Olivia, joder, qué susto me has dado! ¿qué haces ahí parada?
—Supongo que lo siento... —contesté mientras veía cómo caminaba lento y tambaleante hacia el salón, apreciando que, definitivamente había bebido de más.
Cerré la puerta y le seguí, con el alma por los pies. Me acerqué haciéndome notar, durante el tiempo que se concentraba en tumbarse a lo largo del sofá. Con los ojos cerrados y a las puertas de un profundo sueño.
—Creía que habíamos quedado en que prepararía la cena hoy, para los dos. Llevo esperándote dos horas, te he llamado mil veces, no sabes lo preocupada que estaba —hablé sin poderme contener, haciendo una pausa al dudar que me estuviera escuchando —. Jaime, ¿dónde estabas? ¿por qué no me has avisado de que no llegarías a tiempo?