Tras las cartas a mi primer amor

8. Su perdón

Alex.

Llevaba toda la semana dándole vueltas al mismo asunto en mi cabeza; Olivia...

No sabía por qué, pero no había conseguido acercarme a ella y hablar en un plano más allá de lo estrictamente laboral. Y los días seguían pasando sin dejarme mucho margen para actuar.

No sabía bien a lo que me enfrentaba, quizá me estaba inmiscuyendo en su nueva vida, en una donde mi presencia ya no tenía cabida pero por alguna razón, ella me ocultaba ese lado de su realidad. O tal vez no me había perdonado.

Recordaba con claridad nuestro último encuentro, unos tres años atrás. Aquel día estaba feliz por haber regresado a mi ciudad natal por un tiempo indefinido. Caminaba por las calles que tan bien reconocía con otros compañeros de estudios, cuando la vi. Allí, sumida en sus pensamientos mientras esperaba el autobús.

Me acerqué a saludarla sin pensarlo dos veces, notando su sorpresa. Sí, me alegraba mucho de volver a verla y advertir que se ponía nerviosa con mi sola presencia. Casi le costaba hablarme con naturalidad. Aunque quizá eso fuera mala señal. Seguía siendo aquella linda jovencita de mirada despierta y sin filtros, que decidía ponérmelo difícil. ¡Y no la culpaba! Había sido injusto el haberme ido sin ni tan siquiera despedirme. ¿Cómo no iba a castigarme de algún modo?

Le di mi número de teléfono, el cual había cambiado tras la mudanza, con la esperanza de que me diera la oportunidad de volver a pasar tiempo a su lado.

Pero jamás lo haría, dejándome claro que una vez más la había cagado, o simplemente, que era demasiado tarde.

Como parecía serlo ahora.

El timbre del teléfono de la oficina sonó, haciéndome cogerlo tras el sobresalto.

Señor Mora —me llamaba Mary coloquialmente en su raro acento castellano—, tiene una llamada urgente desde Madrid. 

Puedes pasarla, Mary —pedí convencido de que se trataba de mi prima Maia.

Alex, ¿me oyes? —la escuché al otro lado del interfono.

¡Prima! Cuánto me alegra escucharte tan pronto. ¿Cómo va todo por ahí?

Genial, aunque se te echa de menos... ¿Y a ti? Se te oye bien 

Reí complacido por su aprecio.

Bueno, todo esto es muy diferente, pero me voy adaptando. Pero cuéntame, ¿qué ha pasado para que me llames a la hora de tu sagrada siesta?

Algo que no habías concretado y me hizo dudar. He pasado por tu casa, para asegurarme de que todo estaba bien, y he visto muchísimo correo acumulado en el buzón. Supongo que lo lógico sería que te lo enviara a tu nueva dirección de allá. Podrían ser importantes...

Sí, te lo agradecería mucho, ni siquiera había pensado en ello.

—Pues hecho, mañana mismo iré a la oficina de correos. un momento de envío un mensaje con mi dirección y la de mi oficina.

—¡Wow! Qué formal ha sonado eso —reía, burlándose —. A veces olvido eso de que ahora eres un gran ejecutivo.

—No exageres...

¿Entonces? ¿Te adaptas? ¿Ya tienes un grupo de amigos a lo serie americana con los que salir a tomar copas y demás?

Esa parte está siendo de la más complicadas. Solo conozco al resto de compañeros de oficina y bueno, ¿sabes a quién me he encontrado por la ciudad?

¿Alguien a quien conozca?

— Creo que sí, al menos de hablé de ambos en varias ocasiones. ¿Recuerdas a Jaime? ¿El chico que era mi mejor amigo desde el colegio? Pues vive aquí, según dijo.

¡Eso es genial! Quizá puedas retomar el contacto y salir a ligar y cosas de esas. Y ¿quién es la otra persona?

—Olivia... —resumí echando un suspiro inesperado que Maia captaría al instante.

Oyoyoy... —murmuró — Me suena que así se llamaba la chica con la que salías cuando te mudaste aquí, ¿no es cierto?

Algo así, aunque no estábamos saliendo realmente —admití.

¡Cierto! Me olvidaba que fue en tu época de picaflor.

Ajá —acepté sin querer entrar en el tema —. Pues ahora, ella trabaja para mí.

—¿¡Qué dices!? —reaccionó, sin poder creer en la casualidad. 

A veces, a mí también me costaba hacerlo. Hablamos del tema durante unos minutos más, dándole detalles de los últimos días. Desahogándome y recibiendo como consejo, el no dejar que se marchara sin hablar del problema que de algún modo, nos mantenía alejados. Eso intentaría.

Olivia, por favor ¿podrías reunirte conmigo en el despacho? —la llamé sin esperar un segundo al teléfono del despacho de imagen y montaje, dónde sabía que seguía trabajando.

—En seguida señor —contestaría tras un instante de silencio, volviendo a disimular lo nerviosa que le ponían mis atenciones. 

Eso, y que a nadie del grupo de trabajo le pasaban desapercibidas mis acciones atribuyéndolas de favoritismo o a un simple capricho. Como en casi toda empresa pequeña, los rumores solían expandirse como la pólvora, motivando a Olivia a permanecer alejada de mí a menos que un motivo de fuerza mayor la obligara.

No tardó en aparecer, esperando tras la puerta con recelo.

Pasa Olivia —dije poniéndome serio, o más de lo que acostumbraba. No iba a dejar otro momento —. Puedes tomar asiento. Hay una tema importante que necesito que hablemos.

Escaneé su expresión, con el ceño fruncido y la misma pose inquieta. Se sentó con las manos unidas como intentando disimular su alarma, y la mirada huidiza que acostumbraba en mi presencia.

En primer lugar, quisiera saber si estás más conforme con el trabajo que has estado realizando estos días... —la miré directamente, sin titubear y dejando claro que aquella conversación solo acababa de comenzar.

Me va bien... No puedo quejarme ni del empleo ni del equipo —contestó con un tono neutral, pero con la expresión de tener claro qué intención tenía al preguntar sobre ello —. Igualmente, si la pregunta va en dirección a si mi renuncia sigue en pie, o no, debo añadir que sí.




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