Tras las cartas a mi primer amor

10. Un paso en falso

Olivia. 

Vi cerrarse el ascensor tras él, conteniendo la respiración. Alex se había marchado, una vez más y yo no había podido retenerle. Aún sabiendo la verdad de lo que había ocurrido seis años atrás, no había podido recuperarle, ni tan siquiera permitirle conocerme una vez más. Mi corazón en cambio, sí que quería salírseme del pecho, tras él. Quizá de algún modo, una parte de mí siempre estaría con él. 

—Entra —me ordenaba Jaime severamente —. Creo que tienes algo que contarme. 

Obedecí, como mecánicamente a sabiendas del momento que me tocaba afrontar. La bronca que me esperaba iba a ser monumental, de eso no me cabía duda. 

Jaime me dejó entrar aguardando en silencio, al menos hasta cerrar las puertas tras nosotros. Se apoyó en ella, cruzado de brazos y a la espera. 

Cuando fui a entregar mi renuncia, le vi... —esperé un poco a su respuesta, pero no dijo nada. Solo me decía con la mirada que esperaba obtener la versión extendida de los hechos. 

No le conté la verdad, de lo nuestro. No quería contarle nada de nuestra vida y, puse una excusa para irme de la empresa. 

—¿Y por qué harías algo así? ¿No era más fácil decirle que te ibas, y ya? 

¡No! —exclamé frustrada y sin saber cómo excusarme— No es tan sencillo... Dije que tenía motivos personales y que no quería seguir trabajando tan lejos. Él insistió en que terminara mi proyecto desde las oficinas, y yo...

¡¿Que has estado trabajando en las oficinas?! —exclamó abriendo los ojos sin dar crédito — ¿¡Con él!? ¿Todos estos días?

—¡No exactamente! He estado siempre con el equipo de imagen... —caminé en círculos, buscando una razón que no fuera el cúmulo de dudas que me atacaba cada vez que Alex estaba cerca — Solo le he dado el margen legal antes de irme. Tenía que dejar completado mi trabajo antes de marcharme definitivamente.

¿Y entonces? ¿Por qué me engañaste Olivia? —preguntó, haciéndome levantar una ceja con escepticismo. ¿Acaso hacía falta responderle a esa pregunta tan obvia? 

Jamás hubieras aceptado que tenía mis razones para continuar trabajando...

¿Y debo deducir que esa razón no incluye a Alex?

Dudé un segundo antes de negar con el gesto. 

Por supuesto que no... ¿Cuántas veces te he dicho que respeto lo que tenemos Jaime? ¿Qué valoro nuestra relación?

¿Valorarme es mentirme? ¿Seguir viéndole a mis espaldas? 

No es así, no tienes que temer nada —me acerqué a él, acariciando su rostro, intentando convencerle de que teníamos ante nosotros unas nueva oportunidad de reencontrarnos. Pero su mirada bien me decía que mi engaño solo le dejaba más dudas de las que siempre le habían invadido. 

No confío en ti, aunque me esfuerce en hacerlo —confesó — Y después de lo de hoy ¿cómo no dudar de que sigues pensando en él?

Me aparté, soltando el aire retenido en mis pulmones en un suspiro que sonó a derrota. 

Tú no confías en mi, y yo, ya no soy capaz de no temer que cada cosa que diga o haga empujada por el miedo, nos esté alejando más y más. ¿Qué puedo hacer Jaime? —pregunté con la voz ahogada por la frustración, mirándole a los ojos, suplicante —¿Qué más necesitas para confiar en que nos elijo a nosotros?

Cumplir con lo que prometiste para empezar —replicó —, alejarle de nuestras vidas para poder empezar desde cero. 

Afirmé decidida con un gesto de cabeza; comenzaría en aquel mismo instante. Decidí tomando mi abrigo y mi bolso del perchero de la entrada, para sin añadir nada, solventar el que parecía haber sido mi primer error. 

Por la hora que era, Alex no estaría en la oficina, y ambos sabíamos que no había mejor opción para evitar encontrarnos. Dispuesta a acabar con el motivo que había puesto del revés mi vida, conduje hasta la siempre atestada quinta avenida, entrando con mi pase de acceso al edificio hasta el parking privado que no solía usar, sorprendida al ver gran parte de los aparcamientos ocupados. Era inevitable, pues en aquella ciudad casi todo el mundo vivía por y para su trabajo, haciendo infinitos sus turnos laborales. 

Nerviosa e impaciente a parte iguales, subí por el ascensor hasta la décima planta donde estaba su oficina. Saludé al vigilante, quien extrañado cedía a mi acceso, con la excusa de recoger los documentos olvidados unas horas antes. ¡Y vaya que si me había resultado fácil mentirle! Ahora temía que me hubiera acostumbrado a hacerlo con la práctica de estos últimos días. 

Sigilosa y mirando que el vigilante no estuviera tras mis pasos, accedí a su despacho personal, que a oscuros, me hacía tropezar con la alfombra y caer de bruces. 

¡Joder! Tremenda leches me he pegado...—exclamé dolorida y restregando mis manos rasguñadas. Tanteé el suelo en busca del bolso y la carta de renuncia que involuntariamente había salido despedida de mis manos, pero el tacto de lo que parecían ser un par de suaves zapatos, me alertó, haciéndome retroceder asustada. La luz se prendió de repente haciéndome temer lo peor.

—¡Alex! —exclamé sofocada de repente, sin saber bien cómo podría interpretar mi presencia allí —Lo siento, yo solo...

Con una expresión seria y educada, me ayudaría a ponerme en pie sujetando mi mano para alejarse y darme espacio, haciéndome entrever que el encuentro que habíamos tenido unas horas antes, seguía estando bien latente en sus recuerdos. 

—Supongo que no has venido a verme, ni a hablar conmigo... Así que has lo que tengas que hacer y márchate si es lo que tanto quieres.

Esa respuesta me dejó paralizada, y algo confusa. Jamás había visto esa parte de su personalidad sintiendo que era mi culpa el que se comportara con esa brusquedad. 




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