Olivia.
No me resistiría esta vez. Hoy, solo dejaría que nuestros corazones fueran dueños de la situación. ¿No sería más fácil hacerlo siempre? Si no, ¿cómo íbamos a vivir de verdad, intensamente?
Esa idea me impulso a acortar el espacio entre sus labios y los míos, entre sus dudosas manos que acunaban mi rostro profundizando en aquel beso con insistencia. Por un instante pensé que había dejado de respirar, trasladándome a un cielo tan placentero como delirante, notando cómo cada célula de mi cuerpo se excitaba, como todo a nuestro alrededor quedaba en suspensión. Y le besé mil veces más, como creía que nunca había besado a nadie; con devoción y un anhelo que salía desde lo más profundo de mi ser, notando que él también lo sentía en aquel momento.
Intenté analizar lo que estaba pasando, ese instante tan deseando años atrás. Pero me era imposible atar dos solas ideas simples; el deseo era quien tenía la voz en mis actos. La necesidad de fundirme con cada parte de su piel, me consumía sin poder controlar mis manos que se atrevían a desatar sus ropas con un ansia totalmente desconocida. Una sonrisa asomó entonces por sus labios.
—¿De verdad quieres seguir?
Abrí los ojos incrédula ante su pregunta, sin dejar que se alejara un instante.
—¿Hace falta preguntarlo?
Y seguimos donde lo habíamos dejado, viendo como se animaba a tomar su parte en el proceso de desnudarnos.
Pero, algo nos alertaría; un sonido brusco tras las puertas del despacho, haciéndonos retomar la cordura durante un minuto en vilo.
—Puede que sea Mike, el de seguridad... —susurré sin mover mis manos de su torso descubierto, y viéndole de reojo, cómo volvía a sonreír divertido encogiéndose de hombros.
—No dudo que haya entrado a buscarte —contestó bromeando, y apretándome algo más contra su cuerpo, bajando automáticamente mi niveles de autocontrol.
—Es probable —susurré bajito para volver a quedar tentada en sus labios, barajando la posibilidad de inventar cualquier excusa que nos permitiera continuar en lo que estábamos.
Sin embargo, los pasos de quien quiera que fuera, se acercaban, haciéndonos temer lo peor.
Supe que si alguien nos encontraba de esa guisa no haríamos más que complicarlo. Así, que haciendo de tripas, corazón; me alejé volviendo a abotonar mi blusa, ante su gesto de confusión. Caminé hasta la puerta, tomando ante entre mis manos la carta de renuncia como un gesto de hasta pronto.
—Pero, ¿¡te vas!? —preguntaría con asombro en un grito susurrado, haciéndome dudar en regresar a su lado y volver a besarle ¿Y cómo no hacerlo? Así que volví sobre mis pasos, rápidamente y dispuesta a rendirme, sucumbiendo a tentadora locura de sus besos y mientras sus manos luchaban por retenerme un poco más.
La puerta podría abrirse en cualquier momento, y ambos seríamos descubiertos, gritaba mi conciencia, obligándome a dejar a un lado el voraz apetito que despertaba en mí ese hombre y a salir de allí sin mirar atrás.
—Olivia —murmuró una voz demasiado conocida tras de mí, mientras estaba concentrada en cerrar la puerta del despacho lentamente.
—¿Jaime? —pregunté exhalando de espanto —¿qué haces aquí?
—Tardabas demasiado —contestó serio y mirando con desconfianza el lugar del que acababa de salir —, y pensé que no era una hora adecuada para andar sola por ahí.
—Gracias... —sonreí simulando tranquilidad — Es todo un detalle, pero ya he terminado, y podemos irnos.
Caminé decidida a salir del edificio, y de esa mirada de desconfianza reflejada en su rostro. No era para menos pues, había estado a punto de pillarme con las manos en la masa. ¡Y que masa! El latido de mi corazón seguía invadiendo todo mi cuerpo, cada célula anhelaba retomar lo que Alex y yo habíamos comenzado.
Pero no. Debía serenarme. Pensar fríamente y controlar la pasión que aún despertaba en mí.
Adelantándome, subí en mi coche y conduje sin tan siquiera poder mirar a Jaime, aumentando mi culpabilidad a casa segundo que manteníamos aquel tenso silencio.
—La noche esta tranquila para ser viernes...
Jaime me echaría una mirada extraña antes de volver a centrarse en las vistas desde la ventanilla.
—Supongo que eso ayudó a que encontraras un taxi tan rápidamente...
—Sí, cuestión de suerte supongo, estar en el lugar indicado en el momento perfecto. ¿No crees?—contestó haciéndome callar por la frialdad de su mirada.
Un escalofrío pasó por mi cuerpo temiendo lo peor. Jaime no era imbécil, y solía presumir de acertar en sus premisas cuando algo no le encajaba. Hoy, y una vez más, llevaba razón.
—Creo que tendríamos que hablar... —solté sin querer cargar un minuto más con mi mala conciencia.
—¿Más? —replicó confundiéndome —No haces otra cosa que hablar y quejarte de lo mal que lo hago todo, pero tú eres la que mientes. La que me traicionas. ¿Cómo crees que puedo confiar en ti si a la mínima caes tentada?
—Lo siento Jaime, de verdad. Ojalá no hubiese tomado tantas decisiones equivocadas. Ojalá esto fuera fácil para mí, pero no lo es.
—¡¿Lo admites?! —exclamó alzando la voz —¿Admites que aún estás tentada a seguir viéndole?
Sus preguntas me hicieron ralentizar el avance del coche, tomar aire lentamente con intensión de calmar mi nerviosismo y poder ser clara y justa en mis argumentos.
¿Sería capaz? ¿Podría exponer mis dudas y finalmente dejar que florecieran mis más secretos sentimientos?
—Sabes que fue mi primer amor... Entonces, me sentía capaz de confiarte todo, y ahora espero que seas capaz de ser no solo mi novio, sino también ese amigo.
—Me pides demasiado...
—Supongo que sí —suspiré derrotada.
Ya me iba quedando claro que el Jaime que me miraba enfurecido desde el asiento del copiloto, no se parecía en nada a mi mejor amigo de antaño.
—Llevo queriéndote demasiado tiempo Olivia, y creía que lo nuestro era más real y verdadero que lo que ustedes tuvieron, pero veo que por mucho que me esfuerce, no puedo sino prever que regresarás corriendo a sus brazos si él te lo propusiera.