Olivia
La noche pasó en un suspiro tras otro, y con la cabeza hecha un revoltijo de recuerdos, reflexiones sobre las decisiones que debía tomar y las que realmente necesitaba en mi vida. La ansiedad formaba parte de esa ecuación desde hacía ya semanas, donde no podía dejar de plantearme el cambio en la personalidad y la manera de actuar de aquel hombre que dormía a mi lado, sujetándome junto a su cuerpo como si mi presencia fuera la clave para conciliar el sueño.
En cambio, allí estaba yo, mirando a la nada y sin poder quitarme de la mente lo que un nuevo día podría deparar.
¿Debería quizá volver a la oficina, y elegir a Alex como el camino más lógico a seguir? No, aún no tenía el valor de enfrentarme a tal decisión pero, ¿me buscaría si decidía poner distancia entre nosotros, hasta conseguir aclararme?
La incertidumbre volvía a hacerme suspirar, viendo como Jaime se movía y me dejaba algo de margen para escapar de su agarre. Lentamente e intentando ser silenciosa, me escurrí de la cama caminando hasta la sala y decidiendo salir al balcón como refugio.
Los primeros rayos del sol asomaban en el horizonte, sintiéndome nuevamente agradecida y afortunada de haber conseguido rentar aquel apartamento junto a la bahía, en un intento de alejarme en las pocas horas libres, de la ruidosa ciudad.
Allí había sido feliz, al menos en los primeros meses mientras construimos de cero los sueños de una vida juntos. Jaime me había ofrecido un camino más sencillo hacia mis sueños y él, se había comportado como ese novio dedicado, trabajador, ambicioso y atractivo, que completaba el prototipo de hombre ideal que cualquier padre hubiera soñado para su hija.
Con él todo parecía más sencillo. Siempre y cuando yo no me saliera de lo que de mí se exigía; ser paciente con sus escenitas de celos y condescendiente con sus salidas de tono.
Pero no podía centrarme en lo malo, suspiré sin dejarme llevar por ese camino de desesperanza. Estaba claro que no podría gustarme todo de su persona porque además, era el hombre en el que confiaba, mi balsa de apoyo, mi mejor amigo y un buen hombre que me quería por encima de todo. Pero, ¿le quería yo por igual? Ni siquiera ahora lo sabía, pues la balanza estaba de mis objetivos estaba convirtiéndose en una competición de lo más reñida.
Era posible que Jaime llevara la ventaja por méritos cumplidos. No obstante, Alex se superponía si pensaba en la atracción irrefrenable que despertaba en mí, ¿acaso eso no debería convencerme?
No debería... Pues las pasiones también se apagan con el tiempo, cuando en verdad se conoce a la otra persona como yo conocía a Jaime, haciendo normal la rutina donde la intensidad cesaba, dando paso a un sentimiento más gradual, más estable y... ¡más aburrido!
Sí, respondí a mi subconsciente. Lo era. Pero, ¿no era acaso el fin de toda relación duradera?
El frío atravesando mi bata, me empujó a dejar a un lado mis frustraciones, entrar en la casa y prepararme un café delicioso y humeante que me ayudara a mantener el calor dentro de mi cuerpo.
¡Hum...! Olía delicioso, y reconfortante.
—¡Ah! Ya estas despierta... —se sorprendía Jaime saliendo del dormitorio, dándome un beso de buenos días y poniendo toda su atención en colmar su taza de café.
—Sí, no he dormido muy bien...
—Me imagino... —murmuró por lo bajo, tomando asiento en su lado de la mesa de comedor, atento al periódico del día.
Por el contrario, yo sí me dediqué a analizar cada uno de sus movimientos, su reacción y el posible significado oculto que pudiera guardar en su aparente indiferencia.
No parecía preocupado, en absoluto, porque yo pudiera tomar una decisión que le afectara, ¿o quizá solo fingía estar seguro de saber el resultado? Esa posibilidad me molestaba, era parte de su arrogancia a veces contenida, que conseguía sacar de él lo peor de su carácter.
—¿Irás hoy a la oficina? —pregunté con naturalidad.
—Sí —aceptó tras tomar otro sorbo de su café sin ni siquiera mirarme —, he concertado una reunión con mi superior para valorar posibles destinos. No tardaremos en encontrar un nuevo camino lejos de Nueva York.
Y ahí estaba... Esa parte que detestaba, esa costumbre de decidir por encima de mis dudas.
—Creo que deberíamos hablar sobre eso antes...
Rápidamente y con un gesto severo, posó su mirada iracunda en la mía.
—Hablar, hablar y hablar. ¿Qué más quieres? ¿Acaso crees que voy a quedarme de brazos cruzados mientras tú alimentas tu indecisión? Siempre has sido igual, hay que darte un empujoncito para que salgas de tu zona de confort. No hay nada más que pensar, organizaré el traslado desde que concrete el destino y en unos días nos iremos.
Cansada de su terquedad me levanté enfadada, buscando dejarle claro mi desconformidad.
—Ojalá pudiera ceder siempre Jaime, pero me da que en esta ocasión sí que me lo tengo que pensar. Y bien...
Sentencié cerrando la puerta del baño de un portazo. ¡Estaba furiosa! Y agotada... Mi imagen frente al espejo bien me decía que debería intentar dormir un poco, alejarme de aquella agonía de no saber qué camino era el correcto. Sentía que no me quedaba nada y si elegía mal, ya no tendría las fuerzas para volver a soñar.
Refunfuñando frente a mi reflejo, y con las manos ocupadas en trenzar mi pelo hasta verme mejor decidí esperar a que mi novio se fuera sin tener que despedirme de él. ¿Cómo se atrevía a dar por hecho que yo le seguiría sin dudarlo? ¡Será imbécil! No permitiría que me tratara como a un títere, sin voz ni voto, empujándome a abandonar mi empleo soñado por él y ya no sabía si podía seguir aguantando la presión a la que me sometía constantemente.
—¿Olivia? ¿no piensas salir del baño? Tengo que salir ya a la oficina o llegaré tarde...