Olivia.
Me fui cansada de esperar algo que en aquel día no ocurriría. Algo cabizbaja e igualmente confundida, retomé el camino hacia casa sin poder evitar mirar el móvil una y otra vez en toda la mañana. Era una estúpida al haber creído que tras lo ocurrido anoche todo cambiaría entre Alex y yo. Que comenzaría a comportarse como el amante enamorado que quizá, yo esperaba que fuera. Pero en cambio, por ahí estaba, disfrutando de su día libre con cualquier otra mujer, como si mi vida no estuviera patas arriba a causa de su influencia.
Decidí llamar entonces a la única persona en la que ahora confiaba, la única en la que podía esperar un poco de compasión y afecto sincero.
—Jane, estoy ya en casa, ¿podrías venirte y comemos juntas?
—Hecho, justo salía de una entrevista... Hay un restaurante tailandés justo aquí, ¿te apetece que lleve la comida?
—¡Oh, sería genial! —celebré sin tener ánimos para ponerme a cocinar — Amiga, ¿qué haría yo sin ti?
—Pues volverte loca, o un poco más loca de lo que ya estás —reía a mi costa —. Ya compro y en media hora espero estar por ahí, ¿ok?
—Aquí te espero —admití de lo más agradecida.
Jane era sin duda del tipo de amigas que pocas veces una podría llegar a subestimar y mucho menos, de dejar de sentirse afortunada. Era una mujer con las ideas claras y que daba pasos firmes en sus decisiones, muchas de ellas impulsándola a llegar hasta lo que otros conocen como éxito. Aún así, se siente tan convencida de sus capacidades, que una vez en alza no tiene miedo de cambiar de rumbo de su vida, y comenzar una vez más desde el principio, superándose a ella misma y provocando hasta miedo en la reacción de quienes no la conocían de verdad.
Yo solo podía adorarla, y sí, quizás ahora, podría envidiar sanamente esa alta capacidad de decisión. ¿Cómo no hacerlo? Quizá ella podría ayudarme, aconsejarme al menos con lo que ella haría en mi lugar.
Volví a mirar el móvil. ¡Argggg! ¡Para ya, Olivia! ¡No llamará!
Preparé la mesa para la llegada de mi amiga y luego me vestí con ropa más cómoda para andar por casa, sin llegar a parecer descuidada. Una nunca sabía lo que podía surgir de repente y la idea de que algo inesperado me hiciera salir urgentemente de casa, me convencía.
Por suerte, Jane no tardó en llegar y mientras comíamos le expuse mi gran dilema.
—Me deja muy sorprendida el que te estés pensando en serio el dejar a alguien como Jaime...
—¿Por qué lo dices? —quedé igual de impactada, ante su convencimiento de que Jaime era irremplazable.
—Bueno, desde donde yo sé, tu novio es el prototipo ideal; es amable, te cuida y te adora por encima de todo —enumeraba, mientras yo analizaba mentalmente cada uno de esas virtudes que parecían impresionarla.
—Sí, quizá lo sea desde tu perspectiva, pero hace meses se comporta más posesivo y celoso. Dice que no confía en mí —opiné en confianza viendo como mi amiga alzaba una de sus perfiladas cejas, escéptica.
—¿Y qué te sorprende? ¿Acaso no eres tú la que te andas besuqueando con un ex en las noches? ¿quién no puede olvidar a ese otro aún durmiendo con tu hombre?
¡Vale, vale! ¡Tocada y hundida!
Resoplé admitiéndolo.
—Ya, supongo que yo soy la culpable de que se comporte como un maniaco, a veces ni reconozco a ese chico dulce con el que crecí y al que elegí como compañero de vida.
—Es una mala racha amiga... Todas las parejas lo pasan y ustedes, podría decirse que llevan juntos toda una vida. Aunque no aquí en Nueva York, siempre han sido inseparables.
Pensé sobre lo que hablaba, viéndolo desde su perspectiva. Sin embargo, no podía dejar de lado que prácticamente le había sido infiel a Jaime.
—Supongo que en parte llevas razón... Y sé que Jaime es un buen hombre, es luchador y no se rinde fácilmente. No me dejará abandonar lo que hemos creado tan fácilmente —declaré tomando un sorbo de vino blanco —, inclusive hoy se ha reunido con su superior para pedir un traslado y alejarme de la amenaza que supone Alex.
—¡No puedes estar hablando en serio! —exclamó estando a punto de atragantarse — ¿Van a marcharse de la ciudad?
—No es que la idea me guste...—confesé — Ten en cuenta que sigo dudando con qué rumbo tomar en esta nueva etapa de mi vida. Estoy confundida y sobrepasada... Jamás pensé que reencontrarme a Alex me afectara de este modo y lo haya complicado tanto —suspiré abatida mientras ella analizaba con dedicada paciencia mis problemas sentimentales.
—Está claro que no le has superado —se encogió de hombros llegando a una conclusión más que acertada —Sigue haciéndote brillar los ojos, eres diferente hasta cuando hablas de él... Creo haberlo notado la primera vez que le nombraste, cuando aquellas cartas aparecieron.
Acepté apoyando mi cara en ambas manos y sin poder negarlo. ¿Podría alguna vez?
—Ni siquiera haber escrito en ellas mis sentimientos me ayudó, tan solo quedó patente la herida que su marcha dejó en mí. Le extrañé, por mucho tiempo. Eso que teníamos fue fugaz, si lo comparo con mi relación con Jaime, pero la intensidad de aquellos pequeños momentos marcaron un antes y un después de mi conocimiento del amor.
—Lo entiendo, pero por supuesto, no sé lo que es vivir lo que describes. Supongo que esos recuerdos no te dejaron pasar página, e intentaste sustituirle sin conseguir hacerlo. Y no es sano esto que haces... Quizá ese Alex ya no exista, y simplemente le estás idealizando.
—Eso es lo más que temo... —confesé mientras nos mudábamos al salón, tomando una repuesta copa de vino — Porque si lo dejo todo por él, y luego descubro que este sentimiento es solo una fantasía de adolescente enamorada, ¿qué quedará de mí? Perderé a Jaime para siempre y sentiré que todo esto del amor es en vano.