Olivia.
Estaba allí, en pie junto a su puerta, y a punto de tomar una decisión que podría cambiar mi vida. Si lo hacía... Si le elegía, haría daño al hombre que siempre vi como mi compañero ideal, sin embargo debía enfrentar la realidad, exponerme a lo que tan vulnerable me volvía.
Esperé tras insistir con varios toques, adentro no se sentía nada, ni un sonido que me dijera que Alex estaba en su apartamento. Miré el reloj, insegura de haber llegado a tiempo de no coincidir con el horario de la oficina.
Un sonido tras la puerta me alentó a no irme, sin duda Alex estaba tras aquella puerta y yo debía prepararme para aquel encuentro tan decisivo. Respiré hondo, profundamente, viendo cómo la puerta lentamente se iba abriendo hasta mostrarme quién me recibiría y encontrando a alguien que no esperaba frente a mí.
—¿Hola...? —saludaba intrigada al verme, una sonriente y jovial chica de pelo alborotado y mirada curiosa.
Di un paso atrás por la conmoción de verla con un simple albornoz masculino, para asegurarme no haberme equivocado de dirección. No, por supuesto que compartía ropa con el dueño del apartamento, haciéndome unir cabos y viendo claramente el significado del silencio de Alex desde nuestro último encuentro.
Había otra mujer en su vida, y estaba allí, frente a mí, dándome la bofetada de realidad que necesitaba.
—¡Oh! creo que me he equivocado de piso —inventé para salir airosa del bochornoso encuentro —, lo siento... —me disculpé dándome media vuelta y continuando mi marcha por el pasillo, viendo cómo tras un segundo se decidía a cerrarla sin hacer desaparecer esa sonrisa de amabilidad con la que me había recibido.
¡No! ¡No podía ser verdad! Gritaba mi mente, mientras mi corazón tamborileaba con desespero, haciendo que me apoyara en la pared intentando tomar aire bruscamente.
¿Podría Alex estar engañándome? Un pesar se cernía sobre mí, haciéndome retornar a esos momentos donde tantas veces los rumores ponían en duda su fidelidad cuando éramos unos críos, pero ¿y ahora? ¿sería cierto lo que Jaime aseguraba, y yo solo fuera un juego para él?
Furiosa y sintiéndome más estúpida que en toda mi vida, salí del edificio con paso firme, tanto que llegué a sentir la fatiga una vez recorrido a pie la distancia hasta su oficina. Hoy no dudaría, dejaría a Mary mi carta de renuncia como correspondencia sin arriesgarme a que él me viera, y me largaría de una vez por todas de su alcance.
Mecánicamente me limpié las traicioneras lágrimas de pena y frustración que resbalaban por mi cara. ¿Por qué seguía doliendo de aquella manera? ¿Cómo podría llegar a envidiar a aquella chica por ser la elegida por alguien que jugaba así con mis sentimientos una y otra vez? Pues porque aún arrastraba aquel amor imposible como un lastre, sabiendo que no podría concederle ni una sola oportunidad más.
Tomé el coche del parking central para volver a casa, notando una gota de sudor frío bajar por mi rostro. ¡Mierda! Estaba agotada y triste, pero solo quería llegar a casa, acurrucarme para llorar libremente y desahogar todo aquel dolor.
Solté lo que llevaba en las manos en el recibidor, caminando como un zombi hasta mi cama y rompiendo en llantos.
—¿¡Se puede saber dónde te habías metido!? —gritó Jaime desde la entrada del cuarto, haciéndome levantarme de la impresión e impulsándome a acercarme en un tambaleo hasta su allí recibiendo su mirada ceñuda y cargada de desconfianza.
—He salido a dar un paseo, necesitaba pensar... —me excusé, intentando disimular mi desconsuelo con la mirada perdida por nuestro alrededor.
—No hay tanto que pensar... —contestó tajante con un movimiento de desinterés y dándome la espalda para dirigirse al dormitorio — Vete sacando las maletas para empacar todo lo necesario para partir mañana mismo nos vamos hacia Washington D.C.
Mi reacción no se hizo esperar.
—Jaime, yo no estoy segura de querer mudarme. Aquí puedo conseguir empleo en las mejores agencias...
La dureza de su mirada hizo frenar el curso de mis argumentos.
—Nos iremos, y no se hablará más del tema —espetó acercándose y besándome con exigencia, negándome a responder la necesidad de poseerme que estaba demostrando para acallar mis necesidades.
—¡No! Ahora no... —me alejé bruscamente, apartándole lo largo de mis brazos —No estoy de humor para ceder a tus exigencias esta vez.
Jaime resopló con frustración, saliendo del dormitorio como alma que lleva el diablo.
—Espero que una vez en nuestra nueva casa todo cambie, y te dejes de tantas tonterías —vociferaba fuera de sí —. Ya no habrán distracciones. No más excusas para rechazarme porque tienes que pensar y blablablá...
Cerré los ojos, tomé aire suavemente buscando la paz y la paciencia para negociar con aquel lado capullo de mi novio. ¿De verdad podía permitir que me siguiera tratando de aquel modo? No. No podía. No quería. No lo haría.
En silencio y ahora, a solas, comencé a empacar mis cosas. Tenía toda la tarde por delante así que en conexión con mis pensamientos, solo actué. Saqué también sus ropas, ordenándolas en torres y doblándolas cuidadosamente, tal como le gustaba y tras unas pocas horas, todo lo importante parecía haber quedado empacado y disponible para salir hacia el aeropuerto a primera hora de la mañana.
—Tengo que salir un momento, he de pasar por la oficina a por unos papeles y regresaré pronto. Los pasajes están cubiertos así que saldremos a las nueve. Espero que hayas dejado todo listo.
—Lo está... Y yo también — contesté malhumorada —. Me ducharé y me despediré de Jane antes de acostarme —añadí sin mirar cómo se iba sin dignarse a decir ni adiós ¡Bah! y qué más me daba ya. Yo también seguía enfadada con él por tratarme como un capullo.