Tras las cartas a mi primer amor

15. Inesperado

Alex. 

Aguanté tras aquella puerta unos minutos interminables escuchando el eco de unos sollozos que me partían el corazón, pero sin saber cómo actuar.

¿Por qué Olivia me hacía esto? 

Golpeé la pared con el puño  decidiendo si aporrear su puerta hasta que me explicara el por qué seguía rechazándome a pesar de haberle demostrado que me importaba de verdad, o darme la vuelta e irme de allí.

Tras pedirle perdón, le había prometido una nueva oportunidad para conocer esta nueva versión de nosotros, pero estaba claro que Jaime había ganado una vez más. Y no, lo más estúpido de todo era que no estaba compitiendo con él, ni nada de eso. Jamás supe de esta guerra que mantenía secretamente contra mí, y le consideré mi mejor amigo por mucho tiempo. Recordaba que era dado a quejarse de la costumbre de Olivia de hablar de mí a todas horas, o incluso a hacerle preguntas constantes sobre mis asuntos. Algo totalmente normal a mi parecer, sobre todo cuando alguien te gusta de verdad, y compartes algunas clases del instituto con su mejor amigo. Pero en ese entonces, yo no pude ver más allá de mis problemas y jamás sospeché sus verdaderas razones.  

Dejé resbalar mi espalda por la pared hasta quedar sentado en el suelo, guardando la esperanza de que finalmente abriera aquella maldita puerta que nos separaba, y cambiara de opinión o al menos, quisiera darme más respuestas.

¿Hola? Me gustaría pasar... —interrumpía mis pensamientos una chica notablemente molesta por mi presencia — Estás en medio, así que... —gesticulo sin espera para que me apartara de su camino.

—Lo siento... —me disculpé un poco avergonzado — Ya me iba.

Ya... bueno, no vives por aquí ¿no?—se interesó, yo negué con la cabeza haciéndome a un lado. 

—Solo he venido a ver a alguien pero...—expliqué sin saber por qué —, no ha servido de nada — suspiré poniéndome en pie y llamando al ascensor con un gesto de tímida derrota, sintiendo el cerrar de aquellas puertas tras mi espalda como un claro final. 

Aquella noche era fría, pero decidí caminar igualmente hasta donde llegaran mis fuerzas en busca de serenar aquella tristeza que me azoraba y entonces, justo antes de cruzar la esquina del edificio, escuché su voz. 

"Mañana a primera hora salimos hacia Washington D.C." Escuché mientras me mantuve fuera de su vista escondido en un saliente de la fachada, agradeciendo que estuviera tan centrado en su conversación telefónica que ni se percatara de mi presencia. Contuve la respiración al verlo detenerse un instante, retrasando entrar al edificio. 

"Mi chica está encantada por supuesto, ya sabes que todo esto del traslado lo hago por ella. Necesita un cambio de aires y yo haría cualquier cosa por complacerla...", decía con un tono platónico. "Sí, el amor y sus cosas", reía. "Olivia dice que será feliz allá donde vayamos, siempre que estemos juntos, eso es lo importante", comentaba con una cara de atontado que no le iba en absoluto con el comportamiento de la última vez que nos vimos. Finalmente, se despedía del interlocutor prometiendo mantenerle al tanto de los progresos en su nueva sede y entrando con paso apresurado hasta el portal.

Me quedé allí un minuto más digiriendo lo que acababa de escuchar. No me resultaba sencillo el perder la esperanza y darme por vencido, y menos ahora, que había comenzado a tener ilusión nuevamente por compartir mi vida con alguien más. Con ella. Esa chica hermosa y dulce que me conquistó desde que por primera vez nuestras miradas coincidieran, haciéndome recordar lo real y fuerte que se sentía el tenerla entre mis brazos, tal como aquella última noche. Abrazarla era como retroceder en el tiempo, volver a un hogar que solo su presencia poseía, sabiendo al instante, que era la indicada para devolverme esa felicidad que yo mismo me había negado a sentir durante años. Y sin embargo, nada de eso importaba ya. Olivia quería irse lejos para apartarme de su feliz vida junto a Jaime; ese que siempre estuvo ahí para ella, y que aunque me doliera admitirlo, una parte de mí se lo agradeciera. 

Maia me recibió eufórica con mil planes organizados y que le quedaban por realizar en su segundo día por Nueva York, advirtiendo al instante que de algún modo, yo no me sentía a la par. 

¿Ha pasado algo? Te has ido decidido y has llegado como apaleado. ¿Tan mal fue?

Acepté con una afirmación tirándome de espaldas a la cama, derrotado. 

—Ha ido peor... 

Maia se mantuvo en silencio, observándome y sin querer forzarme a darle los detalles. 

¡Venga Alex! seguro que te animas con un trocito de esta deliciosa pizza vegetal... —dejó de hablar en cuanto cayó en la cuenta de que solo a ella podía gustarle esa extraña mezcla de verduras encima de una masa de tomate insípido y harina integral. 

¡Ah! esto sí que te animará... —corrió hasta sus enormes maletas de viaje, revolviendo la ropa como loca y encontrando lo que parecía ser su objetivo, despertando ligeramente mi curiosidad. 

Te he traído... ¡jamón del bueno! Y ¡queso manchego! —exclamaba como si fuera la mayor de las sorpresas. 

Sonreí un poco ante su esfuerzo por animarme, levantándome para poner unos platos y cenar juntos algo tan apetecible como los productos típicos de mi país. Se me hacía la boca agua ante el olor curado del jamón serrano ibérico, y el queso suave y cremoso que se deshacía en la boca. 

He conseguido animarte ¿eh? —insistía con la boca llena —Como decía mi abuela; "barriguita llena, corazón contesto".

—Sabiduría ancestral —confirmé esforzándome en no arruinarle sus días de vacaciones con mis malos humos. 

—¡Ah! Y te he dejado en la mesilla de noche la correspondencia que había llegado a tu casa. Es posible que mucha de ella sea simple publicidad, pero pensé que querrías revisarla.




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