Tras las cartas a mi primer amor

16. Un adiós

Olivia.

Unas horas antes. 

La decisión estaba tomada, y en esta ocasión no dudaría en ponerme a mí en primer lugar.

En los últimos días, la ansiedad y las dudas habían asaltado mi mundo. Yo que pensaba, tener toda mi nueva vida acomodada, ahora debía enfrentarme a los traumas del pasado, amores enquistados en el corazón y temores a perder lo que daba por sentado. 

No me queda otra opción, confesé a Jane en su visita de aquella noche, tras escuchar de su boca que Alex acababa de irse sin haber explicado la razón por la que volvía a buscarme teniendo a otra chica en su cama. 

Son todos unos capullos, y los guapos son los peores... —opinó ella viendo mi estado de nerviosismo. 

¿Cómo volvía a pasarme lo mismo? ¿cómo pude volver a caer en sus juegos? y, ¿cómo podía seguir doliendo tanto sus mentiras?

—Pensé que los años cambiaba a las personas —medité en voz alta, limpiándome las lágrimas que caían por la cara sin darme una tregua —, al menos que maduraban un poco —me encogí de hombros abatida. 

Jane, escuchó mis argumentos, y como la buena amiga que era, nunca me juzgó. 

Era hora de volver a punto de inicio, mi momento para volver a comenzar aunque costara, aunque sonara absurdo. Ahora, era lo único que me podía ayudar. Y entonces, ambas decidimos no pasar nuestra última noche juntas lamentándonos sobre lo que no pudo ser posible, animándonos a salir ir tomarnos una última noche de juerga neoyorquina, y ahorrándome el enfrentar una vez más a Jaime.

—¿En serio les vas a dejar una carta de despedida? Eso es muy tú pero, ¿no es cruel?

No puedo enfrentarles Jane, aunque me gustaría, no me siento capaz de hacerlo... —confesé angustiada — Jaime no dejará que lo haga y Alex, bueno... prefiero que nuestro encuentro de antes, le haya dado la pista. 

Caminamos con los brazos enganchados por horas, disfrutando de las iluminadas y frías calles de aquella ciudad que recibía una nueva estación.

Lo voy a echar de menos... —confesé repentinamente nostálgica. 

Me preocuparía si no lo hicieras —reímos al unísono —. Volverás, y entonces todo irá bien... —suspiró, animándome. 

Y lo hacía.

Los lentos pasos me hicieron regresar a casa bastante entrada la madrugada, dándole un abrazo eterno a mi mejor amiga, de esos que me acompañarían durante el tiempo que estuviéramos separadas. 

—Sé feliz amiga, aquí estaré siempre para cuando decidas regresar.

—Lo sé —enjuagué las lágrimas, y me di la vuelta regresando al hogar que también abandonaba.

 Jaime dormía. 

Suspiré observándole, intentando destramar el nudo de culpa en mi pecho y notando el vaho de alcohol que desprendía. Él, sí que había cambiado, invadido por sus inseguridades se había convertido en un hombre desconfiado e incluso, cruel. Le quería, siempre lo haría, pero el amor ya no era suficiente. No para nosotros. Así que tras tomar papel y lápiz, solo pude decirle adiós, e implorar que no me buscara, que entendiera que ahora todo era diferente y esperando que en algún momento me perdonara por lo que estaba a punto de hacer. 

Cogí las maletas con cuidado de no despertarle y me fui mirar atrás. 

Llamaría a un taxi, y pondría en primer lugar, destino a "A.C.W. Marketing". Ahora la incógnita eran las palabras que elegiría para expresar cómo el alejarme de él, me hacía sentir. No era la ocasión de dedicarle una nueva carta de amor, ya no podía dejar salir a aquella jovencita que le amaba como centro de su mundo, sin embargo era necesario explicarle las razones por las que una vez más, me obligaba a huir. 

—Gracias Michael... —agradecí al jefe de seguridad del edificio, encargado de entregar aquella carta de despedida en cuando mi ex jefe llegara. Estreché su mano confiando en su profesionalidad y en la confianza de que llegara a su destino. Salí del edificio sin poder evitar echar un último vistazo atrás, con una extraña sensación de nostalgia antes de encaminarme hacia el taxi me llevaría hasta mi último destino; el aeropuerto.

Mi vuelo hacia España salía con el amanecer, dando la bienvenida a un nuevo ciclo, una nueva etapa que comenzaría una vez tomara tierra. Debía aprender a estar sola, me decía, aunque nuevamente fuera acogida por mi familia, regresando al bienestar del hogar familiar, al menos temporalmente, debía empezar de cero encontrando un empleo para poder colaborar en su casa mientras todo se definía. 

Estaría bien, me convencía sin poder evitar que la emoción contenida se transformara en lágrimas, ahora debía aprender a vivir sin pensar en el amor como mi salvavidas. Era necesario curar las heridas abiertas que las dos únicas relaciones de mi vida, me habían causado. Lo haría, estaba decidida a ello, ahora mi felicidad estaba solo en mis manos. 




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