Alex
Aquel día había empezado de la manera más horrible que podía esperar, haciendo que cada paso que daba fuera como un tropiezo seguido de otro, inevitablemente apocado a la autodestrucción.
—Señor Mora, ¿ha pedido otro café? —preguntaba Mary diligentemente con una nueva taza en su mano.
—Sí, gracias... —agradecí con una escasa sonrisa, volviendo a concentrarme en la carta de despedida sostenida entre mis manos.
—Disculpe mi intromisión señor pero, ¿va todo bien? —preguntó antes de irse, fijándose en como mi nerviosismo aumentaba.
—No, en verdad no... —resoplé sobrepasado sin querer levantar la mirada de aquellas palabras escritas que me llenaban de incredulidad — Aunque no tienes de qué preocuparte, no tiene nada que ver con la empresa, sino con asuntos un poco más personales.
Aclaré, viendo como aceptaba compasiva.
—Siento oír eso señor, de verdad que deseo que pueda resolverlo pronto —Agradecí con un gesto de cabeza, era reconfortante ver que mi ayudante poseía esa calidad tan humana como profesional.
Quedándome nuevamente a solas, paseé por el despacho dándole vueltas a la confesión que Olivia escribió en aquella nota, la razón para poner distancia entre lo que estaba surgiendo entre nosotros una vez más, pareciéndome realmente insostenibles. ¿Acaso era posible que ni siquiera me lo hubiera preguntado directamente? ¿Acaso solo pudo suponer que Maia era una mujer cualquiera que ocupaba mi cama? ¡Era absurdo! ¡Demencial! Y mi autocontrol se deshacía por desquitarse con algo, o alguien más a quien poder culpar.
Aquella misma mañana, Maia me había confirmado la visita, supuestamente equivocada, de una guapa mujer de pelo largo castaño, y ojos brillantes color café, que se abrieron sobresaltados al encontrarla tras mi puerta. Por supuesto, había salido despavorida, alegando un error en la dirección sabiendo ahora, cual había sido su conclusión.
Era imposible que ambas se hubieran recocido habiendo coincidido alguna escasa vez y hacía ya tantos años. Sin embargo, lo peor era que creyera, sin llegar a tener una mínima duda, que yo estaba jugando con ella mientras yacía con otras mujeres en la intimidad de mi casa.
"Está claro que no ha podido olvidar lo que le hiciste. Y si se ha ido, es porque sabía que quizá jamás podría llegar a hacerlo", había opinado mi prima tras lo ocurrido aquella misma mañana, y después de la visita desesperada de Jaime, buscándola.
Era posible que yo mismo debiera hacerme a la idea de aquello pero, ¿cómo?
¿Cómo olvidar lo bien que me sentía estando a su lado? ¿Cómo no aceptar que la seguía queriendo a pesar de la distancia y el tiempo? ¿Cómo dejar de extrañarla ahora que se había ido tan lejos? Su elección había sido basada en suposiciones, en un invento de su propia desconfianza hacia mí y solo podía pensar en la manera de reparar ese daño que le hubiera hecho. Aquello quizá fuera un nuevo castigo por no haberle sido sincero desde que nos conocimos, por no haberme apoyado en su amor como refugio y concederle las respuestas que durante tantos años ignoró. Eso había levantado un muro entre nosotros pero yo, ahora estaba dispuesto a saltar cualquier barrera que nos alejara.
Levanté el teléfono decidido a llamarla, ¡al menos debía intentarlo! Pero tras varios intentos infructuosos, supe que aún no habría podido llegar a casa, y el teléfono seguiría por unas horas más sin señal.
Me despedí temprano de la oficina, poniendo al corriente al equipo de que trabajaría desde casa, o eso intentaría, y poniéndome rumbo a su apartamento. Jaime era ahora mi única esperanza. Era posible que pudiera decirme algo más, aunque era probable que él ya hubiera salido corriendo tras ella, como era de esperar.
Toqué la puerta con fuerza, ansioso sin esperar que fuera otra persona quien abriera la puerta.
—Hola. ¿Se encuentra Jaime en la casa? —pregunté algo cohibido, reconociendo a la chica que había coincidido conmigo la noche antes, en las escaleras.
—Alex ¿no? —preguntó con un toque de diversión en su voz. Yo acepté, sorprendido porque conociera mi nombre, aunque si era amiga de ambos no dudaba que supiera mucho más — Jaime no está, ha salido a recuperar su puesto en la ciudad. Pasa, si quieres esperarle —me invitaba demostrando una indiferencia que no podía sino alertarme.
—¿Y tú eres? —quise saber aceptando su invitación, cerrando la puerta tras pasar el umbral de aquella casa donde Olivia, había convivido durante todo un año con mi mejor amigo de la infancia.
—Jane... —contestó, mirándome de reojo pero sin dejar de avanzar por el pasillo hasta el fondo de la estancia.
—¿Cómo sabías quien era yo? — añadí sin poder dejar de mirar cada uno de los detalles que componían aquel hogar, las fotos de ambos como una pareja feliz, sin dejar de seguirla hasta un amplio salón decorado con algunas de sus capturas más artísticas. ¡Wow! Sí que era buena fotógrafa.
—Eres el tercero en discordia —respondió de repente, alzando una ceja y queriendo parecer divertida, mientras se sentaba cómodamente en el sofá. En respuesta, no sonreí, no era un tema que me hiciera gracia realmente pero, sí quedé atento y tomé asiento a su lado, adivinando que aquella chica parecía contener en su poder las respuestas al cúmulo de enigmas, que me moría por conocer.
—Entonces, supongo que eres una buena amiga de ambos —quise adivinar.
—Me considero la mejor amiga de Olivia, por ello sigo aquí. Jaime no está llevando demasiado bien esto de la separación, es muy... —dudó pensando el adjetivo adecuado — ¡dependiente! —apuntó alzando las cejas con condescendencia —. Y mi labor es intentar que no vaya corriendo tras ella. No es lo que Olivia necesita en esta momento.