Olivia.
Ocho horas de vuelo y miles de kilómetros, me separaban ahora de la que era mi vida perfecta en Nueva York. La recordaría como un agradable sueño que conseguí alcanzar durante unos meses. Unos increíbles, al menos hasta que la burbuja explotara, inevitablemente.
Ahora, debía regresar a casa, un lugar seguro para comenzar de cero, a pesar de lo que pensaran de mí. Ver a mis padres me llenaba el alma de consuelo. Tendría que darles explicaciones, eso era inevitable. Aunque quizá, no pudiera esperar su comprensión si se enteraban de mi engaño a Jaime, a quien apreciaban como a un hijo.
Nuestro abrazo fue largo y emotivo, haciendo que mi llanto brotase del pecho, irrefrenable. Estaba en casa, me repetía, estaba a salvo y eso me daría la oportunidad de hallar alguna respuesta a mi dilema; ¿seguía amando a Alex? O ¿tal vez, solo me había visto influenciada por su recuerdo? Y Jaime, ¿le echaría de menos?
Era una prueba, que solo el tiempo a solas me ayudaría a superar.
O eso necesitaba creer en aquel momento.
El silencio reinaba en el cómodo coche familiar, volviéndose incómodo por momentos. Las frases habituales de "¿qué tal el vuelo?" "¿el clima era frío aún en pleno mes de mayo?" se habían agotado. Las respondería con una aparente buen humor sin llegar a engañarles. Eran mis padres, me habían dado la vida y criado con dedicación, ¿cómo iba a ser tan fácil engañarles?
—Y, ¿has pensado en qué harás ahora? —preguntó de repente mi padre, recibiendo un codazo instantáneo de mi madre, por el tono de impaciencia enmascarado que había usado.
Suspiré, resignándome a tener que dar explicaciones intentando dejar a un lado los detalles más escabrosos de mi vida personal, sin embargo debía buscar una disculpa para que inesperadamente la hija independiente y emancipada, de la que presumían orgullosos, decidiera regresar a casa indefinidamente y sin prácticamente, nada.
—No lo tengo claro aún, papá, pero barajo varias opciones... Solo tengo que decidir qué nuevo camino emprender.
—Ajá —contestó como era habitual cuando mi respuesta no le complacía.
—No les molestaré por mucho tiempo, tengo dinero ahorrado —continué algo dolida por su escrutinio, y el modo tan frío de preocuparse por su hija —No tardaré mucho en encontrar trabajo de lo que sea y, me alquilaré algún lugar donde vivir.
Oí bufar a mi padre y cómo mi madre negaba con el gesto.
—Pero, ¡hija! ¿cómo puedes pensar eso de tus padres? Tan solo es, que el giro de los acontecimientos nos ha tomado por sorpresa, pero ¿molestarnos?
—Por muy bien o mal que hagas las cosas, sigues siendo nuestra hija y estamos felices de tenerte con nosotros...—aclaró haciéndome sentir un poco más aliviada, y menos desamparada en aquel complicado momento de mi vida — Solo es que... —dudó, haciendo creer mi intriga —, Jaime nos ha llamado, y...
Por supuesto que lo había hecho, caí en la cuenta con desdén pasando a verificar que mi teléfono móvil seguía apagado, como había decidido a conciencia, horas atrás. Automáticamente, entendiendo, la inesperada reacción de mis padres sabiendo únicamente, su versión de los hechos.
—Como no...—murmuré, notando crecer el desengaño, y que hubieran descartado la idea de contrastarla conmigo.
—Hija, ese chico te quiere mucho, y se le oía muy triste por tu decisión, ¿acaso no hay esperanzas de una reconciliación entre ustedes? —proponía mi madre, angustiada.
Callé, guardándome la frustración que crecía en mi pecho y amenazaba con salir bruscamente.
—Las parejas discuten, es normal que con el tiempo y el estar conviviendo cree choques entre ustedes —agregó mi padre para apoyarla, pero...
—¿¡Pueden dejarlo ya!? —estallé, casi mandándoles a callar —Ahora, no puedo, ni quiero pensar en relaciones amorosas, ¡no es el momento!
—¿Relaciones? —repitió mi padre ceñudo, un segundo después y fustigándome con una mirada acusatoria — Olivia... ¿Tú no habrás engañado a este chico con otra persona, verdad?
Mi respuesta sonaría a silencio culpable y escurridizo, con la mirada perdida en algún punto de aquel hermoso horizonte de mi pequeña isla subtropical. Necesaria, para que ambos dieran por hecho que había algo de razón en ello y que no estaba dispuesta a discutirlo más.
—¡Es que no me lo puedo creer! —vociferó rabioso —Creí que habíamos criado a alguien responsable y elocuente con sus actos pero, por lo que veo, estábamos muy equivocados. ¿Cómo pudiste, Olivia?
—¿Sabes qué papá? No voy a discutir contigo cómo vivo mi vida... Solo puedo decirte que nada es tan sencillo como crees, ni soy la peor persona del planeta, como ya veo que me has juzgado. Cometí un error, y no estoy orgullosa, pero me he dado cuenta de que solo debo serme fiel a mí misma. Yo, soy lo único que tengo...
Otro murmullo incomprensible sería su muestra de descontento, pero mi santa madre intercedería como solía hacer.
—Guardemos la calma... —miró levemente hacia nosotros, sin quitar del todo su atención a la debía emplear conduciendo — Olivia acaba de llegar, y ni siquiera le hemos dado la oportunidad de que, si ella le apetece —recalcó —, pueda contarnos por lo que está pasando.
Mi madre agarró la mano de su marido, apretándola un poco y como muestra de su influencia, él pareció calmarse con un suspiro de rendición.
Para mi bien, aquella conversación había cesado, haciéndome cerrar los ojos de cansancio. Respirando hondo varias veces, animando a mi latoso cerebro a devolver en imágenes recientes, el recuerdo de su rostro. Él, mi primer amor. El único al que ahora veía como una herida abierta, una que me esforzaría en curar de cualquier modo, y definitivamente.