Tras las cartas a mi primer amor

23. Certezas

Alex

Aquella noche decidí caminar hasta mi apartamento, tras pasar toda la tarde en la oficina. La noche era fría, y la humedad me hizo tiritar la mayor parte del tiempo. Pero, hoy, necesitaba pensar y mantener mi mente preclara. 

La misma frase rondaba mi mente a diario, sin dejarme avanzar en la toma de una decisión lógica sobre mi futuro. 

¿Podría volver a casa tras tanto tiempo y recuperar a Olivia? Sin duda, eso era lo que tanto mi mente, como mi corazón deseaban como el mayor de los deseos pero... ¿qué haría si todo se debía a una mera fantasía? 

Recordar el daño que le había causado, me hacía ver la otra cara de la moneda. Pensar, que lo más probable es que no pudiéramos avanzar en una nueva etapa juntos, felices y sin rencor por lo ocurrido en el pasado, me retenía en aquella ciudad llena de vida, pero tan vacía sin ella. 

Caminé, abriendo la novena carta que me había escrito años atrás, temiendo leerla, pero hallando nuevamente el consuelo de rememorarla. Quizá, muy pronto, Olivia me diría en ellas el camino a seguir, o tal vez, tan solo ayudarme a encontrar una respuesta. 

 

*****

CARTA 9

Querido primer amor...

Da asco extrañar a alguien que ni se acuerda de ti, ¿no crees? Y de lo más irónico el sentir, que todos los pasos que me llevaron a creer en nosotros, con todo el temor que he tenido que atravesar, ahora han quedado en la nada.

Y sí, siendo honesta conmigo misma, podría jurar que no cambiaría nada de los maravillosos momentos que hemos pasado juntos. 

Estúpido, ¿verdad?

Ahora solo me invade la tristeza, y está tan agarrada a mi persona, que nadie lo duda al verme. Pero nadie pregunta, porque a nadie le interesa. A fin de cuentas, somos tan jóvenes... Y hay todo un mundo lleno de posibilidades, un mundo con un mar lleno de peces. ¿No?

Sin embargo, mi mar sigue pintado del color de tus ojos, aumentando esta sensación de vacío hiriente en el pecho. Uno tan grande y hondo, que las lágrimas me invaden a cada momento, haciendo que mis latidos se aceleren de rabia al imaginarte con alguien más, que no sea yo.

La soledad y el silencio de una tormenta dañina, me acompañan en la mayor parte del día, y es con ello, con quien debo aprender a mediar.

¿De verdad habrá un mañana en el que me sienta mejor?, ¿en que esto sea tan solo un recuerdo lejano y pasajero? ¿Un tiempo en que te vea como alguien ajeno, y una simple anécdota de mi adolescencia?

Quizás. Aunque ahora, no logro ver cuándo llegará el inicio de la metamorfosis de este herido corazón.

Mis amigas me miran preocupadas, pues no hace mucho, yo era una jovencita alegre, sociable y alocada. Esa que existía antes de ti. E insisten en que salga, en que vuelva a mirar al mundo con los ojos bien abiertos a las posibilidades. 

No saben lo naturalizado que vive tu ausencia en mí. 

No obstante, debo intentarlo.

Una vez más, en una fiesta cualquiera, en una ciudad que compartíamos, nos volvíamos a encontrar. ¿No era que tenía que alejarme de ti?

Quizá ni lo recuerdes, pero tal día como hoy y tres años atrás, casi suplicaba a tu amigo el poder conocerte.

Ahora que lo hago, me enfada el haberlo intentado siquiera. Porque aquí estas, lejos de mí otra vez, con ese mismo halo de perfección, doliendo con intensidad verdadera, y nuevamente rodeado de tus aliados más fieles. Y yo, volvía a ser invisible.

¿O tal vez ya no tanto?

Pues los rumores cuentan, que mi nombre se susurra entre los de tu círculo. Un rumor de lo más cruel, y vergonzoso que me situaba injustamente a tus pies, como una triste y pateada perra callejera. "Comiendo de tu mano" decías. Así es como tú me veías. Como otra de tus colecciones, otro corazón en tu bote de propinas.

 ¿Cómo creías que iba a permitirte decir algo así?

Mis pasos ajenos a todo control, casi corrieron a encararme frente a ti, empujando a un lado a quienes se atrevieran a interponerse en esta ocasión. 

Pero, ¿¡quién te crees que eres!? ¿¡Comiendo de tu mano!?, ¿¡en serio!? ¡Contéstame, joder! ¿¡Es eso verdad!?

Pero no contestaste, tan solo me miraste como si no me conocieras de nada. Te estaba ridiculizando, lo sé. Por supuesto, yo era alguien que podía dar una mala imagen entre tu séquito, hablando demasiado de lo que significaste para mí.

 Pero ahora ¿qué más me daba? 

Ya nada me importaba.

El dolor rencoroso de mi pecho me golpeaba para salir, y si podía repartir un poco contigo, lo haría sin dudarlo.

Mis amigas, asustadas por mi arrebato, se interpondrían entre nosotros, buscando que aquella noche no acabara peor de lo que pintaba. Conteniendo un enfrentamiento de corazones rotos con ganas de arrasar con lo que quedaba.




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