Jaime
Tenía la esperanza de que el paso de los días me ayudara a contrarrestar la sensación de desamparo que me perseguía a todas partes. Desde que Olivia huyó de mi lado, haciendo acopio de su cobardía, no había logrado pasar página tan rápido como me hubiese gustado.
Su traición ardía en mi orgullo como una marca de su ingratitud. ¿Acaso yo me merecía eso?
Era inevitable que en aquella casa que compartimos por más de un año, aun quedaran cosas que ella que me recordaban su ausencia. Cosas que haría desaparecer en cuanto se cruzaran en mi camino. ¿Para qué iba a conservarlas? ¿Para recordar su deslealtad?
La mejor de sus amigas, sin embargo, se había ocupado de reorganizar el traslado de las cosas más valiosas para ella. Y como esperaba, Jane no estaba dispuesta a darme la información que yo ansiaba. Al menos por ahora, pues no pensaba cesar en mi empeño creando cierta presión, una que la hiciera verme como la víctima que era de todo aquel embrollo.
Aquella misma noche volvería a intentarlo. Sabía que me apreciaba, así que seguiría comportándome tan encantador como siempre me mostraba en su presencia. Así, no solo lograría ganarme su favor, sino quizá, hacer que una mujer tremendamente atractiva pudiera servirme como paño de lágrimas, quien sabe, tal vez hasta para satisfacer alguna más de mis carencias.
Ahora era un hombre soltero, ¿no?
Me miré al espejo una vez más, de camino a la puerta y acudiendo a la llamada del timbre. Me había puesto mis mejores galas, con el más caro de los perfumes, y ya había pedido la cena. ¡Toda la carne en el asador! Pues no podía olvidar la fama que tenía la amiguita de ser una auténtica estrecha.
Sonreí eufórico para darle la bienvenida, estaba más que preparado y dispuesto a brindarle una reunión de lo más entretenida. No obstante, quien me esperaba tras la puerta de mi casa, no era ella, arrastrando por el suelo todo rastro de mi trabajada alegría, que sustituiría por una mueca iracunda del disgusto.
—Alex... —resoplé intentando darle con la puerta en sus propias narices.
—Espera Jaime... —la paró sin esfuerzo, dando un paso al frente para que no volviera a intentarlo.
Era mejor que no me retara. Lo menos que se me apetecía en aquel momento era volver a ver su carita de niño que nunca ha roto un plato, cuando sabía, gracias a la confesión de mi "querida" ex novia, que era más de ir rompiendo la vajilla completa.
—Será mejor que te largues, si no quieres que te parta la cara por lo que me has hecho... —le amenacé, empezando a notar que mis ánimos no podrían soportar verle por mucho tiempo más, mostrándose amistoso y con gestos de una camaradería ya, inexistente.
—Jaime, necesito que hablemos de lo que ha pasado —insistió — Te guste o no, es un asunto de ambos, no solo de Olivia.
Paré, mirándole y pensándomelo un instante. Sí, era posible que tuviera muchas cosas pendientes que poder reprocharle, y que pudiera quitarme de encima el lastre que su supuesta amistad me había causado. Pero entonces, vi que mantenía entre sus manos algo de lo más familiar.
—¿Qué haces tú con eso? —espeté directamente, arrancándoselas de las manos — ¿Cómo las has encontrado?
Vi entonces que en mi conmoción, le había permitido entrar. Negaba con el gesto, cerrando la puerta tras de sí, y siguiendo mis pasos hasta entrar al salón como si no fuera la primera vez que lo hacía.
—Llegaron por correo a mi casa, ni siquiera sé quién las envió. Mi prima Maia, las trajo con el resto de mi correspondencia cuando vino de visita, hace unas semanas.
Resoplé nuevamente, viendo que solo una de ellas mantenía el sobre intacto.
—¿¡Las has leído!? —le miré consternado. Él aceptó.
—Varias veces, excepto la última que —suspiró con gesto de derrota, y colocándose su intachable pelo dorado hacia atrás —, no sé si seré capaz de poder hacerlo.
—Hace tiempo que quería quemar toda esta sarta de cursilerías —confesé irritado porque le diera cabida a las tonterías de una jovencita encaprichada del guaperas de turno, pagado de sí mismo.
Dejándome llevar por el impulso de acabar con tanto drama, caminé hasta la cocina dispuesto a deshacerme de ellas, prendiéndoles fuego.
—¡No! —exclamaría intentando arrebatármelas, y solo consiguiendo que cayeran desperdigadas por el suelo — Esas cartas tampoco te pertenecen.
—¡No has dejado de ser un coñazo! ¿lo sabías? —le ataqué chafado, viéndole tan preocupado porque sus cartitas ñoñas no sufrieran daño alguno — Tampoco has dejado de ser el patán que engatusa a las mujeres una y otra vez, a pesar de haberlas usado a tu antojo, y abandonadas como basura, ¿no es cierto?
Su mirada, bien me decía que se estaba conteniendo mucho, de no actuar con la violencia que tanto me apetecía que saliera a flote. Así, al menos, podríamos resolver aquello como verdaderos hombres.
—En cambio, tú sí que has cambiado —replicó muy pagado de sí mismo —, ¿o es que acaso siempre fuiste tan miserable y traicionero? Pensé que merecías a alguien tan valioso como Olivia, pero veo que nunca he estado más equivocado.
Pero, ¿cómo se atrevía? Me impulsé hasta encararme con su petulancia, esa que no le haría sombra a la mía.
—¿Sabes que te digo, AMIGO? —recalqué con la rabia brotando de mi voz — Que esa zorra traicionera y tú, se pueden ir a la mierda, juntos. Porque los dos, sois iguales de cobardes. ¿No se querían tanto? Pues mira lo bien que la vida se los ha compensado.
Mi cólera salía a borbotones, deseando que el tipo que había destruido mi relación, desapareciera de mi vista. Por suerte, Olivia ya lo había hecho, y ahora más que nunca, comenzaba a sentir que su abandono, sería lo mejor que me podía haber pasado.