Tras las cartas a mi primer amor

26. Sempiterno

Olivia

—¿Qué tal en tu nuevo trabajo, hija? —se interesaba mi mamá. 

Bien, muy tranquila. He tenido varias sesiones de maternidad...—sonreí al recordar lo hermosos que eran los bebés, y la ternura que me producía el verles tan inocentes y frágiles, en las manos de sus mamás. 

¡Oh! ¿y te gusta? Sé que no es como tu trabajo en las américas pero, debe ser bonito. 

—Lo es, mamá —acepté, suspirando un poco del cansancio mental al que me sometía yo misma, centrándome en mordisquear una de las galletas saludables de avena y plátano, que acostumbraba a hornear —. Es diferente, pues para tratar con el púbico se ha de tener una actitud totalmente diferente, no es igual que trabajar a solas en las calles de una ciudad, o en plena naturaleza.

En el último mes, desde mi regreso a Canarias, no me había resultado difícil volver a empezar. Era una etapa diferente, donde me había centrado en tener un espacio propio, tiempo para mí y en mi trabajo como fotógrafa de eventos. Por desgracia, este no me daba el suficiente dinero para llevar una vida acomodada, pero al menos me daba para vivir. Era lo habitual, e intentaba no agobiarme con ello. 

Mis padres, se mantenían al margen mejorando así nuestra relación, pues ambos nos manteníamos firmes en mostrar opiniones opuestas, a muchos de los conflictos de mi vida laboral, y tan falta de amor.

"Que si Jaime es un gran chico". "Que si merece que le expliques". "Que, por qué no le pides otra oportunidad". "Que tal vez, podría perdonarte". Estas, y mil afirmaciones más sobre cómo debía actuar a raíz de mi marcha, y mi relación con ese ex que ellos tanto admiraban.

Podría contestarles, siendo cruel a la realidad que yo vivía con ese hombre al que ellos parecían venerar, pudiendo esforzarme por cambiar ese concepto de perfección que ambos tenían. Pero, no lo haría. No ganaba nada con ensuciar su nombre, ni el cariño que ellos conservaban por alguien que durante tantos años, lo fue todo para mí. Yo no era así, y no lo sería jamás, por mucho que a día de hoy no estuviera enamorada de él, y supiera que me odiaba por ello. 

Porque así era Jaime, y le conocía lo suficiente para que no hiciera falta recibir una de sus llamadas acusadoras, para entender con un alto porcentaje de certeza, su reacción ante mi abandono. 

Por esa misma razón, había cambiado de terminal móvil. Era imprescindible si quería que tanto Jaime como Alex, se mantuvieran al margen de mi nueva vida, manteniendo solo la valiosa amistad de Jane. 

A ella era incapaz de excluirla. 

En nuestras charlas, solía intentar saber cómo llevaba mi mal de amores, si aún pensaba mucho en Alex, o si ya había tomado la decisión de hablarle, y dejar que explicara lo que realmente pasó. Sin embargo, prefería cortar el tema, con un simple, "aún no" 

Porque sí, eso lo resumía todo. 

Aún no había podido arrancar de mi corazón su recuerdo, y aun no me sentía con fuerzas para hablar con él, sin caer en la tentación de amarle más cada día. Aún no podía dejar de albergar una esperanza tonta en que apareciera tras mi puerta, rogándome que le perdonara y con un "te he amado siempre" desde el corazón. 

No, por supuesto que no. Y no sabía con certeza si alguna vez lo estaría.

—Hija, ¿te quedas a comer?— preguntaría mi padre interrumpiendo mis pensamientos. Le sonreí, agradecida. 

—No papá, te lo agradezco —rechacé su oferta, sintiéndome incapaz de comer como solía —, pero tengo que salir a otra sesión de boda. Comeré algo después. 

—Hija, tienes que comer mejor...—se preocuparía mi madre — Te estás quedando muy delgada, centrada siempre en aprovechar cada uno de los trabajos que te llevan de un lado para otro.

Y así era, pues la fotografía no solo era mi pasión, sino además una manera esencial de despejar mi mente. Aunque tener que fotografiar a parejas que mostraban su amor ante el objetivo de mi cámara, fuera la parte más difícil del proceso. 

Ponme un poquito de esa ensaladilla en un túper, entonces... —reí un poco, queriendo apaciguar su preocupación. 

Me despedí de ellos en la puerta de aquella casa que siempre sería mi hogar, prometiendo visitarles al día siguiente sin falta, o siempre y cuando no saliera alguna sesión repentina que me lo impidiera. 

Hija, ha llegado esto para ti —me llamaba, abriendo el buzón y observando la correspondencia del día. 

¿Para mí? Arrugué el ceño con la pregunta implícita en mi facciones, estando casi segura de no haber recibido nada en años, y menos en mi tan antigua dirección.

Y entonces, lo tomé entre mis manos con un presentimiento que me hizo desistir en abrirla en aquel mismo momento, y guardándola para otra ocasión. 

Trabajé toda la tarde, disfrutando de la experiencia de ver el amor en primer plano, a través del prisma que lograba congelarlo en instantes únicos. Aquella playa de arena oscura y fina, hacía destacar el vestido blanco de la novia, y los colores pasteles elegidos por el galante novio para su boda. Suspiré, una y varias veces seguidas, al recordar lo bello que se sentía disfrutar de un amor correspondido, ese que una vez roto, cuesta tanto dejar atrás. 

Anochecía, y con el atardecer, otra nueva perspectiva que hacían el momento inevitablemente especial. 

Y entonces, como un flash directo a mis ojos, lo recordé; aquella playa también había sido el escenario de mi historia con Alex, el inicio de lo que surgiría aquella segunda vez, que mis ojos se fijaron en él. Como señal del siempre caprichoso destino, mis manos rozarían dentro de mi mochila y junto al túper de mi madre, la extraña misteriosa carta que aquel mismo día había recibido.

La abriría, pues no tenía sentido alargar la intriga, pero no sin tomar una bocanada de aire que me insuflara el valor para enfrentar, lo que esta pudiera contener. 




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