Tras las cartas a mi primer amor

27. Déyà Vu

Olivia. 

Saqué todo el dolor acumulado entre las lágrimas contenidas, tirada en aquella playa ya oscurecida por el crepúsculo. Luego, reí como una loca solitaria por poder al fin, liberar el pesar de aquella jovencita que aún habitaba dentro de mí. Esa que pensaba no ser suficiente, no ser lo bastante guapa, o la indicada para el chico que siempre amaría. 

Pero ya no más. No más sufrimiento autoinfligido, no más dudas ni decepción. 

Su carta sería detonante, al menos para tomar una decisión sobre nosotros. Quizá había llegado el momento de buscarle, de correr a su encuentro sin pensarlo dos veces, sin mirar atrás. Besarle como aquella noche, a solas y a oscuras en su oficina, ¡oh! Cómo me hubiera gustado poder repetir aquel momento una vez más, y para siempre. Cerré los ojos, recordando el roce de sus manos por mi cuerpo, tan electrizante y arrebatador. El brillo de sus ojos azules que no dejaban de observarme tan excitados como yo misma estaba. 

Señorita ¿está bien? —preguntó alguien haciéndome dar un salto, y salpicándole de arena sin querer.  

—¡Ups! ¡lo siento! —me disculpé —Sí, sí, estoy bien, gracias —me mostré agradecida por su preocupación, a la par de temerosa por su cercanía, siendo este un desconocido para mí. Me erguí, sentándome y sacudiendo la arena que se pegaba a mi ropa y a mi piel. Sonreí una vez más, con algo de incredulidad al señor que retomaba su paseo nocturno por la orilla del mar, y entonces, ocurrió. 

Como si de una visión se tratara, alguien a quien temí reconocer, me hacía ser parte de un fugaz "déjà vu"; uno de esos que te paraliza y te hace frotar los ojos con escepticismo.  

Tomé mi bolso y me levanté, notando cómo mi pánico aumentaba conforme se iba acercando. ¿Estaría acaso volviéndome majareta? Pues su sombra, y el lugar de donde provenía era tan similar al momento en que le había conocido, que me resultó hasta una broma macabra del destino. Sí, era parte del sueño, eso seguro, me decía. Pues era imposible que Alex estuviera allí, delante de mis ojos, cada vez más cerca pudiendo casi contemplarle con toda claridad, y sonriendo tímidamente ante mi gesto de sorpresa. 

¿Eres tú? —dudé —¿De verdad estás aquí? —susurré echando el aire contenido, y tras un minuto en el silencio, admirándonos como si nos diera miedo que un leve movimiento estallara la burbuja de ensueño que parecía estar sujeto a aquel instante. 

Extendió sus manos ligeramente, animándome a cortar la distancia que las separaba de las mías, y así lo hice, volviendo tangible aquel sueño. Me acercó de un ligero tirón contra su cuerpo y yo, solo pude reír con la euforia recorriendo todo mi cuerpo. 

¿Entonces? ¿me perdonas? —preguntaba cauteloso, con nuestros rostros a escasos centímetros, necesario para distinguir nuestras miradas bajo la tenue luz de la luna llena sobre el océano. 

Yo sonreí bajando el gesto, algo sofocada por el influjo que todavía causaba en mí.   

—Nunca he dejado de perdonarte, Alex —confesé negando con la cabeza, y distinguiendo en la penumbra cómo fruncía su ceño, sin comprender —. Porque NUNCA... —enfaticé volviendo a centrarme en el azul de sus ojos, oscurecidos por la noche, sin que ello los hiciera menos hipnotizantes — Nunca, he podido guardarte ningún rencor, Alex. Supongo que es la consecuencia de seguir enamorada de mi primer amor, ¿no? —me encogí de hombros, inocentemente abochornada ante mi declaración, pero con mis ojos empañados por la emoción abrir mi corazón definitivamente, sin miedos. A él; el único y verdadero destinatario de mi amor.  

Sonrió abiertamente, dejándome atónita y sin poder dejar de admirarle. ¿Podría cansarme de hacerlo algún día? Realmente, lo dudaba.

—Ahora sé, que yo tampoco dejé de hacerlo nunca —contestaba apretándome un poco más mis manos, y posándolas en mi cintura para acercar ligeramente nuestros cuerpos —. Y siempre estaré agradecido al Dios, al destino, o a cualquiera que se haya encargado de ponernos nuevamente en el mismo camino. 

Hice un gesto de aceptación, sin poder descolgarme de su mirada, ansiando el instante en que decidiera posar sus labios sobre los míos. Cortar esa distancia que ya duraba demasiado, pero ¿qué era lo que le hacía dudar? Sus ojos bajaron para concentrarse en mi boca, en un suspense que no pude mantener, siendo yo la que me impulsara a besarle. Primero lentamente, con una cautela temerosa de estar haciendo algo mal, pero notando al instante como profundizaba con una necesidad abrumadora que atravesó mi cuerpo como un rayo electrizante. 

¡Dios! ¿cómo podía desearle con aquel anhelo? ¿cómo pararía si él no se decidía a hacerlo? Ambos parecíamos irrefrenables, como queriendo fundirnos en uno allí mismo, apoyados por la silenciosa calma de la playa en su paisaje nocturno de olas, tibia arena, brillante estrellas tintineantes, y una gloriosa luna como única espectadora. En sus manos, todo había dejado de existir. Ahora, solo quedábamos nosotros y las intensas emociones que tanto tiempo permanecieron silenciosas en nuestro corazón. 

Tomé aire, abrumada e indecisa. 

—¿Quieres que paremos? —me atreví a preguntar, recordando a aquel jovenzuelo que siempre impedía que nuestros acercamientos fueran un paso más allá de lo permitido por sus propias reglas. 

Él sonrió como respuesta, acariciando con sus dedos el contorno de mi cara con un gesto que me conmovió. 

Quiero todo lo que quieras darme Olivia... —dijo sin titubear un instante—, solo lo que tú quieras.

—Te quiero a ti, total y completamente —acepté posando su frente sobre la mía y aspirando la delicia de su aroma—. Quiero que nos conozcamos una vez más, que nos aceptemos con los cambios y las heridas que el tiempo nos haya podido causar, e incluso quiero que esto sea para siempre —me arriesgué a apostar viendo cómo le agradaban mis declaraciones —. Eso es lo que siempre deseé. 




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