Alex.
No lo pensaría más. Era el momento de tomar las riendas de mi vida y dejar de temer el resultado de las decisiones que mi corazón anhelaba tomar.
Releí la carta que tenía entre mis manos, tentada a romperla y decir esas palabras yo mismo, sin saber bien, si sería capaz una vez y tuviera a Olivia nuevamente cerca de mí.
La conservaría, decidí, y vería mis opciones una vez estuviera frente a su puerta.
Pasé por la oficina dispuesto a dejar todo organizado antes de mi marcha, y sin saber la fecha de regreso. Llamé a Maia dándole la noticia y acogiendo sus ánimos como algo necesario para no caer en el miedo a una negativa. Compré los pasajes para aquella misma tarde y salí con un equipaje ligero, en dirección al aeropuerto.
Ni siquiera pude pegar los ojos en las más de doce horas de vuelos con escalas, hasta llegar a las islas que nos vieran nacer. Emocionado a la par de nervioso, vi como el cambio horario me daba un margen de tiempo para ir directo hacia la dirección que tan bien recordaba. La casa donde ella vivió con sus padres y que esperaba, aún conservaran.
Una vez allí, dudé en llamar a la puerta, pues si ella no estaba, ¿qué iba a decirles? No. Ese no sería un buen momento para ir a ciegas. Sus padres ya sabrían lo ocurrido con Jaime y no dudaba, que sería juzgado si me presentaba allí sin una respuesta convincente. Así que volví a sostenerme a mi indecisión, prefiriendo esperar dentro del coche que había alquilado en el aeropuerto.
Olivia no tardó mucho en aparecer, haciendo que mi nerviosismo aumentara a unos niveles sin precedentes. ¡Dios! Qué diferente se la veía en tan solo un mes sin verla, aunque era imposible que ese aire triste y taciturno ensombrecieran su belleza de algún modo, pero sin embargo, no parecía la misma chica alegre y enérgica que tan bien recordaba como una parte natural de su carácter. Y eso, solo aumentaba mi necesidad de hablar con ella, y declararle lo mucho que la amaba.
Sus padres la recibían cariñosamente, y juntos entraban en la casa pareciendo agradecer su inesperada visita. Por lo que no dudé en cual sería mi modo de actuar. Salí del coche rápidamente, depositando mi carta en el buzón y esperando propiciar esa señal que necesitaba para saber si yo, de algún modo, era la razón de su cambio. Esperaría irremediablemente a que saliera, y la encontrara, siendo su reacción quien me diera la primera pista.
Con su cámara de fotos aún colgada al cuello, como siempre que iba y venía del trabajo, y un bolso hermético para la comida, Olivia se despedía de sus padres poco después, haciéndome temer un instante que se marchara sin mirar la correspondencia. Pero su madre sí que lo haría, haciendo que retrocediera su marcha y notando cómo su hija, no tenía intención de abrir la carta dirigida a ella, en aquel instante.
¡Uf! Resoplé en vilo y sin quitarles ojo, viendo su expresión confusa mientras la observaba y finalmente optaba por esconderla dentro de su bolso.
Bueno... no era lo que esperaba pero, al menos ya estaba en sus manos. Así que no dudé seguirla hasta donde quiera que se dirigiera, sin poder creer lo que veían mis ojos cuando estacionaba frente a la misma playa donde nos habíamos conocido. O al menos, dónde ella me hizo saber por primera vez, que yo le interesaba. ¿Por qué habría ido hasta allí? ¿Acaso solía hacerlo? ¿Sería ese el modo de mantenerme en sus recuerdos?
Pero entonces salió del auto, absorta en sus tareas fotográficas, buscando el material para lo que parecía ser una sesión de fotos matrimonial. Ay Alex... ¡Controla ese entusiasmo! Me refrené, poniendo nuevamente los pies en el suelo, y dejando de fantasear con que Olivia ya me había perdonado.
La observaría por largas horas concentrada tan solo en su trabajo, pareciéndome extraordinaria su capacidad para conectar con las personas, haciéndolas sentir cómodas mientras ella les dirigía. Se la veía tan segura, tan hermosa en su concentración, sonriendo y disimulando su bochorno en los momentos donde la felicidad traspasaba el objetivo de su cámara.
La tarde les caía encima, pero ella seguía trabajando hasta que la oscuridad dejó paso a los destellos frágiles de la luna sobre el océano, obligándola a finalizarla. Hizo una pausa, sentándose a solas y en silencio. Yo caminaría hasta el acceso, viéndola pensativa y sorprendido al percatarme que estaba leyendo mi carta en aquel mismo momento.
Contuve el aliento, solo durante el momento en que distinguí cómo sus lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos, pero quizás la falta de luz no me dejaba apreciarlo con claridad. ¿Y si todo aquello era en vano? Temí una vez más, sin querer hacerla sufrir nuevamente. ¿Y si su reacción fuera reprocharme lo imbécil y absurdo que había actuado, tras un mes de silencio?
Por supuesto, me lo merecería.
Sin embargo, el sonido de su risa me hizo me hizo creer que no debía hacerla esperar más, para conocer que finalmente estaba allí por ella. Paré alertado y advirtiendo que un viandante se le acercaba preocupado porque una joven estuviera a aquellas horas de la noche, a solas, y tirada en la arena de la solitaria playa. Pero Olivia parecía estar alegre e incluso eufórica, y desde donde alcanzaba a llegar mi vista, hubiera jurado haberla visto limpiarse unas lágrimas de alegría con el dorso de su mano.
Caminé hacia ella, en cuanto el señor se hubo alejado lo suficiente y ella se alzaba sacudiéndose las ropas.
Era ahora, o nunca.
Y entonces me vio, quedando paralizada una vez enfocaba su vista en mí. Parecía tan sorprendida, e incluso atemorizada. Y yo, tembloroso de pies a cabeza, no podía esperar hasta acortar el espacio que aún nos separaba.
Paré un instante, muy cerca y recibiendo su caricia conmocionada, verificando si aquel momento era real. Yo también lo necesitaba, o hubiera pensado que aquella increíble mujer que me miraba con la misma devoción que antaño, no fuera parte de mis fantasías. Olivia, me abría sus brazos dándome la bienvenida a ese hogar que siempre deseé hallar, me hablaría con palabras de amor a pesar de todos mis errores, perdonándome sin resentimientos y dejándome descubrir en sus labios, que ella siempre me esperó. Que estábamos destinados, el uno para el otro, y que había llegado nuestro momento para amarnos, sin medida ni obstáculos.